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“¿Qué quieres ser cuando seas grande?”.
De niño odiaba esa pregunta. Nunca tenía una buena respuesta. Los adultos siempre parecían decepcionados de que no soñara con ser algo grandioso o heroico, como cineasta o astronauta.
En la universidad, finalmente me di cuenta de que no quería convertirme en una sola cosa. Quería hacer muchas cosas. Así que encontré una solución: me convertí en un psicólogo organizacional. Mi trabajo es arreglar el trabajo de los demás. Me toca vivir otras experiencias indirectamente — he podido explorar cómo los cineastas abren caminos nuevos y cómo los astronautas fomentan la confianza. Además, me he convencido de que preguntar a los jóvenes qué quieren ser les perjudica.
Mi primer problema con la pregunta es que obliga a los niños a definirse en términos de trabajo. Cuando te preguntan qué quieres ser de grande, no es socialmente aceptable responder “un padre” o “una madre” ni mucho menos “una persona íntegra”. Esta podría ser una de las razones por las que aunque muchos padres dicen que el valor que más les importa que sus hijos tengan es la consideración por los demás, los hijos creen que el éxito es más apreciado. Cuando usamos nuestros empleos para definirnos, nuestra valía depende de lo que logremos.
El segundo problema es la implicación de que todos tenemos una sola vocación. Aunque esto puede ser una fuente de felicidad, hay estudios que indican que la búsqueda de una vocación hace que los estudiantes se sientan perdidos y confundidos. Aunque tengas la fortuna de encontrarla, tal vez no sea una carrera profesional viable. Mis colegas y yo hemos descubierto que las vocaciones con frecuencia son ignoradas. Muchas pasiones no rinden lo suficiente para pagar las cuentas y muchos de nosotros simplemente no tenemos el talento necesario para perseguirlas. Cuando el comediante Chris Rock escuchó a una administradora decirle a un grupo de jóvenes que estaban por empezar la preparatoria que podían ser lo que quisieran, él dice que la increpó: “Señora, ¿por qué les miente a estos niños?”. Tal vez cuatro de ellos podrán ser lo que quieran. Pero a los otros dos mil más les vale aprender a soldar. Agregó: “Dígales la verdad a los niños. Puedes dedicarte a eso para lo que eres bueno, siempre y cuando haya vacantes”.
Si logras superar estos obstáculos, hay una tercera barrera: las profesiones rara vez cumplen con tus expectativas de la infancia. En un estudio, buscar el trabajo ideal provocaba que los estudiantes del último año de la universidad se sintieran ansiosos, estresados, abrumados y deprimidos a lo largo del proceso, así como menos satisfechos con el resultado. Como escribe Tim Urban, la felicidad equivale a la realidad menos las expectativas. Si estás buscando la dicha, seguro te desilusionarás. Eso es lo que explican algunas investigaciones donde se muestra que los que se gradúan de la universidad durante una recesión económica están más satisfechos con sus empleos tres décadas después: no daban por sentado que tendrían un empleo.
La ventaja de las expectativas modestas es que eliminan la brecha entre lo que queríamos y lo que obtuvimos. Hay abundante evidencia que demuestra que, en lugar de tener una imagen rosa de cómo será un trabajo, es mejor tener una visión realista, con todos sus defectos. Claro, a lo mejor no te emocionará tanto, pero en general serás más productivo y es menos probable que renuncies. Como bien lo dijo Oprah: “Tu trabajo no siempre te va a satisfacer del todo”.
Estoy a favor de motivar a los jóvenes para que sueñen en grande y aspiren a mucho. Pero considera este consejo de alguien que se dedica a estudiar los trabajos: esas aspiraciones deben ir más allá de la vida profesional. Preguntarles a los chicos qué quieren ser hace que asuman una identidad profesional que tal vez nunca les interese. Mejor, invítalos a que piensen qué tipo de persona quieren ser, y todas las cosas que les gustaría hacer.
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Este texto fue publicado originalmente en The New York Times en español.
Adam Grant
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