Ana Nóbrega trabajando en su taller. Fotografía de Diego Torrres Pantin
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—Señora, le repito —dijo el médico—. Si quiere dar a luz con rubeola, hay tres posibilidades: su hijo nacerá sordo, con problemas cardíacos o ciego.
Ana Nóbrega y su marido no estaban contentos con las palabras del ginecólogo. Se había contagiado de rubeola, una enfermedad similar a la lechina que genera asma y un sarpullido en la piel. Vivían en Caucagua, un pueblo de Barlovento. Ana pensó en las posibilidades: si nacía con sordera, podría aprender lenguaje de señas. Si nacía con problemas cardíacos, podría comprar pastillas y tener asesoramiento médico; pero si nacía ciego, ¿cómo podría ser la comunicación? Durante dos meses, esa pregunta la atosigó. Finalmente, tuvo una pérdida.
Esa fue la primera de las tres experiencias que orientaron su sensibilidad por el mundo de los ciegos. Ana se dedica al arte háptico, una modalidad que, mediante recursos táctiles, les permite a los invidentes “ver” las obras.
Sus tres primeros contactos
Nació en Tumeremo (Estado Bolívar), en 1948. Fue criada en Caracas, pero sus vacaciones transcurrían en la casa de su abuela, en su pueblo natal. Estando allí, a veces visitaba a la señora Teresa, quien elaboraba coronas para los muertos con pétalos de flores con motivo del día de los Fieles Difuntos.
—Ana, por favor, pásame los pétalos rojos —le decía la anciana.
Ana le pasaba los azules. Entre risas, escogía el color. Esa travesura infantil la divirtió durante años.
Se casó a los 16. Tuvo dos hijas y un hijo antes de los 19. Después de vivir en Caucagua, se mudó a Maracay, la capital de Aragua. A sus 32 años, se matriculó en Arte Puro, en la Universidad Rafael Monasterios. Gustavo, su esposo, “era un hombre maravilloso, pero muy machista”. Por lo que sintió que debía ocultarle sus estudios. Recibía clases mientras él trabajaba como gerente bancario. Cuatro años después, dos graduaciones coincidieron en una misma fecha: la de Ana y la de su hijo.
—¿Cómo que tú también te vas a graduar?”
Aunque se produjo una crisis matrimonial, al final optó por apoyarla.
Ya titulada, Ana trabajó como coordinadora en el Museo Mario Abreu. En 1985, la institución recibió una exposición itinerante de Víctor Valera, quien hizo 30 esculturas para videntes y 30 para invidentes, teniendo estas últimas un discurso táctil. Le conmovió profundamente ver el contacto de los ciegos con las obras.
Desde esa época, la obra de Ana se ha mostrado en diferentes galerías y museos, dentro y fuera de Venezuela. Aunque las artes gráficas han sido siempre su formato predilecto, también se ha desempeñado en la cerámica, la pintura y la escultura. Además, la carrera de Ana siempre ha lidiado con realidades sociales.
En los 90, creó la Fundación Taller de Arte Creando. Sus dos hijas, egresadas de Educación Especial, la asesoraban. Recibió niños con autismo, parálisis cerebral, síndrome de down. Les enseñaba diversas técnicas. El alumno, al mejorar sus destrezas artísticas, también mejoraba su autoestima, habilidades motoras, comunicativas y sociales. En 2000, a petición de la alcaldía, su institución realizó esas actividades en varias comunidades de Maracay. El resultado de todos sus talleres se mostró en una exposición itinerante que recorrió el país. La actividad se repitió anualmente hasta el 2010. Hoy mantiene contacto con gran parte de su antiguo estudiantado.
En 2007, Ana estaba a poco de titularse por segunda vez, en la Escuela Armando Reverón, donde se matriculó debido a su deseo de seguir creciendo. Trabajaba también como coordinadora de la galería de la Escuela Rafael Monasterios. Recibió la visita de Luzmary Guzmán, directora del Centro de Atención Integral de Deficiencias Visuales (CAIDV), quien buscaba una institución de Maracay que vinculara el arte visual con los ciegos. Ana optó por acompañarla al taller, donde conoció a un grupo de adultos que adquirieron la ceguera teniendo edades de entre 30 y 60 años. Recibían clases para adaptarse a su nueva condición. En las conversaciones, les planteó una idea: ellos deberían guiarla en la creación de una obra de arte para invidentes.
—Profesora, ¿usted podría dibujar nuestros recuerdos? —preguntó un participante.
Seguidamente, uno por uno, los estudiantes le narraron sus recuerdos visuales más preciados para que ella los pintara: un ponny de la finca familiar, el jarrón de flores de una madre, un paisaje de casas coloridas de Maracaibo o la atmósfera nubosa del Parque Nacional Henry Pittier. Cuando una persona pierde la vista, sus memorias adquieren una importancia especial.
Para plasmar aquellas memorias correctamente, se comprometió a asistir cada jueves al taller. Traía consigo las obras gráficas ya impresas, sobre las cuales realizaba trazos para que los alumnos las tocaran. Siempre le decían lo mismo: “Perdón, pero no siento nada”. Ese proceso duró un año. Hasta que un día un participante colocó la pieza al revés y deslizó su mano sobre la superficie que estaba detrás del dibujo.
—¡Profesora, ahora sí veo la obra!
Ana entendió su error: al trazar encima del dibujo, el volumen se desplazaba a la parte trasera del cuadro, de modo que los ciegos no tocaban texturas sino “agujeros”. Entonces aplicó el proceso inverso: una vez terminada la pieza, hacía los trazos en la parte trasera, de modo que los invidentes pudieran sentir la textura. Antes entraban en contacto con una depresión en una llanura; ahora, con un valle montañoso. No procuró realizar representaciones fidedignas, sino bidimensionales, de composiciones sencillas, a fin de lograr una mejor comunicación.
Gracias a esa técnica, en tan solo unas semanas Ana fue capaz de elaborar un corpus de obras que encantó a los integrantes del grupo. Convirtió el proyecto en su tesis de grado: Manos para ver. Luis Cabrera, su profesor, le dijo que tenía que buscar dentro de sí para saber por qué le interesaba ese tema. Ella recordó tres momentos claramente identificables: el contacto con la señora Teresa, la exposición de Víctor Valera y la visita de la profesora a la galería.
Manos para ver se expuso en la Casa de los Arcos (Maracay). Tuvo buena acogida por parte del público: asistieron ciegos de toda la ciudad que la hicieron recordar la exposición de Valera. Después, otras instituciones la invitaron a sus espacios. La primera de todas, fue el Museo Rafael Urdaneta (Maracaibo). Allí, Ana vio llegar una serie de autobuses llenos de invidentes. Observó a una mujer cuya ceguera era congénita, de ojos totalmente blancos. Al ir tocando cada una de las piezas, su rostro y cuerpo mostraron una reacción de alegría; empezó a llorar.
—¡Pensé que nunca iba a poder ver una obra de arte! —exclamó.
Ana también lloró. Era la primera vez que presenciaba la reacción de un ciego congénito ante su arte. Sin embargo, se dio cuenta de un detalle: cuando un invidente tocaba una obra, tenía que hacer una serie de movimientos con la mano para decodificar su lenguaje gráfico; en consecuencia, “ver” varias piezas le resulta agotador.
La exposición llegó también al Museo Jacobo Borges en Caracas. Ana les avisó al curador y al museógrafo del error cometido anteriormente. Optaron por una solución ingeniosa: en lugar de disponer las obras colgadas a una pared, en un ángulo de 90 grados, las colocaron en un ángulo de 45 grados con unas plataformas, para que nadie se cansara mientras disfrutaba de ellas. Y para hacerlas más accesibles, hicieron la exposición en la entrada. Llegaron personas en sillas de ruedas hasta el lugar, sin necesidad de ingresar a las instalaciones. Al retirar las piezas, Ana chequeó el libro de visitas: muchos visitantes ciegos dejaron mensajes de agradecimiento.
—La percepción háptica no es solo tocar. El ciego da vuelta a la mano. Percibe con lo que pueda. Cuando se acerca a una obra, lo primero que hace es buscar los contornos; después, las texturas; seguidamente, la temperatura; y si la obra tiene olor, le resulta maravilloso. Suele mostrar emoción.
Finalmente, Manos para ver encontró un hogar estable en un segundo viaje a Maracaibo. Concretamente, en la Universidad del Zulia, donde se inauguraba una biblioteca especializada en la ceguera. Al lado del recinto, se dispuso una exposición permanente, junto a poemas traducidos al braille de Aarón Almeida Holmquist.
El mundo creativo de Ana Nóbrega
Para lograr la correcta comunicación gráfica con el público invidente, Ana crea contornos bien definidos para la elaboración de las formas. Usa líneas táctiles que bordean cada forma. Las hace con bordados, cartulinas, o algún material generador de textura. A través del tacto, se puede hacer un recorrido para ver una mariposa, un círculo o un árbol. Siempre ha preferido paletas monocromáticas.
No siempre se vale del contorno para la creación háptica. A veces, la figura entera está revestida de volumen. Aunque Ana es una dibujante experta, capaz de ilustrar a personas con total realismo, casi todo su arte utiliza las manchas, los puntos, las salpicaduras y los trazados. Su arte se basa en la difuminación, utiliza a su favor lo que otros artistas llamarían “impurezas” en series como Nuestra señora de la Candelaria XIII, Nuevo Paisaje o Paisaje fraccionado.
Como no busca una representación de la realidad, no suele utilizar la perspectiva para la creación de fondos, sino más bien, colores planos. Cuando se maneja en el campo de la figuración, por lo general crea imágenes que se acercan más al mundo de los sueños, pero que no se desligan del mundo material. Parecen “flotar” en la nada. Sus paisajes no son explícitos, sino sugerentes: mediante formas abstractas, crea lugares habitados por coloraciones y texturas, que sugieren montañas, ríos, árboles, caminos o formaciones rocosas, entre otros elementos. Para ver esos sitios, es necesario usar la imaginación.
Ana se inspira en la capacidad que tiene la memoria para alterar nuestra perspectiva de la realidad. Aplica para representar una figura religiosa como la Virgen de la Candelaria, sobre la naturaleza o sobre cualquier otro tema. Su vínculo entre la abstracción y la figuración es una manera de mostrar la ductilidad de los recuerdos.
Tras graduarse, Ana sufrió un golpe en uno de sus senos, lo que le produjo un hematoma. Como consecuencia, pasó seis meses en el hospital. Existía la posibilidad de que se tratara de un cáncer de mama. Antes había trabajado en una serie que mostraba mujeres sin rostros y, retomando la idea, esta vez se concentró en el seno como símbolo de la feminidad. Sin embargo, un psicólogo le instó a no continuar con el proyecto, argumentando que podría ser perjudicial para su salud.
Siguiendo el consejo, inició una serie en la que utilizaba manchas para crear un paisaje. Al final, el diagnóstico fue negativo: no era nada grave. Pero ya su camino artístico había tomado un nuevo sendero, que, sin saberlo, estaba entrelazado con el anterior. Teniendo unos meses trabajando en Nuevo Paisaje, una sobrina le dijo: “Tía, tú haces lo mismo que mi mami”. La artista se carcajeó: siendo su cuñada una doctora, no era posible que hubiera una coincidencia entre sus actividades. Sin embargo, en una visita que Ana le hizo, detalló sus libros de investigación científica. Encontró una similitud visual entre sus trabajos creativos más recientes y las células del cáncer de mama.
En el 2010, estando en Maracaibo para una exposición, presenció el desborde de un buque. Varias playas de la ciudad se tiñeron de negro. Durante días, ese fue el único tema de conversación en la ciudad. Ya en Maracay, empezó a realizar cartografías basadas en la contaminación petrolera. Era una variación de Nuevo Paisaje, pero esta vez, desde una perspectiva fatalista. Y cuando el Arco Minero se convirtió en un problema nacional, recordó sus visitas a Tumeremo e incorporó ese tema a su ámbito creativo.
—Como artista, no puedes desvincularte de la sociedad, de sus manifestaciones, de las clases, de cómo afecta a nuestro país. La técnica está en función del artista, no el artista para la técnica. Tiene que haber un impacto social y visual.
Para lograr la comunicación con el vidente y el invidente, Ana realiza composiciones visuales y táctiles. A veces no busca transmitir conceptos, sino sensaciones. La escultura háptica es una de sus variantes más recientes. Busca superficies de madera para ir agregándoles, en diferentes partes, otros materiales. El punto es que la mano pueda realizar un recorrido. No importa si trabaja con formas reconocibles o irreconocibles. “A ellos no les importa si es abstracción o figuración. Solo quieren que la obra les transmita algo espiritual y lúdicamente”.
En 2011, tras tropezarse con un poste, debió acudir al médico, quien le dijo que estaba sufriendo un infarto en su vena central. Después, una sombra empezó a molestarle su visión: veía una mancha negra. Le hicieron varias operaciones. Finalmente, su ojo izquierdo perdió su visión. No sabía si reír o llorar, pero en el fondo, sintió cierta alegría porque ahora adquirió un nuevo nivel de cercanía con el mundo de los ciegos. Debía ser la primera artista en el mundo en carcajearse por eso. En esa época, empezó a incorporar el color a sus trabajos.
En las artes gráficas, Ana suele tomar largas cartulinas para hacer “folletos” desplegables de pocas páginas. En cada cuadro, dispone de un dibujo impreso que ha sido previamente intervenido para poder ser leído por los ciegos. Es una forma de concentrar sus trabajos de forma serializada.
También en el 2011, gracias a su labor artística y social, Ana recibió el Premio Regional de Artes Visuales, distinción del estado Aragua, en el Museo de Arte Contemporáneo de Maracay Mario Abreu.
En su última exposición, El ciego también puede hacer una obra de arte, realizada en el CIDV en el 2021, Ana añadió el elemento lúdico. Realizó una serie de mándalas redondos, divididos en partes, como pedazos de pizza. El visitante ciego podía tocar las piezas que componían cada obra, pero también ordenarlas según su gusto, convirtiéndose en recreador de la misma. Recuerda con cariño a un invidente que estuvo hora y media en el proceso.
El mundo de los invidentes
La experiencia vivida por Ana le hizo entender que Venezuela no es un país amigable con su población invidente. Conseguir libros en braille es todo un desafío. Se han diseñado algunas políticas educativas, existen instituciones especializadas, pero por desgracia, todavía son escasas las escuelas. Y hay más problemas.
Cuando un ciego camina por la calle, usa su bastón para percibir los cambios en el suelo; en varios países, se ha incorporado el pavimento táctil, el cual utiliza baldosas que incluyen volúmenes de distintas formas, para la comunicación urbanística con los invidentes. Es una práctica inventada en los años 60 por el japonés Seiichi Miyake. En nuestras ciudades, aunque hay ejemplos de este método, todavía no ha sido implementado de forma extensa.
Del mismo modo, la burocracia digital venezolana no es considerada con la población invidente: para solicitar cita para obtener pasaporte, por ejemplo, el ciego necesitará de una persona que le lea las letras del código de validación en la página del SAIME, la cual no incluye una opción auditiva.
Carecer de visión puede limitar en gran medida el acceso a la cultura. Un ciego no podría disfrutar de gran parte de las artes de hoy en día, así como de los clásicos. Pero existen posibilidades. El mexicano Jorge Eduardo Zarur Cortés, en su libro La ceguera: entre los materiales hápticos y el conocimiento del arte, menciona que la percepción háptica es un nivel superior de la táctil, capaz de vincularse con los otros sentidos, explorar e interpretar. Existen instituciones dedicadas a este tema, como el Museo Tiflológico (Madrid), el cual tiene opciones educativas a partir de este tipo de percepción.
El arte háptico utiliza ese tipo de percepción para darle a los ciegos un mayor acceso a la cultura, e inclusive al diseño. Mediante la percepción háptica, se distinguen aspectos como textura, peso, densidad, temperatura, etc. Zarzur Cortés destaca que la creación de obras de este tipo debe incluir procesos investigativos de campo.
“(…) es necesaria la intervención y trabajo de profesionales del diseño o de artistas plásticos a partir de investigaciones fundamentadas (…). Las maquetas, los mapas, las imágenes en altorrelieve y en bajorrelieve, las esculturas o modelos, así como las láminas háptico gráficas, son ejemplos del trabajo realizado para que las personas con discapacidad visual accedan al conocimiento de diversas temáticas.”
Los aprendizajes de este tipo no solo enriquecen el acervo cultural del ciudadano ciego, también posibilitan su desarrollo profesional, su acceso a oportunidades, e inclusive su ingreso a la esfera de la creación artística.
Un espacio para los ciegos
El 23 de junio de 2022, Ana Nóbrega fue condecorada por la alcaldía de Maracay. En un acto público en la plaza Bolívar, el alcalde le entregó el Reconocimiento Ciudad de Maracay. Era la segunda vez que se lo concedían. Le dieron un diploma y una medalla. En ese momento, ella tomó el micrófono.
—Señor alcalde: debo decir que me siento muy feliz de recibir este reconocimiento. Esto es un honor. Muchas gracias. Pero hay algo que debo decirle: su gestión se está olvidando de la población invidente de Maracay. La constitución dice que todos tenemos los mismos derechos, y aquí hay pocas estructuras para los ciegos. Yo le propongo la creación de un museo de la percepción háptica.
Todos quedaron atónitos con el atrevimiento. El alcalde le respondió que tomaría en cuenta su idea. Parece ser que sus palabras fueron escuchadas: días después, la llamaron para conversar acerca de la propuesta. Durante los últimos meses han tenido varias reuniones para definir aspectos del proyecto. Un edificio histórico de la ciudad está siendo restaurado: la Casa de los Arcos. El tiempo dirá si los ciegos de Maracay, y de Venezuela, se beneficiarán de la iniciativa de Ana Nóbrega.
Diego Torres Pantin
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