Thanos-Snap wolf

«Avengers: Infinity War» o el holocausto de los superhéroes

por Wolfgang Gil Lugo

24/05/2018
“La historia la escriben aquellos que cuelgan a los héroes”.
William Wallace en Corazón Valiente (Mel Gibson, 1995)

El término “Holocausto” tiene dos significados. Originalmente, se refiere al  sacrificio religioso pagano donde se quemaba a una víctima completamente. Luego ha devenido en una gran matanza de personas, especialmente la que tiene como fin exterminar un grupo social por motivos de raza, religión o política. En otras palabras, este segundo significado es sinónimo de genocidio.

La idea de genocidio no parece naturalmente asociada al concepto de superhéroe, debido a la resistencia que presentan estos personajes a sufrir daños permanentes, y mucho menos morir. Por eso, parece poco apropiado para designar un genocidio de estos personajes.

No obstante, algo es noticia también cuando es excepcional, por ejemplo, cuando un perro es mordido por un hombre. Eso es lo que sucede en la película Avengers: Inifinity war (Anthony Russo & Joe Russo 2018), donde asistimos a la destrucción masiva de algunos de los más destacados y amados de los justicieros con superpoderes.

La teogonía de Marvel

Para comprender esta película, debemos ubicarnos en la imaginería del Universo Marvel. A partir de los trabajos pioneros de Stan Lee,  Jack Kirby y Steve Ditko, la factoría de comics Marvel evolucionó en dos tendencias fructíferas. La primera, la antropológica, donde los hombres se convierten en superhombres. El estilo dramático Marvel explota las contradicciones internas de los personajes entre su humanidad y sus poderes, en el contexto de problemas históricos y morales.

Sus primeros superhéroes obtienen los poderes de accidentes donde está implicado el fenómeno radiactivo. Los Cuatro Fantásticos sufren una tormenta cósmica (1961), el Hombre Araña es mordido por un arácnido radiado (1962), y Hulk recibe una cantidad desmesurada de rayos Gamma (1962). Luego la trama cambia a la herencia biológica. Los mutantes son el producto del efecto de la radiación en sus progenitores. Por este camino, obtenemos toda la diversidad genética de los X-Men (1963).

La segunda tendencia es la teogónica. El “mitologema” imperante aquí es el de la encarnación, donde los dioses se convierten en superhéroes. Los mismos Stan Lee y Jack Kirby introdujeron el tema con Thor y la mitología germánica (1962). Con esto echaban mano de los panteones de religiones desaparecidas. Hay que reconocer que ya existía el precedente de la Mujer Maravilla (1941), pero la factoría de DC no dio un paso ulterior. En cambio, Lee  y Kirby sí llevaron a cabo una apuesta más arriesgada cuando crearon una nueva mitología. Todo comenzó cuando enfrentaron a los Cuatro Fantásticos contra un ser divino como Galactus y su heraldo el Silver Surfer (1966).

A partir de allí, su universo comenzó a llenarse de entidades metafísicas antropomórficas. Marvel arribó al territorio sin límites de la tesis teogónica, la cual exploró con audacia. Una iniciativa original. No fue superada siquiera por Star Wars, pese a la influencia de Joseph Campbell, pues Star Wars se mantiene más a nivel humano y no especula en lo teológico.

La mitología de Marvel no solo destaca respecto de la cultura mediática; también lo hace respecto a la alta cultura del siglo veinte y lo que va del siglo actual, donde se le da más espacio a la angustia y el fracaso que a la especulación metafísica, con las gloriosas excepciones de la narrativa de Jorge Luis Borges o la película 2001: Odisea del espacio de Stanley Kubrick. Se puede afirmar que la imaginería de Marvel es una anomalía tan maravillosa como la mitología del poeta inglés William Blake (1757-1827).

El gran logro de Marvel ha sido crear un espacio donde los dioses pueden ser imaginados como personajes de aventuras. Esto da como resultado un politeísmo barroco sumamente atractivo. Ahí los dioses pueden desplegar poderes ilimitados, menos –paradójicamente– la omnipotencia. Pues como ocurre en Infinity war, siempre puede aparecer un dios más poderoso.

Réquiem por los superhéroes

Al público no le gusta que el protagonista de una película muera de un modo innecesario. Tradicionalmente era complacido con la supervivencia del héroe. En los años 60, este supuesto comenzó a cuestionarse. Al final de películas como Bonnie and Clyde (1967) o  Easy Rider (1969) asistimos al sacrificio de sus personajes principales.

A medida que avanzaban los 70, se regresa a preservar la vida de los protagonistas. Esto lo confirma el sangriento final de Taxi Driver: no acaba con la vida de Travis Bickle (Robert de Niro). En el Padrino II, Michael Corleone (Al Pacino) sufre la muerte de su alma, pero su cuerpo sigue vivo hasta el final de la parte número III.

La gran excepción es Chinatown, por su final singular e inquietante: el horrible asesinato de Evelyn Mulwray (Faye Dunaway). Una declaración de la victoria del mal. La decisión de matar a los personajes al final de una gran cinta de Hollywood es algo que nunca fue tomado a la ligera. Lo novedoso y dramático del fin de Infinity War es la mortandad de héroes, los cuales no son protagonistas en el sentido convencional, sino personajes con los que se ha establecido una relación afectiva durante largos años. Al final de la película, el público queda profundamente conmovido y hasta conmocionado.

El consuelo ha sido sospechar que sucederá la magia del folletín. Ya vimos a Superman morir y resucitar. Sería ingenuo pensar que Marvel vaya a matar la gallina de los huevos de oro. Ya la casa productora ha anunciado un próximo capítulo de los Avengers para el año entrante. Lo que han hecho en Infinity War es jugar con nuestras emociones al enfrentarnos a la posibilidad de la destrucción masiva de nuestros seres queridos del mundo de la ficción.

¿Puede ser filósofo un villano?

El más icónico de los villanos de las mitologías pop es, sin duda, el Darth Vather de Star Wars. Está inspirado en el Dr. Doom, archienemigo de los Cuatro Fantásticos. Paradójicamente, cuando el Dr. Doom ha sido llevado al cine, no consigue la fuerza arquetípica de Darth Vather. Queda muy por debajo. Es una extraña situación donde el original se presenta como si fuese una pálida copia.

El Universo Cinematográfico Marvel ha gozado de una racha de éxitos sin precedentes durante la última década. Esta racha se ha visto empañada por la falta de profundidad de sus villanos. Afortunadamente para el estudio, el año 2018 ha sido un año muy positivo para los chicos malos de Marvel.  En el primer trimestre del año, Black Panther presentó un antagonista excepcionalmente cautivador: Killmonger (Michael B. Jordan), el vástago estadounidense abandonado de la realeza de Wakanda que lucha por regresar a su patria ancestral para usurpar el trono.

Ahora, en Infinity War, Thanos (Josh Brolin) es el villano más convincente de las películas Marvel hasta ahora. Marvel nos ha brindado un personaje consistente, a pesar de las burlas por su aspecto de gorila malva. Star Lord lo llega a llamar “barbilla de escroto”.

Esto se debe a dos razones. Primero, Thanos es capaz de mostrar afectos sinceros. Es conmovedor, y tal vez incluso comprensivo cuando debe hacer un sacrificio personal. Segundo, lo hace extraordinariamente convincente su sistema de creencias. A diferencia de los cómics, Thanos no es un amante de la diosa Muerte ni profesa un credo nihilista. En principio, tiene buenas intenciones. Planea “salvar” al universo. La estrategia de dicho plan consiste en matar a la mitad de la población del universo; eso le dará la oportunidad a los sobrevivientes para que se levanten y den un paso hacia una nueva edad de oro.

El plan está fundamentado en una filosofía que combina la teoría malthusiana de la población con la idea del progreso despiadado de Nietzsche. Según Malthus, los recursos crecen aritméticamente mientras la población lo hace geométricamente, es decir, es imposible la supervivencia humana en el futuro. Nietzsche, por su parte, cree que la evolución del superhombre exige sacrificar a los simples humanos.

Esta filosofía de Thanos es utilitarista. El utilitarismo privilegia a la utilidad por encima de los principios éticos. Y aquí se pone al servicio de una concepción providencialista de la historia. Si la humanidad tiene como destino florecer, será necesario algo de poda. La felicidad sobreabundante de la futura edad de oro justifica el dolor de la aniquilación masiva. Solo con una perspectiva de este tipo se puede sostener que la masacre de la mitad de la población beneficiará al universo.

Thanos Incluso aporta evidencias empíricas. Nos cuenta que Titán, su planeta natal, fue devastado cuando alcanzó la catástrofe malthusiana de la escasez de recursos.  También nos refiere el éxito de su política en el planeta natal de Gamora, el cual fue sometido a la masacre terapéutica.

La amenaza del genocidio

Estos ejemplos de Thanos están extraídos del mundo de la ficción. Lo que hace que su filosofía sea aún más aterradora es que tiene precedentes en el mundo real. Hay historiadores contemporáneos que creen que la peste negra, una pandemia que causó la muerte de la mitad de la población de Europa, marcó el comienzo del Renacimiento.

Aún más escalofriante es que existen intelectuales, como Bernard Shaw, entre otros, que han abogado por el método del genocidio como forma de asegurar el progreso humano.

Tales mentes parecieran estar esperando la oportunidad histórica para que algún tirano, como Thanos o Stalin o Hitler, realice sus sueños de engarzar las seis Gemas del Infinito en el guantelete, y así, con un simple chasquido de dedos, detonar la aniquilación quirúrgica y sistemática.


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