Alguien le metió mano a la maquinaria general del mundo y le bajó el volumen // Diario de la peste

Fotografía de Dima Bushkov | Flickr

12/05/2020

Como si las mujeres y los hombres y los niños y los perros y hasta los propios autos y las máquinas en funcionamiento todavía no pudieran producir a gusto todos sus sonidos habituales. 

El volumen exterior de la ciudad ha bajado.

Alguien le metió mano a la maquinaria general del mundo y le bajó el volumen.

Una amiga de Brasil me escribe:

«Me gustaría tener un megáfono como un señor allá en Ipanema. 

Dicen que desde su décimo piso, frente a la playa, montó su bocina en el balcón.

Y desde allá arriba advertía con el megáfono: ¡Hey!, oye, tú, el chico de camiseta azul, ¡hey!, el de la bici, ¡sí, tú! Te va a dar coronavirus, ¿eh?

Oiga, usted, la del traje de baño de flores, la de pelo arreglado y lipstick rojo, ¡sí, usted, señora! Le va a dar coronavirus, ¿eh?

Y el señor se pasó el día señalando y gritando desde su décimo piso. Es lo que cuentan.»

Ella vive en Rio, está aterrorizada.

Brasil superó los 11 mil muertos, y ayer murió Sérgio Sant’Anna, «uno de los principales escritores brasileños, a los 78 años, víctima de coronavirus,»

Alguien le metió mano a la maquinaria general del mundo y le bajó el volumen: sí, eso es.

Un Dios que no le vuelva la espalda al progreso técnico. Un Dios que se perfeccione.

En materia del bien y del mal, ya todo está resuelto. Pero hay máquinas nuevas.

El desempleo alcanza los niveles de la Gran Depresión de 1929 en E.U. y, en Guatemala, mujeres al borde de la carretera sostienen una bandera blanca.

Agitan la bandera blanca cuando pasa un auto o una moto. 

Sin empleo, le piden comida a quien se detenga.

Bandera blanca de rendición.

Air France va a implementar un control de temperatura en los vuelos, y un ciclista profesional italiano estuvo, durante los días más duros, entregando pizzas.

En Turín, en bicicleta, entregaba pizzas y helados como repartidor.

Quisiera conocer su nombre. ¿Cuál es su nombre?

Un caracol puede ocultarse en su concha durante tres años para protegerse del mal tiempo.

Hay que estudiar a los animales.

Ahí viene el mal tiempo.

Lista de utopías.

Sustituir utopías que ocupan mucho espacio por microutopías.

Una utopía que pueda llevarse en el bolsillo.

Una miniatura: que un animal pueda practicar solo.

Una actividad utópica por la mañana, que sustituya el ejercicio físico de manos y pies.

«María Branyas, de 113 años, es ahora la persona más longeva que supera el nuevo coronavirus.»

En la noche, pesadilla/imágenes.

Mujeres u hombres con banderas blancas en las ventanas de sus propias casas.

No salen, tienen miedo.

Le piden comida a los que pasan por la calle.

El palacio de los proyectos, de los Kabakov.

Recopilación de pequeñas utopías de personas de la antigua Unión Soviética.

Una: construir unas alas de ángel y después ponérselas en la espalda durante diez minutos, tres veces al día.

Como un medicamento. Dosis: diez minutos, tres veces al día, durante dos meses.

Y, al cabo de dos meses, un hombre habrá cambiado para mejor.

Es la utopía de Solomatkin, chofer de Kishinev.

E imagino a dos personas que no se conocen.

Una necesita a la otra. Es urgente.

Cada una llevará una bandera blanca para identificarse en la ciudad.

Pero cuando llegan a la calle ven que hay miles de personas con banderas blancas.

Una lluvia tremenda la noche de ayer: frío y lluvia y después menos lluvia.

Perras empapadas, satisfechas.

Tal vez Dios lleva también una bandera blanca, dice alguien.

Y por eso no lo encontramos.

Cierro la ventana, abro la ventana, cierro la ventana.

Una casi frase bíblica, ésta. Y el señor se pasó el día señalando y gritando desde su décimo piso.

Es lo que cuentan.

***

Este texto fue publicado originalmente en portugués en el diario Expresso de Portugal el 11 de mayo de 2020. La traducción al español es de Paula Abramo.


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