Degas y la higiene privada

La bañera (The Tub), 1886. Edgar Degas.

18/04/2020

Para fines del siglo XIX, la higiene privada se presentaba como una disciplina científica redentora, aplicada allí donde la conducta humana y ciertas creencias hacían florecer el mal sanitario asociado al mal moral. La higiene privada pretendía conducir al ciudadano hacia la virtud higiénica, compendio de todas las virtudes morales. 

El espacio doméstico burgués se fue configurando como santuario en donde se exalta lo práctico, lo limpio, lo rentable. Los sitios que pueden generar malos olores o impresiones desagradables (como la cocina, el cuarto de aseo, el retrete) deben ser confinados y excusados. Una creciente preocupación por lo excrementicio propició el desarrollo de una ingeniería de la evacuación. La creencia en las virtudes del abono humano, que promovía la acumulación y la retención de las heces para fines agrícolas, iría cambiando en la medida en que, entre 1850 y 1880, se introdujera en Europa el guano de Perú y los nitratos de Chile. 

Entonces la agronomía fue abandonando el uso de las deyecciones humanas como abono. Esta práctica contribuyó a disminuir la resistencia que tenía la población europea para desembarazarse de las materias fecales. La introducción del inodoro con sifón, por ejemplo, que aislaba al ciudadano de sus propias evacuaciones, no tardaría en popularizarse. De esta manera, el espacio privado burgués de fines del siglo XIX intentaba resguardarse del aire malsano de la calle, pero también de las emanaciones odoríferas provenientes del interior de sus habitáculos. 

Y desde ciertos rincones domésticos se fue practicando el discurso del monólogo interior: una novedosa percepción del cuerpo y del tiempo introyectado, compatible con la contemplación frente al espejo, las lecciones de piano para jóvenes aburridos, la escritura de diarios íntimos o la limpieza personal.

En el incipiente cuarto de baño burgués, el principio de la estricta intimidad prescribe conductas y delimita espacios. El tabú del desnudo público impone normas rígidas, configurando el espacio del baño como “un santuario en cuyo umbral no debe pasar nadie, ni siquiera el esposo amado, sobre todo el esposo amado”, como bien apunta Georges Vigarello en su extraordinario libro Lo limpio y lo sucio. 

Entonces, patrullas de higienistas apuntan sus lupas y pesquisas hacia estos rincones, buscando pruebas, indicios, huellas del mal sanitario. Y lo hacen con báscula culpabilizadora, intentando implantar sus dispositivos moralizantes, pero con mucho menos ingenio y humor que el detective Auguste Dupin, por cierto. No es casual que Walter Benjamin haya señalado que Edgar Allan Poe fue el primer fisonomista de los espacios interiores.

En 1886, durante la última exposición de los impresionistas parisinos, Degas presenta una serie de piezas pictóricas que giran en torno al desnudo femenino en los cuartos de baño. La mirada de Degas se cuela entre los intersticios de esos espacios domésticos, inaccesibles al ojo vulgar de la calle. Realiza encuadres (uno de los precursores del encuadre gráfico) de las diversas fases del aseo íntimo. Las mujeres retratadas en esta serie pictórica no se explayan, ni se encuentran a sus anchas. No saben que están siendo observadas durante su íntimo trajín. Degas es un voyerista: espía a mujeres que practican abluciones matinales o postcoitales. Cada uno de los movimientos del aseo corporal captados por Degas, están cargados de austeridad y concentración, pues las fases de la limpieza íntima han sido racionalizadas por las prescripciones de la higiene privada. 

Femme s’essuyant. Edgar Degas.

Estos aseos domésticos eran laboriosos, complicados, repletos de acotaciones técnicas pseudocientíficas. Es probable que, a pesar de la divulgación que tuvieron los manuales de higiene privada de la época, se presentaran incongruencias entre la teoría y la práctica. Existía, por ejemplo, el problema de la adaptación de los cuartos de baño a los incipientes circuitos de circulación del agua corriente en las zonas urbanas. La importación de aceites vegetales de origen tropical fue abaratando los costos de producción del jabón, pero su uso y masificación no se popularizó hasta el siglo XX. Tampoco olvidemos el antiguo temor al uso agua del agua con fines higiénicos o recreativos, porque reblandecía la piel y el carácter

Mujer sentada en borde de bañera lavándose el cuello c. 1880–95. Edgar Degas.

En la higiene privada que se practicó a fines del siglo XIX, se esbozaron muchas de las figuras que han configurado la limpieza íntima corporal contemporánea. Como nos señala nuevamente Georges Vigarello, estos esbozos apuntan hacia “un costado invisible del cuerpo, se apoyan ampliamente en sensaciones íntimas, disponen de una racionalización científica”. 

El voyerismo de Degas coincide con un período durante el cual se va configurando el espacio privado burgués, con intrigas novelescas y sensaciones corporales inéditas. En esos espacios privados están impresas las huellas íntimas de quienes lo habitan. Quizás a partir de ahí surgen, como diría Walter Benjamin, las historias de detectives que buscan esas huellas.           


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