Catar 2022

Argentina, en semis: Buenos Aires se sale de control

Fotografía de Manan Vatsyayana | AFP

10/12/2022

Una ambulancia, con la sirena y todas las luces encendidas, atraviesa la avenida Estado de Israel, en el barrio de Villa Crespo. En cualquier otro día, la escena no podría ser posible, ni por el tráfico –mayor que ahora– ni porque, durante la semana, esa ambulancia no tendría una bandera argentina en su parabrisas ni estaría siendo celebrada por los vecinos que la miran desde los edificios. Argentina acaba de clasificar a la semifinal de Qatar 2022 y en Buenos Aires no paran de sucederse escenas absurdas y conmovedoras. 

Al paso de la ambulancia le siguen una ráfaga de motorizados que trabajan entregando pedidos. Tocan las cornetas, al igual que los autos que pasan. La ciudad, que estaba vaciada durante el juego contra Países Bajos, recobra su andar en un contexto extraordinario: el país y su selección están a dos partidos de la posibilidad de ser campeones del mundo y ya no hay manera de que los argentinos, y no pocos extranjeros residenciados acá, puedan contener la emoción. 

Aunque faltaba más de una hora para el partido de Argentina, Buenos Aires comenzó a entrar en trance con la eliminación de Brasil. Primero, inquietud ante el empate a cero durante los 90 minutos reglamentarios. Luego, llegó el nervio debido al primer gol de Neymar, una de las mejores anotaciones de la Copa. Cuando el país ya imaginaba una posible semifinal sudamericana, apareció el remate de Bruno Petković, desviado por Marquinhos, para terminar en la red de Brasil. La igualdad y el posterior acierto de Croacia en la tanda de penales se celebraron como triunfos propios. Buenos Aires tiene memoria y, aunque Croacia evoca algún mal recuerdo, la rivalidad contra Brasil influye en su tradición futbolística. Da igual que fuera otro equipo sudamericano porque en este país solo interesa que prevalezca uno.

La reacción, a gritos entre los edificios, también tiene otro fondo: la sensación de que el clasificado es un candidato más asequible en relación con el pentacampeón; que una parte del camino se despejaba de obstáculos mayores, como Neymar. Pero antes de llegar a esa instancia, las semifinales, Argentina debía jugar su partido, condicionada por una duda: las condiciones físicas de Rodrigo de Paul. El mediocampista, cuestionado durante los dos primeros partidos, elevó su rendimiento tanto que ahora el país parecía integrarse en una sola plegaria: que pudiera estar en el juego. Su alineación debió ser un alivio y su rendimiento, en línea con la mejoría registrada, una garantía para el equipo. 

Fotografía de Manan Vatsyayana | AFP

El juego comenzó con la ciudad vacía y el eco de los festejos por la eliminación de Brasil entre las paredes. Cuando terminó de extraviarse aquella alegría, la ilusión era proporcional al silencio: perceptible y abrumador. Es válido imaginar que lo ocurrido con Brasil sirvió al equipo como un estímulo y, al mismo tiempo, como un recordatorio: ningún partido se gana antes de jugarse y, en tiempos modernos, no basta solo con la camiseta. 

Argentina empezó a jugar contra Países Bajos con la serenidad de un equipo que se sabe consciente de su juego, de sus capacidades y, quizá, siente que en las otras llaves las cosas están andando a su favor. 

Ese estado anímico es una de las explicaciones al buen primer tiempo del equipo. Su relación con el balón mejora partido a partido –aunque la velocidad sigue siendo un pendiente–. Los jugadores que en principio no se habían tomado como opciones relevantes se han vuelto piezas clave. El nivel de los adversarios mejora y, aun así, el equipo logra controlar la mayor parte del juego. 

En la oralidad, lejos de los estadios, argentinos y extranjeros siguen abrazados a sus cábalas, como la mamá de Julieta y la enseñanza que le dejó a ella. Cuando Países Bajos atacaba, empezaba a decir “chu-chu-chu-chu-chu-chú” como una manera de embrujar a los de anaranjado. La única vez que no lo hizo, anotaron un gol, en el minuto 83. Es curioso cómo un país reconocido por su ingenio, al menos en el área musical y literaria, también puede tener manifestaciones de este estilo que son difíciles de entender, desde lo racional, pero imposibles de resistir, visto a través de la pasión. 

Para ese entonces, Argentina ya había anotado dos goles. El primero, firmado por Nahuel Molina, luego de una asistencia asombrosa de Lionel Messi; el segundo fue firmado por el 10, de penal. El rosarino, extenuado, podía ser una postal del estado climático de Buenos Aires, donde la sensación térmica llegó hasta los 40 grados durante el juego. Pero no. Messi estaba lejos de los barrios porteños y, a la vez, cerca, en cada casa, en cada apartamento, en cada bar, en cada pantalla, acompañado a esos que lo sienten como suyo.

Argentina sostuvo el partido hasta que, ironías de la vida, entró en un campo que esta vez no pudo controlar: el pasional. Luego de su gol, Países Bajos tuvo siete minutos reglamentarios y diez más de agregado para intentar empatar el partido. En campo, y a esa altura del juego, Rodrigo de Paul ya no estaba en cancha y Leandro Paredes, su sustituto, confundió ímpetu con inmadurez durante los primeros minutos. Mientras su selección necesitaba volver al balón y serenarse entre pases, el mediocampista propició una serie de acciones que sacaron chispas entre ambos equipos. Con el pasar del encuentro, volvió sobre sí y el equipo volvió a templarse.

Pero, sin el control emocional sobre el juego, Argentina no podía marcar el ritmo del partido. Países Bajos avanzó sobre el campo y el nervio en el área rival podía percibirse tanto en cada acción. El final fue una suerte de homenaje a ambas selecciones que procuraron jugar de acuerdo con su filosofía. Uno de los encuentros de mayor competitividad durante Qatar 2022, solo empañado por un árbitro, Antonio Mateu Lahoz, quien no logró estar a la altura del juego. Países Bajos empató mucho antes de que Julieta lo supiera, debido al delay entre la transmisión satelital y la TV pública. Ella se acercó al balcón antes de que el partido, en el televisor de su living, terminara. Segundos de silencio. Ansiedad. Antes de que Países Bajos anotara, ella ya sabía que habían empatado en la última jugada del tiempo agregado. Ninguno de los vecinos celebró. Comenzaron a escucharse los lamentos.

Fotografía de Alberto Pizzoli | AFP

Como si se tratara de un pacto, los equipos debieron hacer prórrogas. La primera, a favor de Países Bajos, mientras que la segunda le perteneció a Argentina. La albiceleste estuvo a milímetros de sacar ventaja. Pero el fútbol es un juego muy caprichoso. El país que había visto la eliminación de Brasil por penales debía observar, ahora, cómo su clasificación se resolvía de la misma manera. 

Para ese entonces, Julieta había dejado de hacer “chu-chu-chu-chu-chu-chú”. El maldito delay spoileaba cada cobro. Así supo, yendo al balcón en unas y parándose ante la pantalla en otras, sobre cada parada de Emiliano Dibu Martínez, ante las que dijo: “Por eso hay que ir a terapia”, en referencia a los comentarios del arquero sobre su salud mental. Cuando Lautaro Martínez anotó el último de la tanda, para poner al país entre los cuatro mejores, se escuchó una voz: “¡De Racing!”, porque acá esos jugadores representan a una selección, a un país, y también al club con el que están asociados. 

Media hora después del paso de aquella ambulancia, aún se escuchan cornetas. En el Obelisco la gente ya celebra, aunque se espera una tormenta en poco tiempo.

La tormenta se produjo en la ciudad, durante dos o tres horas, a la par que en las redes sociales y los medios de comunicación también llovían comentarios y opiniones sobre lo ocurrido en el postpartido. Varios jugadores de Argentina festejaron ante sus rivales, acciones que luego se intentaron justificar con otras de los jugadores de Países Bajos. Aquel me dijo esto y yo le dije esto. ¿El resultado? Un episodio más dentro de una saga de choques entre futbolistas y cuerpos técnicos de ambos países, desde los cruces en otros mundiales hasta los comentarios de Louis van Gaal sobre figuras como Messi y Ángel Di María, o su pasado con Juan Román Riquelme.

Argentina celebra, con la vista puesta en Croacia. El adversario vuelve a llegar a una semifinal de la Copa del Mundo, con un grupo unido y claro en cuanto puede y debe haber. La diferencia, en relación con este viernes, es que el próximo martes, a partir de las 4:00 p.m., nadie los aplaudirá en este lado del mundo.


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