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Para Adam Zagajewski: “Sólo la hierba, amarilla y cansada, era inmortal”
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Parte del verso que cierra el poema “1969” de Adam Zagajewski (Ucrania,1945 – Polonia, 2021): “Tiempo, ten piedad. Destrucción, ten piedad” no solo da título a este libro de Jacqueline Goldberg (Venezuela, 1966), sino que alimenta la atmósfera de esta novela breve.
La anécdota es sencilla, cotidiana y queda clara desde el inicio: una venezolana que vive en Noruega se ve obligada a regresar a su ciudad natal porque un hermano está gravemente enfermo. Lo que sigue son seis capítulos identificando la ruta que la viajante, así denominada, así identificada y despersonalizada, emprende: Ventanilla primera Stavanger/Frankfurt, Ventanilla segunda Frankfurt/Lisboa, Ventanilla tercera Lisboa/Ciudad de Panamá, Ventanilla cuarta Ciudad de Panamá/Caracas, Ventanilla quinta Caracas/Maracaibo, Ventanilla sexta Maracaibo/Aruba. Eso es todo. Una viajante y su ruta. Una viajante, su ruta y su dolor.
Rasgos tomados de aquí y de allá, le bastan para conformar una mirada. Así define a la viajante:
Rara avis.
Por un anciano temperamento, desde pequeña escogió el temple. También la amargura. Tanto desmán a su alrededor hizo de ella una niña aislada, una adolescente tosca, ahora una mujer contenida.
Temprano acopió los afilados vocablos con los que delimitaría su mundo.
¿Qué me interesó de esta novela en prosa y más que en prosa en verso?
En primer lugar, el lenguaje: cortante, tallado sin piedad, algo que resulta irónico dado el título.
En segundo lugar, la sal. Todo el texto está impregnado por esa presencia granulosa, diminuta, contenida. Una atmósfera que quema los ojos y por lo tanto la mirada.
La introspección, el mirarse, el saber mirarse, en tercer lugar.
La dinámica narración nos mueve en varios vuelos eludiendo la repetición a pesar de lo monótono de las acciones. Me fue grato ese lugar no lugar donde se desarrolla esta novela. Es un ambiente protegido y permite que se explaye la interioridad. El momento del vuelo, de las nubes, de la simulación que rodea a todas las situaciones: pasajeros y tripulantes fingiendo, ocultando: Una tensa perfección.
Sin embargo, no me comunicó la sensación del regreso o no regreso (no porque no esté explícita en el texto) sino porque me detuve más en el movimiento. De alguna manera, todos nos vamos moviendo en la cabina de un avión, o por tierra o entre cuatro paredes o cuando dormimos. Nos estamos desplazando en cualquier circunstancia.
El paisito, como lo denomina la voz narrativa, allí el dolor, lo que menos me interesa en este universo narrado. Está en segundo plano, consumiendo batería y datos.
El hilarante momento en que el logo rojo con tinte político se convierte en el logo de una ropa de marca gracias al whisky compartido, es revelador de las tensiones acumuladas por más de veinte años. Desnudado el prejuicio, queda la bondad como gesto anónimo de un pasajero, alguien que pasa… Una solidaridad de desolados.
Ahora, de todas maneras, es tarde para casi todo, piensa.
Ahora, con una sensación de ahogo, de cuello quebrado, con ojos más secos que en toda víspera, va en el primero de otros aviones rumbo a casa.
El cortante final del viaje trucado, del falso regreso y del esfuerzo inútil, del dolor inútil es una gran imagen de estos años.
La viajante se regresa, la viajante se queda. La templanza la sostiene.
María Antonieta Flores
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