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COVID-19 en América Latina y el Caribe: ¿Dónde estamos según los datos registrados?
Trabajadores de un mercado rocían desinfectante en aerosol en las instalaciones, en la ciudad de Daegu, en Corea del Sur, el 23 de febrero de 2020. Ese mismo día, las autoridades de ese país reportaron un total 556 casos de personas infectadas. Fotografía de Yon Hap | AFP
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Uno de los aspectos menos resaltados de la pandemia por COVID-19 (que hoy afecta a más de 190 países a nivel global) y que le es propio a todo fenómeno que se presenta y actúa por propagación, es la desincronización. El primer caso de COVID-19 se confirma en la ciudad de Wuhan (provincia de Hubei) en China, el día 8 de diciembre de 2019. Llega a Europa seis semanas después, cuando un caso es detectado en Francia el 24 de enero de 2020 (un hombre de 80 años procedente de la provincia de Hubei, que luego falleció el 15 de febrero). Dos días antes del primer caso en Europa (el 22 de enero), se había reportado el primer caso en los EE.UU., pero ninguno en América Latina y el Caribe.
El primer caso «latinoamericano» se registra en Brasil el 26 febrero, 10 semanas después del primer caso en China, y alrededor de un mes después del primer caso en Europa y EE.UU. Por otro lado, la primera muerte por la infección en la región, se anunció en Argentina el 7 de marzo, y con el reporte y la confirmación de casos en Haití y otras pequeñas islas del Caribe en la tercera semana de marzo, todos los países de América Latina y el Caribe cierran el mes de marzo con presencia de la infección.
Con ciertas irregularidades, China parece haber minimizado la aparición de nuevos casos y el gigante asiático vuelve con muchas dificultades a la “normalidad”, en la medida que las medidas de cuarentena o aislamiento social van cesando y la gente regresa al trabajo. Los más recientes datos muestran que el índice de actividad manufacturera saltó en marzo a 52 puntos, luego de haber alcanzado un mínimo histórico de 35,7 en febrero. Cerca de un 95% de las fábricas están ya operando, pero aún con bajo nivel de órdenes y de uso de la capacidad instalada, y bien vale señalar que cerca de 8 millones de personas ha perdido sus empleos y que la ratio de créditos en situación de impago como proporción de la cartera, subió a 20% (luego de arrojar 13% antes del brote).
La Organización Mundial de la Salud señaló hace pocos días que el epicentro de la pandemia era Europa, pero en semanas eso cambiará y muy probablemente los ojos del mundo estén concentrados para ese entonces en América Latina, como hoy los están en los Estados Unidos y Europa. Apenas el pasado viernes 3 de abril, la Directora de la Organización Panamericana de la Salud, Carissa Etienne, señaló que esperaba un “tsunami” de casos en América Latina y el Caribe. La buena noticia, es que las fórmulas ensayadas para contener la pandemia en otras geografías, el aprendizaje colectivo, y la evaluación de las políticas de salud, en general, pudieran ayudar a contener con mejores resultados la pandemia en la región. La mala noticia, es que la región no esté registrando con justicia los datos efectivos por problemas de cantidad de pruebas y que una vez conjurado el problema en los países en desarrollo, esa parte del mundo se olvide de los acontecimientos de las economías emergentes y países menos desarrollados, donde la epidemia puede ser devastadora, las vulnerabilidades mayores, los recursos escasos y las necesidades de elevar la cooperación y ayuda internacional infinitas.
Para saber dónde estará América Latina y el Caribe en unas semanas, es preciso saber dónde está hoy con la pandemia. Nuestro esfuerzo aquí, por tanto, consiste en resumir y transmitir con la mayor simplicidad cuál es el estado de la pandemia en la región según los casos confirmados. Sin embargo, hay un aspecto crítico que consideramos importante dejar claro. Los datos que presentamos de casos (confirmados y nuevos casos) son aquellos “confirmados” por las autoridades gubernamentales y de salud, y estos pueden estar lejos de ser los casos “efectivos”.
Esta desviación es hasta cierto punto inevitable, pero será mayor o menor dependiendo de cómo se estén administrando las pruebas en cada país. Si en un país los kits de pruebas son insuficientes o la política está dirigida a administrarlas solamente sobre la población que va presentando síntomas, muy probablemente la diferencia entre datos confirmados de infectados y los efectivamente infectados puede ser enorme.
Los datos con que evaluaremos estas circunstancias son los proporcionados por el Centro de Recursos del Coronavirus de la Universidad Johns Hopkins. Los cálculos que hacemos a partir de esa información son nuestros, y van desde el 26 de febrero (cuando apareció el primer caso en Brasil) hasta el 2 de abril, y son recogidos en 31 países de la región.
Después de 37 días del primer caso confirmado, al día 2 de abril, América Latina reporta 24.275 casos de COVID-19, lo que representa el 2,39% de todos los casos a nivel mundial. Tres países de la región acumulan ya más de 3.000 casos confirmados (Brasil, Chile y Ecuador); con Brasil (8.044 casos) más que duplicando los casos confirmados de Chile (3.404 casos). Entre los 31 países reportados, estos tres concentran el 60% de casos confirmados de la región.
Sin embargo, para tener una idea de dónde en realidad la proporción de casos confirmados son mayores en términos de su población, los datos deben ser dimensionados. Para eso, llevamos los casos confirmados (para cada uno de estos 31 países) a una razón de 100 mil habitantes. Los resultados pueden verse en el Cuadro Nº 1. Con las deficiencias ya advertidas que puede tener la data, Panamá, Chile y Ecuador presentan una mayor intensidad. En los casos de Dominica y San Cristóbal y Nieves, que ocupan los puestos 2 y 3, estamos hablando de islas cuya población no llega a los 100 mil habitantes, por lo que una epidemia incluso severa en números absolutos, en tales lugares, no arrojaría el impacto que sí tendría en los países de mediano o gran tamaño de la región. Notemos que Brasil, incluso concentrando 1/3 de los casos de la región, ya no se encuentra siquiera entre los diez primeros países más afectados. De hecho, entre los 10 países con mayor ratio de infección por cada 100.000 habitantes, 7 pertenecen a Centroamérica y el Caribe.
Si en lugar de lanzar una mirada puntual al número de casos por cada 100 mil habitantes, queremos observar la evolución desde el primer caso reportado en cada país, el gráfico N° 1 puede darnos una perspectiva útil. Ahí se presenta la evolución diaria de los casos confirmados diariamente para un subconjunto de 20 países, del que hemos excluido aquellos países con menos de 20 casos. Parece bastante claro que la velocidad con que evolucionan los datos confirmados en Panamá, Ecuador y Chile, es mayor que el resto del grupo. Panamá en sólo 23 días tiene incluso el doble de casos (por 100.000 habitantes) que Chile y Ecuador.
Una fórmula común para determinar cómo está avanzando la epidemia en cada país, es observando los nuevos casos confirmados. Más que el dato final de nuevos casos, lo importante es observar la evolución. De esa forma puede verificarse qué tan cerca se está del pico de la epidemia. Una vez más, advertimos, sin un empleo masivo de pruebas y sin políticas de testing similares, los datos pueden ser engañosos. Lo que sí sabemos efectivamente, es que, en el desarrollo de una epidemia, en algún momento el número de nuevos casos comienza a disminuir sistemáticamente, indicando que se está en una fase de control, siempre y cuando la caída de los casos confirmados no responda a una disminución del número de pruebas. La pregunta de rigor es si la región ya entró en esa fase, y para eso sólo contamos con información que no necesariamente nos da una respuesta firme.
Dado que la variabilidad de los datos diarios es muy elevada, apelamos a los nuevos casos confirmados aparecidos cada 5 días. En el cuadro Nº 2 pueden observarse los nuevos casos de cada país en los últimos 5 días reportados, así como en los 5 días previos. En otras palabras, qué ha pasado en los últimos 10 días, pero en dos registros. Observamos que, en 18 de los 30 países reportados, los nuevos casos aumentan durante los últimos 5 días reportados hasta el 2 de abril con respecto a los 5 días anteriores.
Brasil, Chile y Ecuador, una vez más, registran los mayores incrementos de nuevos casos, y en los tres países los nuevos casos suben. A decir verdad, América Latina y el Caribe, como un todo, acumuló 11.198 nuevos casos en los últimos 5 días hasta el 2 de abril, cuando en los 5 días previos había acumulado 6.924. Así que es bastante evidente que la epidemia en la región no ha llegado a su pico, por el contrario, se agrava, y esto es información relevante para las autoridades que procuran medidas de control.
Por otra parte, entre los grandes rompecabezas que tendrán los epidemiólogos por delante una vez se conjure la crisis, está la enorme variabilidad que presentan los índices de fatalidad por caso (fallecimientos/casos confirmados o por sus siglas en inglés, CFR). Italia ha sorprendido al mundo con CFR de 11,8%, es decir, de cada 100 personas contagiadas, 12 terminan falleciendo, cuando en Alemania es de apenas 1,2%.
Hay quienes señalan que la concentración de personas de la tercera edad en la estructura de la población podría explicar esta enorme diferencia. Esta tesis es rebatible. Japón, con una estructura por edades parecida a la italiana, exhibe una tasa de fatalidad de 2,83%. Así, que con los datos que se tienen, pareciera que las probabilidades de morir en Italia son 5 veces más grandes que en Japón.
Aquí una vez más tenemos el problema de qué tan fidedignos son los registros. Calcular la CFR a comienzos de una epidemia es arriesgado. No se sabe a ciencia cierta cuales son los casos totales de infectados, sólo los confirmados, y tampoco se sabe con precisión entre todas las muertes registradas, cuántas son exactamente por COVID-19.
El CFR depende de la calidad de la data con que se calcula: si hay un subregistro de casos confirmados, el CFR parecerá más alto. Si hay un subregistro de las muertes por COVID-19, el CFR será menor que el verdadero en la población.
Los datos de CFR para América Latina y el Caribe suministrados por la Universidad Johns Hopkins, también muestran una enorme variabilidad. Dejando a un lado los países que tienen menos de 20 casos confirmados (como Guyana y Nicaragua, etc.), podemos ver en el cuadro Nº 3 cómo en un extremo tenemos a Bolivia, Honduras y Jamaica, con tasas algo mayores a 6%, en tanto que en el otro extremo tenemos a Chile y Costa Rica con tasas de fatalidad de apenas 0,5%.
Lo que sí parece evidente es que los países en la región que aparecen en los datos de la Universidad John Hopkins con mayores CFR (Bolivia, Honduras, Jamaica y Trinidad y Tobago, El Salvador y República Dominicana) tienen ingresos per cápita bastantes más bajos que los que presentan las menores índices (Chile, Costa Rica y Uruguay). Vale señalar también que la CFR promedio de América Latina y el Caribe para comienzos de abril era de 3,1%, mientras que el promedio mundial (incluyendo a AL&C) se ubica en 4,8%.
Otra forma de forma de ver o evaluar cómo está saliendo cada país de la crisis es calculando la tasa de recuperación, que mide la proporción de casos recuperados con respecto a los casos contagiados. Después de 37 días, esa tasa para América Latina y el Caribe se ubicó en 6,5%, y uno esperaría que fuese subiendo con el transcurso del tiempo. Pero las diferencias entre países también son enormes. Países como Perú, Venezuela, Argentina y Guatemala exhiben después de algo más de 4 semanas de haberse instalado la pandemia en la región, tasas de recuperación superiores a un cuarto (1/4) de la población infectada. En contraste, otros como Bolivia y Panamá no llegan siquiera al 1%. Varios factores pueden estar influyendo en estas diferencias. Uno bien podría estar relacionado con el número de días que han transcurrido desde que se reportó el primer caso, donde cabe suponer que menos días de contagio menos el tiempo necesario para observar recuperaciones.
No obstante, al comparar Panamá y Venezuela, países donde el primer caso fue reportado con apenas 4 días de diferencia, la tasa de recuperación diverge enormemente. Otro factor puede ser la existencia de grandes diferencias, así como deficiencias en los registros de confirmación de casos.
¿Dónde la epidemia podría hacerse más exigente para las autoridades sanitarias? Aquí habría que confesar que pueden existir varias fórmulas que nos permitirían hacernos una idea de donde están localizadas las mayores exigencias o urgencias. Es difícil saberlo solo a partir de datos de casos confirmados o de muertes reportadas. Sin embargo, observar el promedio que registra la tasa de crecimiento interdiaria de los nuevos casos en las últimas 5 semanas y de los últimos 10 días, pudiera dar algunas pistas. Hemos excluido once (11) países donde el total de casos reportados es menor a 20, por lo que la lista se reduce una vez más a 20 países.
El cuadro N° 4 muestra un ordenamiento desde la mayor a la menor tasa promedio de los últimos cinco días (hasta el 2 de abril). También allí se muestra cómo sería esa tasa promedio de crecimiento de nuevos casos, pero para un período más amplio de 10 días. Para el lapso de 5 días, 11 países exhiben tasas promedio de crecimiento interdiario de nuevos casos por encima de 50%.
Panamá, con un crecimiento promedio explosivo (2.639%) se muestra como un caso de extrema gravedad, seguido por Honduras (291,4%), Uruguay (274%), Jamaica y Venezuela (187,5%, ambos) y El Salvador (146,6%). Vale recalcar que entre este grupo de países, Honduras, Jamaica y el Salvador también exhiben, como señalamos antes, CFR muy altas. En consecuencia, no sólo por la velocidad con que aparecen nuevos casos, y la presión que esto puede crear hacia adelante sobre los sistemas de salud, sino además por las CFR que presentan, en esos países se necesita concentrar la atención hoy.
En contraste, países como Trinidad y Tobago y Costa Rica, parecieran estarlo haciendo mejor pues sus nuevos casos vienen disminuyendo sistemáticamente, arrojando tasas de variación porcentual promedio interdiarias negativas durante los últimos 5 días.
Conviene dejar sentado que las conclusiones que derivan del análisis de estos datos epidemiológicos varían con la misma velocidad con que la información se va agregando a los datos. No hay parámetros constantes en las epidemias, porque la intervención pública para contener el contagio y para lidiar con los infectados es permanente, y las estrategias varían en el tiempo. Lo que hoy parece una tendencia firme o un dato contundente, mañana puede no serlo. Es por eso que el constante monitoreo de la información constituye un factor clave en el diseño de cualquier conjunto integral de políticas públicas.
Leonardo Vera y Juan Andrés Vera
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