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Caracas entre murales y grafitis: historias del arte urbano

Mural de Badsura sobre la guacamaya, una musa para Caracas. Tony Romas La Castellana. Fotografía: Diego Torres Pantin

30/09/2021

El rito iniciático de Pah-D

Hugo Carrasco, mejor conocido como Pah-D, tenía 14 años cuando su primo Carlos David —grafitero popular en Maracay— le ofreció llevarlo para hacer su primer grafiti. Dada la admiración que le merecía, era un sueño hecho realidad. En la noche, fueron en carro hasta la carretera que conecta Los Naranjos con El Hatillo, en Caracas. Los acompañaba el mejor amigo de su mentor. Entre los tres, ilustraron una pared. Antes de terminar, escucharon a los policías: “¡Arriba las manos!”.

Comenzó el proceso de intimidación. “Todos ustedes van presos”. “Tenemos tiempo buscando un carro con esta placa, sabemos que es robado”. “Chamo, tienes catorce años, ¿no prefieres pasar un viernes cogiendo que rayando la calle?”. Tras la conversa, decidieron dejarlos ir a cambio de una “colaboración”.

Solucionado el asunto, Carlos David vio que había dejado las llaves dentro del vehículo. Los policías les dijeron que iban a buscar un alambre en la estación para abrir la puerta, que les dieran unos minutos. Apenas se fueron, el grafitero rompió la ventana con una piedra. Pah-D se hizo una cortadura sacando las llaves. Después de esa aventura, el amigo de Carlos David no quiso volver a hacer un grafiti. Por su parte, Hugo sentía que había encontrado una vocación.

Encuentro entre CaradeBolsa y la serpiente Rylan. Mural de Pah-D. La Trinidad. Fotografía: Diego Torres Pantin

El grafiti y el muralismo

En 1921, en su intento de difundir la identidad nacional en México, José Vasconcelos, quien recientemente había asumido el cargo de Secretario de Educación Pública, se alió con Diego de Rivera para iniciar un movimiento artístico que utilizara los muros como lienzo y como vehículo comunicativo. Buscaba resaltar las injusticias sociales y exponer el folklore de su país, por lo cual solía ilustrar a obreros, campesinos e indígenas en sus piezas. Casi siempre, se hacían en edificios de instituciones públicas.

A pesar de que él tenía una agenda relativamente estricta de temas a representar, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, otros dos protagonistas del muralismo (entre muchos otros), hicieron obras que se acercaban a vanguardias tales como el expresionismo y el surrealismo. Dado que la claridad comunicativa era prioritaria, ninguno de ellos se vinculó con la abstracción. El movimiento, con sus temáticas, se extendió por Latinoamérica.

El grafiti opera de un modo distinto. Cuando varios grafiteros se congregan, forman un crew. Cada uno crea su nombre y utiliza una caligrafía propia para representarlo, fusionando los verbos “escribir” y “dibujar”: es lo que se conoce como lettering. Ellos buscan marcar territorio en todos los espacios posibles, y comúnmente tienen prohibido pintar en zonas que pertenezcan a otros grupos.

“Tenemos que representar la zona de Plaza Tiuna. Yo voy a ser el rapero del crew. Tú vas a ser el grafitero”, le dijo un amigo a Wolfgang cuando ambos eran adolescentes. Hasta entonces se dedicaban al fútbol. A él le dio ese papel por su afición al dibujo. Sin embargo, Wolfgang apenas tenía un cuaderno con bocetos, jamás había recibido formación.

Inicialmente, pintaba paredes clandestinamente; no obstante, al pensar en las consecuencias que eso podría acarrearle, decidió pedir permiso a los dueños de locales. De forma legal, su arte fue incorporando elementos del Wild Style, un estilo de grafiti que involucra complejos diseños de letras en 3D, mas no se atrevía a dar el paso a la figuración. En ese momento, solía llamarse Bad Soul.

Armando Silva, en su libro Atmósferas ciudadanas: Grafiti, arte público, nichos estéticos, explica que el grafiti tiene siete valencias: marginalidad, porque se hace fuera del ámbito institucional; anonimato, debido a que se hace sin resaltar la autoría —salvo en el propio círculo social de los practicantes—; espontaneidad, ya que se realiza sin mayor meditación; escenicidad, pues involucra una estética que se fundamenta en los colores, técnicas y en la escogencia del lugar, aunque no siempre es el fin principal; velocidad, debido a que tiende a hacerse lo más rápido posible; precariedad, puesto que tienden a invertir pocos recursos en la actividad; y fugacidad, dado que no siempre acostumbran a privilegiar la trascendencia.

El grafiti suele oponerse al poder. No es coincidencia que en muchas oportunidades se realicen piezas con frases que marcan una postura política. Sin embargo, esas características no siempre conservan el equilibrio entre ellas. Suele pasar que, gracias al contacto que algunos grafiteros con vocación artística realizan con instituciones (galerías de arte, medios de comunicación, alcaldías, etc.), elementos como la marginalidad, la precariedad o la fugacidad se diluyen en función de la escenicidad. No obstante, no por eso desaparecen del todo: muchos de ellos, aún después de ganar reconocimiento público, prefieren evitar el uso de sus nombres reales.

Wolfgang necesitó de una prueba para entrar en la figuración: cinco años después, encontrándose en un intercambio cultural en Roma —tras pasar por festivales en Brasil y Ecuador—, el crew que lo acogió le pidió hacer un rostro en un mural colectivo. Al enfrentar su miedo, se percató de que sus temores no estaban justificados. Por eso, al regresar, fue investigando sobre el muralismo, lo cual le hizo plantearse una estética que hablara desde un criterio más local. Sustituyó su nombre inglés por uno proveniente de “ese aspecto despectivo hacia las intervenciones callejeras”. Quería entregarles  a los venezolanos una “basura” excepcional. Ahora, sería Badsura.

En la plaza Bolívar, Badsura pintó un mural sobre Jesús Soto y Carlos Cruz Diez. Los presentes mostraron fascinación. Se hacían fotos, le hacían preguntas, interactuaban con la obra. Entonces él se fijó una metodología: de ahora en adelante, cada pieza sería planificada según una temática; el uso de la figuración se combinaría con elementos plásticos para lograr imágenes que requirieran la interpretación por parte de los transeúntes —líneas, colores, paisajes, etc.—. Y siempre trataría de involucrar a los habitantes de las comunidades en las que hiciera murales. Ahora busca que cada personaje —vivo, fallecido, real o ficticio— sea representado según su papel en el imaginario colectivo. Busca un uso consciente de la iconografía.

Mural de Pah-D en colaboración con Ruleh. Estación de Servicio El Peñón, Caracas. Fotografía: Diego Torres Pantin

Todo por el crew

Aunque Pah-D tiene un crew, su compañero inseparable es CaradeBolsa. Un ser antropomórfico azul —muy minimalista— con una bolsa de papel en la cabeza, a la cual se le distinguen dos ojos blancos de gran tamaño. Nació en la infancia de Hugo, pero no como un amigo imaginario, sino como uno ficticio: él sabía perfectamente que su personaje no existía, pero aun así, lo tenía como acompañante. Aproximadamente a los 10 años empezó a dibujarlo, y con el paso del tiempo, lo fue versionando de mil formas distintas: niño, adulto, héroe, villano, desnudo, vestido, etc. Hoy, es el protagonista de toda la obra de Hugo: un universo gráfico que se compone de un cúmulo de personajes caricaturescos, los cuales están esparcidos por toda Caracas.

Pah-D se inspira en el mundo del cartoon: los Looney Toons, Félix el Gato, varios animes de los 90 y los 2000 y el conglomerado de series de Cartoon Network. Las franquicias de Walt Disney y Pokemon han sido dos grandes influencias: son dos universos gráficos y narrativos con sus respectivos protagonistas, Mickey Mouse y Pikachu, pero con una infinidad de personajes acompañándolos.

A sus trece años, Pah-D se sintió particularmente conmovido al ver Mansión Foster para Amigos Imaginarios, del animador estadounidense Craig McCracket. Al igual que Mac, el protagonista de la serie, él tampoco quería despedirse de su compañero. Además, el estilo surrealista y colorido, con sus múltiples personajes extravagantes, avivó su sueño de crear un universo pictórico donde diferentes seres coexistieran. Por eso, años después, cuando ingresó en el crew conocido como Limón, a sus 16 años, se las ingenió para integrar a CaradeBolsa en el grupo: cada vez que salían a grafitear, entre todos escribían “Limón” con la caligrafía adecuada; y como a Hugo el lettering se le hacía difícil, se encargaba de hacer la O. De esa manera, empezó a colocarlo en cada grafiti nuevo, aprovechando el marco natural de su letra asignada.

Mientras Pah estudiaba en el Instituto de Diseño de Caracas, su vida laboral y vocacional la llevaba a cabo en el crew. Además de hacer grafitis, desarrollaban una compañía que ofrecía trabajos gráficos. Antes de 2017, Hugo ya venía creando un estilo de colores saturados, el cual aplicaba en los grafitis tanto individuales como grupales, pero no había conceptualizado su obra.

Durante las protestas de 2017, Pah-D cambió sus prioridades, temporalmente. Al incrementarse la violencia policial, Hugo dejo el arte para concentrarse en asistir a las marchas, siempre en la primera fila. Cierto día, uno de sus amigos del crew le advirtió que estaba bien ejercer su derecho, pero que debía dejar de exponerse así. Él pensó en CaradeBolsa, en los grafitis y en el universo gráfico que aún estaba esperando ser creado. Justo en esa época empezaron sus conversaciones por Instagram con Diego Cárdenas, un grafitero venezolano residenciado en Estados Unidos.

Pah-D, quien antes firmaba sin la letra D, decidió dejar de exponerse. Al poco tiempo de tomar su decisión, recibió una llamada: Yeison, el más joven de los integrantes del crew, quien firmaba sus grafitis como Door, estaba en el hospital. Encontrándose en compañía de un primo que participaba en actividades delictivas, fue víctima de una emboscada policial que disparó contra ellos en el barrio Las Minas.

La muerte de Yeison —quien, a diferencia de su primo, era inocente— fue un balde de agua fría: le hizo entender a Hugo la necesidad de dejar un legado. Al asistir al funeral, le hizo una promesa a la madre de su amigo: Door vivirá y trascenderá en la obra de Pah-D. Los consejos de Diego Cárdenas resonaron en su interior: la conciencia de que debía crear un discurso visual y sistematizar su obra adquirió poder dentro de él. Como homenaje a su compañero, le colocó la letra D a su nombre.

Retrato de Pah-D junto a CaradeBolsa. Fotografía: Diego Torres Pantin

El arte urbano: entre lo geográfico y lo social

Armando Silva sostiene que el artista público crea a partir de la mediación con la comunidad, lo cual “convierte el espacio en algo sociable, dándole forma y atrayendo la atención de sus ciudadanos hacia el contexto más amplio de la vida, de la gente, de la calle y de la ciudad”. Tales propuestas artísticas necesitan ubicarse en una urbe —grande o pequeña— para poder desarrollarse; y también deben dialogar con los imaginarios colectivos y con las problemáticas de las personas.

El diálogo con el espacio público siempre fue importante para Saz. A sus 12 años empezó a patinar por Caracas, lo cual le permitió fijarse en el lenguaje urbanístico, en los códigos callejeros, “que eran humanos y estéticos: la publicidad, las señales, el urbanismo, el paisajismo. Veía los grafitis, letras, stickers, y me preguntaba de donde salían”.

En sus andanzas conoció a muchos grafiteros. Para él, cada pieza debía integrarse naturalmente en el lugar. Así transcurrió su adolescencia.

Retrato de Saz. Fotografía: Diego Torres Pantin

Tras dejar la carrera de Ingeniería de Sistemas en la Universidad Santa María, Saz empezó a estudiar Diseño en el Instituto Monseñor de Talavera y a trabajar en un taller de serigrafía textil. Ahí descubrió otras técnicas para pintar y otras modalidades diferentes al lettering. Con plantillas, hacía ornamentos que colocaba sobre las paredes, para después echar la tinta encima; luego, complementaba el resultado con spray. Buscaba composiciones con formas, colores y textura. Y lo más importante: rostros. Quería plasmar las peculiaridades humanas.

Cuando hacía una pieza, esperaba al día siguiente para pasar por el sitio y evaluar la recepción. En la calle y en las redes sociales vio a muchos preguntarse por el autor de esos rostros, por eso, creó una página de Facebook para publicar su trabajo, pero sin decir su nombre real. Finalmente, tras una entrevista radial, un reportaje en el Universal y una exposición en Casa 22 (El Hatillo), su posición de anonimato caducó.

Con el tiempo, Saz pensó que su discurso estaba volviéndose repetitivo. Al considerar la posibilidad de quitar los rostros, conoció a Flix, otro artista urbano, formado como arquitecto. Su amistad surgió por un comentario en Flickr. Empezaron a trabajar juntos en Chacao. Gracias a sus pláticas, comprendió otros detalles del espacio urbano, como la luz sobre los edificios o las líneas que guían las construcciones. Recordó sus vivencias con la patineta.

“Una fotografía de una persona que está patinando muestra un efecto sobre el espacio. Igualmente, quiero generar espacios dentro de espacios, reconfiguraciones, de tal manera que desde una sola perspectiva pueda haber diferentes formas de ver la composición. Y si giras 360 grados, también veas algo. Al principio, los elementos se movían en diferentes direcciones. Siempre busqué que los colores fueran armoniosos, pero últimamente he reducido la cantidad de color con la que trabajo. Ahora busco lo plano, pero que haya tridimensionalidad”.

Arte urbano de Saz. Estación de servicio La Floresta, Caracas. Fotografía: Diego Torres Pantin

Saz empezó a pintar composiciones con líneas, triángulos, círculos y otros elementos plásticos. A la par, fue leyendo sobre pintura abstracta. Malevich y Miró son dos de sus principales influencias. Además, al ver que al lado del estudio publicitario en el que empezó a trabajar por aquel entonces se encontraba un terreno plagado de escombros, decidió usar los metales para hacer intervenciones y ensamblajes. Aunque muchas veces se los roban o son destruidos, continúa haciéndolo hoy en día. Lo importante es la interacción.

Saz es consciente de los daños que presenta el patrimonio caraqueño, por eso considera que los lugares maltratados son oportunidades plásticas. La textura de una capa de pintura que se está desprendiendo de una pared o un agujero producido por la humedad son para él lugares de trabajo. Él busca exponer las cualidades estéticas del espacio en general, y se vale de lo corroído para recordarle a los transeúntes la existencia de esos lugares. “Ese recuerdo con la visualización hace que de alguna manera el panorama real de la persona se expanda”.

El 28 de diciembre del 2017, Saz y Flix estaban pintando unas puertas en una plaza de Chacao. Las personas pusieron las mismas caras amargadas que siempre ponen ante las latas de spray, que siempre asocian con el vandalismo. Pero cuando vieron lo que hacían, se sorprendieron.

Se les acercó una señora para darles pan dulce y café. A medida que fueron conversando, ella se sorprendió al enterarse de que ellos no trabajaban con la alcaldía. Saz quiere crear conciencia en los ciudadanos sobre la importancia de la conservación patrimonial (aunque sabe que hay instituciones que tienen la responsabilidad principal). Por eso, aunque no pida permiso para intervenir, ha notado que las personas se toman con agrado lo que hace.

Arte urbano de Saz. Chacao, Caracas. Fotografía: Diego Torres Pantin

Saz no es el único artista urbano con esas intenciones. El arte urbano es un acto social, busca interacción con las personas. Al reconfigurar los espacios públicos, se crean nuevas identificaciones que relacionan las personas con los lugares.

“Hay una responsabilidad compartida. Si los ejecutores del arte no se encargan de tener comunicación con la gente, el trabajo está destinado a caducar. Si se le habla al ciudadano de arte, iconografía y patrimonio, el prejuicio irá desapareciendo. Ahora la gente no me quiere llamar Badsura sino Goodsura”, afirma Wolfgang.

Arte urbano de Saz. Estación de servicio La Floresta, Caracas. Fotografía: Diego Torres Pantin

Un encuentro artístico con José Gregorio Hernández

El 05 de marzo del 2020, Badsura esperaba el nacimiento de Noán, su hijo. Durante el parto, su esposa sufrió un infarto en la placenta. Wolfgang recordó que su madre tuvo preeclampsia cuando él iba a nacer, y que ella decía haber superado la situación rezándole a José Gregorio Hernández. Justamente, en el pasillo en el que él aguardaba, se encontraba una estatua del beato. Aferrándose a ese recuerdo, le pidió que su bebé naciera sano: a cambio, le prometió un mural. Horas después, el niño llegó al mundo con algunas complicaciones. Una semana después, se declaró cuarentena.

Poco después de celebrar el primer año de Noán, Badsura decidió cumplir su promesa en un edificio de la avenida Francisco de Miranda de Chacao, el cual tenía dos muros disponibles. Cultura Chacao le ofreció otras opciones, pero esa era su preferida. Como los dueños no residían en el país, se debía aguardar por el permiso. La idea le había llegado poco antes de que se anunciara la beatificación, de modo que lo consideró una señal del destino. Tres días antes del evento, llegó el permiso.

Al llegar, el guardia de seguridad le comentó que hacía dos días apareció un actor disfrazado del beato y se recostó en una pared para interactuar con los transeúntes. Eligió ese muro. La finalización del mural coincidió con la beatificación, motivo por el cual la respuesta de las personas fue inmediata: apenas subió el post a su cuenta de Instagram, empezó a recibir notificaciones de forma masiva. Badsura quedó muy sorprendido por una publicación sobre una anciana que posaba junto al mural.

Según el testimonio, la anciana se encontraba hospitalizada por covid en una clínica cercana. En sueños, José Gregorio Hernández la tomó de la mano y la llevó a pasear hasta la pared en la que Badsura trabajaba. Después de que le dieron de alta, se enteró del mural, motivo por el cual pidió que la llevaran hasta allá. Wolfgang se comunicó con una de las hijas de la familia, quien le contó que en una de las radiografías que le hicieron en los pulmones a su madre, se podía distinguir la imagen del beato.

Retrato de Badsura. Fotografía: Jeanneizy García

Poco después, para una historia en Instagram, Badsura le pidió al guardia de seguridad la foto del actor que interpretaba al beato. Hecha la publicación, la hija de la señora le pasó los captures de pantalla de su conversación con el doctor, para mostrarle otra coincidencia: el hombre disfrazado resultó ser tío del traumatólogo que atendió a su madre. Para Wolfgang, eso fue un ejemplo de cómo el muralismo puede relacionarse con las personas. Independientemente de que los hechos relatados sean vistos desde una perspectiva creyente o materialista, él fue partícipe de una historia en la que diferentes personas experimentaron una vivencia mediante el contacto con la figura de un personaje mítico, con un poder simbólico indiscutible. Sea o no sea un milagro, es una muestra de cómo la cultura venezolana produce historias.

Mural de Badsura en honor a José Gregorio Hernández. Fotografía: Diego Torres Pantin

“Qué increíble cómo una imagen inanimada, la representación de algo, se convierte en un elemento simbólico para la gente mediante el sentimiento de pertenencia. Se vuelve algo de lo que tú te apropias. Aquí hay un tema religioso de condiciones específicas. Yo tenía que hacer el mural, la señora tenía que verlo”, afirma Badsura.

Badsura considera que él es muralista; Saz se hace llamar artista urbano. Hugo, aunque ahora trabaja con el apoyo de instituciones, sigue llamándose grafitero. No obstante, los tres coinciden en un punto: su labor está al servicio de la sociedad.

Por una Caracas distinta

Caracas, en el 2021, experimentó una transformación. Desde el oficialismo se inició un plan que pretende cubrir gran parte de la ciudad, aunque instituciones que se distancian políticamente del régimen también han realizado labores similares. En Los Palos Grandes, los vecinos se organizaron para llenar de color varios muros, muchos de ellos con ayuda de artistas destacados, como EDO, el caricaturista. La Alcaldía de Baruta, en alianza con algunas instituciones privadas, también ha estrenado obras en Caurimare y en El Peñón. El retrato de José Gregorio Hernández de Badsura fue parte de un plan que lleva con Cultura Chacao para transformar el municipio en galería: ya lleva varios por toda la zona. Las motivaciones pueden variar, pero en general, muchos argumentan que es una reacción ante los problemas del país.

El discurso visual que Pah-D se planteó a partir del 2017, llamado por él mismo como “criollo happy style”, tendría por objetivo crear una paleta cromática personal para sus grafitis. Para representar la unidad y la amistad, CaradeBolsa siempre estaría acompañado: hay varios personajes que forman parte de su universo pictórico, que representan a los miembros de su crew, otros son ocasionales, y otros son caricaturas de personas que se encuentren en la comunidad intervenida.

“Yeison es Door, por eso tiene dos ojos y una aureola, porque es omnisciente. Notorios es un personaje morado con la mandíbula salida. Naus es un fantasma con tatuajes. Otick, una calavera patinetera. Tengo un amigo que es Hawar, el búho, que es su versión sana y sensata, y también Carpe, una bolita gris, que es él bajo la influencia del alcohol. Pri es el primo de todo el mundo, él es quien nos documenta las actividades. Denso, el DJ, tiene unos audífonos amarillos. Donp es un extraterrestre verde con una cámara. Rúleh es Diego Cárdenas, que trabajó con Cruz Diez y, debido a eso, le puse un nombre francés. Además, ese es su nombre de grafitero. Ro, quien es naranja con cachos blancos, es el sabio del grupo, el que siempre tiene algo que decir”.

Retrato de Badsura. Fotografía: Jeanneizy García

Además, ideó la biografía de CaradeBolsa: viniendo de la Galaxia del Color, quiere explorar el mundo llenándolo de vida. Su rostro es sinónimo de ingenuidad. También representa la timidez de su autor. Aunque Hugo tiene deseos de llevar a su personaje a diferentes medios —libros, cómics o piezas audiovisuales—, cuando lo pinta en murales, prefiere concentrarse en el aspecto cromático y compositivo: lo narrativo no desaparece, pero pasa a un segundo lugar. De esa forma, cualquier espectador puede imaginar su propio relato del aventurero.

En 2017, al percatarse de que tenía que compartir los colores de CaradeBolsa con los habitantes de toda la ciudad, Pah-D empezó a contactar fundaciones que lo apoyaran llevando su arte a las barriadas. “Me atrevo a decir que he pintado en casi todas”.  Ahora tiene grafitis en zonas tanto privilegiadas como no privilegiadas, e inclusive, en espacios del Río Guaire. Aunque todavía sigue pintando sin supervisión.

En una de sus andanzas por barriadas, de la que Hugo prefiere omitir nombres y ubicación para garantizar su seguridad, apareció un inesperado admirador del arte: el líder de una banda criminal responsable de varios homicidios, secuestros y otras aberraciones. Se le presentó amablemente, con todo su séquito detrás, y le dijo que quería que su barrio se convirtiera en el más hermoso de todo el mundo, por lo cual, le fue hablando de muchos muros que podían ser intervenidos. Hasta le ofreció proveerle los materiales necesarios y una buena remuneración. Pah-D asintió con la cabeza, fingiendo tranquilidad; sabía que un comentario sincero podría costarle la vida.

Pah-D llegó a su casa perturbado. El deseo de CaradeBolsa por conocer nuevos lugares lo llevó hasta el mundo criminal, y en lugar de salir de ahí en un ataúd, salió en taxi. Su madre casi entró en pánico cuando le contó de ese encuentro. Sin embargo, eso le hizo entender el alcance de su arte: “si aquel ser sin alma era capaz de disfrutar de lo que yo hacía, entonces mi trabajo no debía ser tan malo”. Todas sus experiencias pintando en comunidades lo confirman: a la gente le gusta su arte, le gusta el cambio que hace en el espacio. Aquel encuentro era la confirmación.

En Petare, específicamente en la zona de San Blas, Katiuska Camargo varias veces ha contactado a muralistas para que intervengan su hogar. Ella, hace un par de años, inició una labor de saneamiento físico y estético de lo que es la barriada más grande de Venezuela. Ella y su equipo buscan basurales improvisados y, tras remover los residuos, le piden a un muralista que intervenga en el lugar. Se dio cuenta de que las personas no botaban más sus desechos en sitios tocados por el arte. Es lo que hace Uniendo Voluntades, la ONG que preside.

 

 

 

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Cuando Pah-D se encontraba evaluando el terreno para futuras obras que iba a pintar con la invitación de Uniendo Voluntades, le mostraron una pared con una pieza de César Rengifo, destacado muralista venezolano del siglo XX, el cual estaba sucio y desgastado. Lo querían quitar. “Yo no voy a tapar lo que otro artista pintó”, replicó. Decidió restaurarlo, pero valiéndose de su propio estilo.

Conservadores y restauradores de arte podrían infartarse por lo que Pah-D hizo: a una madre junto a su hijo flautista en situación de pobreza, les colocó ropajes contemporáneos. Dotó de nubes a un cielo azul, pintó de nuevos colores la pieza entera y, además, invitó a su amigo ficticio para acompañarlos.

A todos en el barrio les encantó el resultado. Aunque ciertamente eso no fue una restauración —fue más un rescate del lugar que de la obra—, sí fue una colaboración del ser que llegó a Caracas desde la Galaxia del Color: todos los habitantes de la zona quedaron fascinados. CaradeBolsa homenajeó a César Rengifo, buscó a su manera hacerlo perdurable. Hacer eterno ese Instante Mágico.


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