Fútbol

Argentina vs. Venezuela: Messi y Di María lideran el baño de masas en La Bombonera

Fotografía de ALEJANDRO PAGNI | AFP

26/03/2022

Cuando se está yendo hacia La Bombonera, la primera señal de que se está cerca se produce a tres cuadras de la cancha, cuando se escuchan los gritos de los aficionados. Dos horas y media antes del partido entre Argentina y Venezuela, ya se escuchaban esas voces, esas gargantas vaciándose para alentar a la selección local. Mientras tanto, por las distintas calles de acceso hacia la cancha iban y venían fanáticos argentinos, en su mayoría; también había venezolanos, pero la recomendación de no llevar nada distintivo hacía más complejo el reconocimiento. Unos y otros llegaron para ver el que, hasta ahora, fue el último partido de La Albiceleste en su país antes del Mundial de Catar 2022.

Ya en la cancha, mientras se esperaba por las alineaciones, a medida que se llenaba el estadio también se hacían más perceptibles esos gritos. Ya no solo eran un sonido sino una imagen: cientos de personas moviendo sus brazos derechos hacia adelante, hacia el verde. Una sincronía tan encantadora como intimidante: ante tanta gente desbordada, uno, extranjero y visitante, se sentía pequeñito. Entre tanto, aparecieron las alineaciones. Ninguno de los especialistas ni los fanáticos más estudiosos imaginó que La Vinotinto saldría a jugar contra Argentina con tres centrales. A ellos se sumaron los carrileros, en fase defensiva. Venezuela propuso una línea de cinco para intentar contener al rival en La Bombonera. Quería un partido de mínimos riesgos y, también, de pocas ambiciones: se trató de proteger el arco antes que intentar atacar el del adversario. Aunque son tiempos de prueba, el planteamiento y su ejecución no deja de ser inquietante. Sobre todo por el resultado final: 3 a 0.

Durante los días previos al partido, la prensa local estaba más interesada en conocer la lista de convocados de Argentina para el Mundial de Catar 2022 antes que en reflexionar sobre su próximo rival. La Vinotinto es un cúmulo de jugadores que intentan ser un equipo, mientras La Albiceleste continúa invicta en la Eliminatoria Sudamericana y lleva un racha de 30 partidos consecutivos sin perder. En ese trayecto, el equipo ganó una Copa América que estableció una suerte de idilio con la afición: “Dale Campeón, Dale Campeón…” se escuchó en La Bombonera, durante un juego que tuvo mucho de fiesta y despedida.

Los jugadores, campeonato mediante, también se liberaron. Ya no son aquel equipo que perdió tres finales, visto desde la perspectiva local más pesimista e injusta; ahora son el Campeón de América. Desde la grada de Boca Juniors se encargaron de recordarlo, de celebrarlo, e incluso de ir más allá: “Volveremos, volveremos/Volveremos a se’ Campeones/como en el 86”. Queda lejos aquel Mundial. Entre ese momento y el presente, el país ha visto a varias generaciones talentosas; quizá de las mejores de su historia, por la obra de preparadores como José Pékerman, su trabajo con las categorías inferiores y el posterior proceso en la Selección.

Fotografía de ALEJANDRO PAGNI | AFP

José Pékerman y el planteamiento de La Vinotinto

Hay quien considera a José Pékerman como el último gran revolucionario del fútbol argentino. En ningún contexto una definición de ese estilo es menor; si se relaciona con uno de los países de mayor tradición en la historia del juego, la figura del entrenador se engrandece a la altura de cualquier estadio. Sus jugadores hablan con cariño y respeto sobre él; la prensa lo reconoce; la Asociación Argentina de Fútbol le rinde un homenaje mientras en La Bombonera se rompen las manos con aplausos y él asume con humildad el elogio..

Parte de ese presente se basa en algo cultivado hace más de quince años: el respeto hacia la camiseta y el compromiso en relación con ser un jugador de la Selección Nacional. Son aspectos que parecen lugares comunes, frases hechas por los hinchas y el periodismo. Pero no lo son si se tiene en cuenta que esa filosofía de trabajo marcó un antes y un después en Lionel Scaloni, el actual seleccionador de Argentina, por ejemplo; o en Pablo Aimar, también parte del cuerpo técnico; o en Walter Samuel, quien también es parte de La Scaloneta. Esa forma de vida es la que José Pékerman ha ido destilando entre ruedas de prensa: quiere que La Vinotinto sea competitiva mientras, también, influye en quienes forman parte de ella.

Puede que por eso, por el fin competitivo, el entrenador planteara una línea de cinco defensores contra Argentina. El antecedente contra Uruguay sigue fresco. Aquella noche La Vinotinto recibió cuatro goles. Pudieron ser más. En un contexto aún más volcánico, en el corazón de La Boca y con Argentina en plan de despedida de su público, es válido sospechar que José Pékerman propuso esa idea para evitar una goleada. Puede que nadie en Venezuela sea más consciente de cuán importante son las victorias en los procesos y cuánto influyen las derrotas abultadas. Incluso sin jugar bien, el triunfo o el empate permiten ganar tiempo y, quizá lo más importante, confianza entre los involucrados. Este 25 de marzo de 2022, evitar un roto futbolístico de época fue una de las intenciones del equipo.

Fotografía de JUAN MABROMATA | AFP

Nadie sale a perder pero no todos salen a ganar. Visto lo visto en La Bombonera, La Vinotinto decidió ser parte del segundo grupo. Su presente futbolístico no le permite aspirar a demasiadas cosas. Pero esto no debería ser un condicionante para intentarlo. El funcionamiento del equipo durante ese primer tramo pareció echar por tierra las búsquedas de los dos primeros partidos. Los laterales no pudieron ser parte del juego en fase ofensiva. Los mediocampistas no lograron asociarse con frecuencia (fueron escasos los momentos en los que se hicieron varios pases entre ellos) y los delanteros, Salomón Rondón y Josef Martínez, estaban tan lejos del arco rival que defender, más que una obligación, era un alivio para evitar correr en demasía.

Argentina presionaba y recuperaba. Una y otra vez. Se atascaba en la frontal del área de Venezuela. Pero su dominio de las distintas fases del juego era estable. Tanto, que salir del primer tiempo con solo un gol pareció poco. La Vinotinto volvió a la cancha con un cambio de esquema: del 5-3-2 al 4-4-2. Se notó en el posicionamiento pero en cuanto al funcionamiento no hubo mayores novedades. El equipo no podía dar cinco pases entre sí y tampoco mostró mecanismos para contraatacar con eficiencia. Hay tanto mérito del rival como demérito propio. Las amarillas a Yangel Herrera y Roberto Rosales, casi sucesivas (en el minuto 69 y 71, respectivamente), parecieron más propias de la fatiga física y cognitiva que un fallo en la estrategia o el posicionamiento, por referir sólo dos aspectos de un ecosistema más complejo. Sirven de síntoma para intuir que el equipo pasó demasiado tiempo corriendo detrás de la pelota.

Lionel Messi, Ángel Di María y el disfrute

Con el pasar de los minutos, quedó en evidencia eso que ha sido referido por distintas voces: la Selección Argentina goza jugando al fútbol. Los rivales podrán costarle más o menos. No importa. La complejidad del reto es un aliciente para intentar superarse. Los jugadores se buscan, se ofrecen y se imaginan entre sí: por eso surgen pases que parecen imposibles, posibilidades que solo existen en el plano de las ideas, hasta que ellos las materializan para asombro de los extranjeros y para alegría de los locales. En esa suerte de estado de flujo constante en el que está La Albiceleste, Ángel Di María y Lionel Messi son las principales figuras.

El partido aún no había empezado y La Bombonera ya coreaba el “Messi… Messi…” mientras los brazos de los presentes iban de atrás hacia adelante, en señal de reverencia. Eso fue durante la entrada en calor. Un par de horas antes, en la calle Aristóbulo del Valle que da hacia La Bombonera, unos niños se animaban: “Vení, vení / cantá conmigo / que un amigo vas a encontrar / que de la mano de Leo Messi / todos la vuelta vamos a dar”. Abrazaban años de cánticos, se hacían a la tradición de su país, para luego ver a su ídolo dirigiendo una exhibición formidable de habilidad y despliegue físico.

Messi es el termómetro del equipo y de la afición. Si él está conectado, los circuitos internos fluyen de mejor manera y de la grada caen olas y olas de gritos: “¡Ar-gen-tina! ¡Ar-gen-tina! ¡Ar-gen-tina!”. El 10 se mueve a gusto por la cancha. Pensar que no hay forma de pararlo es más un homenaje hacia él, una señal de respeto, antes que una exageración. Se sospecha que este juego en La Bombonera fue el último que jugó con Argentina como local. Eso solo lo sabe él. Pero a juzgar por el nivel de su juego, es válido sospechar que era una jornada especial para él. Eso explica que su partido fuera una antología de sus habilidades. En vez de una jornada más, estábamos viendo sus años de carrera, su evolución como futbolista, jugada tras jugada.

Fotografía de ALEJANDRO PAGNI | AFP

Algo similar ocurrió con Angel Di María. Cuando en el entretiempo atravesó la cancha para ir al banquillo de suplentes, desde La 12 comenzaron a gritar “Fideeeooo… Fideeeooo… Fideeeooo”. No era la primera vez en la noche. El público argentino sostiene una relación de cariño y respeto hacia el jugador que es difícil dimensionar. Esa grada, quizá la más mítica de la región, estaba repleta de hinchas de Boca Juniors. Se entendió cuando, en pleno juego, comenzaron a gritar “Dale Bo… Dale Bo…”. Sin embargo, ante el jugador criado en Rosario Central, se desvanecían las diferencias. Puede que ese sea uno de los orgullos más importantes para un futbolista: sentir que le quieren más allá de los colores a los que representan.

Los goles de ambos, junto con el de Nicolás González, cerraron una noche que la actual Selección Argentina quizá no olvide; sobre la que hablarán dentro de unos años por la sinergia con el público, por ser un episodio más de una relación saludable e intensa entre grada y futbolistas. Sea en La Bombonera, en El Monumental o en cualquier otro estadio del país. Mientras tanto, Venezuela sigue atravesando su camino de sombras e irregularidades para ver si un día experimenta un goce parecido.


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