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Como política de difusión de la fotografía Venezolana, El Archivo, institución dirigida por Herman Sifontes, Diana López, Vasco Szinetar, presentó en el mes de diciembre una charla conducida por Beatriz Grau, fotógrafa venezolana, artista, profesora de la Universidad de Los Andes en Bogotá, donde el tema de la palmera más que una obsesión, es su arquetipo, cercano al espíritu del Tarot y a Jung que, como dicen las siguientes palabras expresan:
Ah, la vida,
la vida me ataca por todos los poros
y yo no me resisto.
Los cocoteros me espantan,
pero me causan también maravilla,
no su infame imagen encarcelada en la playa.
No la palmera de revista azul.
No la imagen, la imago.
No el cliché, el arquetipo.
Los prefiero de hecho en tierra firme, bien lejos de la arena, altísimos e imponentes,
amenazando al mundo con sus cocos,
amenazando a los transeúntes;
pero también desafiándoles a la pregunta:
¿que persiguen con su altura?,
¿por qué han crecido tan esbeltos?,
acaso para «asombrar» el mundo entero.
¿Quién podría odiar el Caribe con sus cocoteros?… (Wikipedia, arquetipo de palmera, El imperio del ratón)
Viajera constante, desde Escocia hasta Bombay en la India, Macuto, La Guaira, la Av. Caracas en Bogotá, Beatriz fotografía palmeras de todo tipo, bañadas de la luz del trópico, de la cercanía del mar, del adorno urbano. Crea secuencias con sus fotografías de las palmeras, como el camino y viaje que recorre para apresar estas imágenes que se han vuelto obsesivas y significativas, encontradas desde postales, dibujos en camisas deportivas, tatuajes, imágenes que la persiguen siempre.
Didi-Huberman, en el artículo El arte de la vida otra (revista CHUY) expresa que “la heterotopia (más una idea sobre el espacio que cualquier espacio actual) plantea que éstas son máquinas de imaginación que crean espacios de ilusión, denunciando además el espacio real aún más ilusorio”. Añade luego que Michel Foucault, esbozó los grandes paradigmas de la “descripción arqueológica” (1969) desde cuatro puntos de vista: centrarse en las prácticas antes que en los “pensamientos” o “temas” generales; hacer emerger discontinuidades, fallas, rupturas o “umbrales de emergencia” antes que buscar la transición continua que llevaría de una época a otra o de una obra a otra; renunciar, justamente, a la “figura soberana de la obra” para elegir un “recorte” atento, una vez más, a materialidad y a la multiplicidad de las prácticas (esta repetición de palabra, en el esquema propuesto por Foucault, era ya en sí significativa); mostrar, finalmente, el trabajo constante de la exterioridad, de la diferencia, de la heterogeneidad, a expensas de toda búsqueda de identidad y de todo encierro en la unidad de un corpus.
Así, para Beatriz Grau, “en estos paseos las fotografías no narran nada en sí mismas, conservan la apariencia de instantáneas, no tienen un punto de vista definitivo o una distancia que den paso a la ilusión de una estructura unificadora. Son capas sucesivas que se superponen y ofrecen una experiencia fotográfica; La imagen no busca rememorar o resignificar, sino ser la experiencia”.
De este modo, el peculiar interés por las palmeras comenzó desde muy temprano cuando estudiaba la maestría en la Glasgow School of Art. En una entrevista publicada en el libro, 21 Fotógrafas venezolanas de mi autoría en 2003, la autora afirma que en ese tiempo, “tenía las palmeras todas en mi estudio, como unas imágenes que me acompañaban en ese frío. Trabajé con las palmeras. Imprimí toda la serie en un papel brillante y comencé a trabajar sobre ellas… Una vez que empecé no pude parar”. Y así siguió, luego en Bombay, Bogotá, Macuto…
En Bombay, India, inmensa ciudad financiera importante, fotografió las palmeras que estaban en la bella avenida al borde del mar Arábigo. Bordeando la avenida se encuentran unos edificios de la época francesa adornada de las palmeras. Quizás nos recuerde un cierto Río de Janeiro, pues Beatriz es una viajera errante, constante, que atrapa desde aquí y allá lo que le interesa como objeto de emoción, de memoria. De hecho, expuso en Caracas en Los Galpones, Aquí y Allá, muestra de la cual Luis Angel Duque expresa que “esta exposición es una suma de los centenares de fotografías y videos que ha grabado para saciar su inmensa curiosidad de viajera y mostrarlos aquí en su país natal. Las palmeras serán parte de este tránsito donde ella camina y toma fotografías”.
Así recorre en Bogotá la larguísima Avenida Caracas, “Desde la ampliación de la carrera 14 en 1933 y su re-bautizo (…) ha sido la promesa constante de un futuro “moderno”, que nunca llega. Los trolleys eléctricos de los años setenta, las barreras anti-peatones de los años ochenta, el Transmilenio en los 2000, el hoy desaparecido monumento a los héroes, la prolongación hacia la autopista norte, la primera línea del metro…”
Este acusioso interés por las palmeras la llevó a descubrir en el Jardín Botánico de Padova (fundado en 1545) la famosa palmera que inspiró al poeta Goethe algunos de sus escritos. Esta planta, nombrada la palmera de Goethe, está cuidada dentro de una recámara de vidrio y tiene todos estos años allí para ser custodiada por precaución.
Pero no eran solo palmeras sino el recorrido, el tránsito, con el ojo capturador de memoria, inquietud, asombro. Esto la condujo al camino de Macuto que en su infancia recorría con su familia. Las rocas y las palmeras al borde del mar captaron su atención sin carros, personas o edificios, y así produjo la secuencia que luego imaginaría a partir de sus múltiples viajes, como también de ese modo interviniera gráficamente en el famoso viaje fotográfico de Robert Frank que inspiró la excepcional novela de Jack Kerouac, On the Road.
La curadora, María Willis, resume sobre el trabajo y ánimo de nuestra artista: “Nómada de profesión -pues su vida está construida de viajes- se podría considerar que las piezas presentadas como Vía Mombasa y Colección de palmeras son el diario de una migrante: Kenya, Escocia, India, Venezuela, Colombia y todo lo demás que aparece entre caminos. Un poco de este desorden termina paradójicamente siendo una tarea enciclopédica sin fin: el viaje como búsqueda en donde lo familiar termina siendo lo que uno se lleva, es el viaje mismo, es la mirada a través de la cual ves el otro”.
A través del camino de la vida, para Beatriz, la palmera erguida casi fálica, ocupó una figura predominante como memoria, emblema, significancia, quizás parte del trópico que ocupó en su sentimiento el lugar de la infancia, de lo familiar, de la seguridad.
María Teresa Boulton
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