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Esta imagen, conservada en el Archivo Fotografía Urbana, tiene 65 años. Fue hecha en octubre de 1955 por el fotógrafo estadounidense Thomas Neil Darling, especializado en gráficas de equitación y, en general, de los caballos y sus adoradores.
Nos muestra una muchacha de cara redonda, amplias cejas y nariz sólida, en cuya expresión destaca la alegría de su sonrisa y el afecto con que mira y retiene a su caballo. En el pecho vemos bordada, por partida doble, la palabra `Venezuela’. No podía el dulce nombre encontrar mejor lienzo para desplegarse que el corazón de Flor Isava Fonseca, quien este día tiene 24 años (había nacido en Caracas el 20 de mayo de 1921) y ha reforzado el ritmo de su entrenamiento con miras a participar en las Olimpíadas de Melbourne, del año siguiente, porque ha logrado clasificar para el equipo que representará a su país en Equitación.
Todo está bien. La pulcritud y corrección del uniforme, así como las jubilosas curvas de la atleta, no pueden sino presagiar un seguro galope hacia la victoria. No sería así. Ni siquiera llegará a competir. Una fractura de fémur va a atravesarse en su camino a Australia y no solo disipará los sueños olímpicos de la muchas veces triunfadora sino que la va a condenar a diez años de inactividad por una osteomielitis. Cuando salga de eso tendrá 34 años… mucho para una deportista… que no sea Flor Isava. Su carrera, en las canchas y otras competitivas arenas no ha hecho sino empezar. Le quedan seis décadas de brega y muchos trofeos que conquistar.
Atleta, dirigente deportiva, gerente de emprendimientos sociales, escritora, columnista, licenciada en artes, con maestría en idiomas modernos, dama de sociedad. No hay actividad que no desempeñe con la serenidad y gracia que ya anunciaba el día de la foto y que de seguro cautivó a Thomas Neil Darling, acostumbrado al trato con las amazonas más chic de Norteamérica.
Este viaje dista mucho de ser el primero de la jineta. A los dos años de haber nacido en el hogar de los cumaneses Rafael Isava Núñez y Dolores Fonseca, la familia marcha a Europa donde Flor seguiría estudios en Bélgica e Inglaterra, donde se iniciaría en la práctica del hockey y la equitación. A los 18 años, cuando ella está adelantada en sus estudios de historia, pintura y ballet, regresan a Venezuela. Cuenta la leyenda que un día se lesionó mientras se estiraba en la barra de ballet y que para consolarla por lo que representaría una renuncia a su querido arte, le regalaron un caballo. Una vez de regreso en Caracas se dedicaría al tenis, la natación y la equitación. Sería campeona nacional en ecuestre y tenis; y más tarde, a los 48 años, cuando no pueda estar horas dando carreras en una cancha, se orientará al golf y pondrá a temblar a sus oponentes. Una flor de acero.
En 1946, su tesón empieza a rendirle frutos fuera de nuestras fronteras. Ese año se alza con la Medalla de Plata en Tenis en grama (o tenis de campo) en los Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe, de Barranquilla. Y a partir de entonces, Flor Isava será una fija en las páginas deportivas de los diarios. Cuando no compite está fundando instituciones, redactando reglamentos, para impulsar el deporte en Venezuela, no solo en ciudades y pueblos sino también en barrios y cárceles.
Su seguidilla de logros está bien documentada en internet. Incluido el de 1981, histórico, cuando la venezolana Flor Isava Fonseca y la finlandesa Pirjo Häggman se comvirtieron en las primeras mujeres elegidas para integrar el Comité Olímpico Internacional (COI). Nueve años después, inconforme con esa hazaña, Isava fue la primera mujer en ingresar a la Juanta Directiva de ese Comité para el periodo 1990-1994. Pero siempre fue miembro honorario por méritos del COI.
«Cuando entré en el Comité Olímpico«, le dijo a María Elena Mendoz en una entrevista, «era un club de hombres y nunca se soñó que entrara una mujer. El presidente Samaranch decidió que abriría las puertas a las mujeres y me correspondió a mí ser la primera. Se cambió el saludo… Señoras y señores… ¡Imagínate! ante 80 hombres. No me quedé tranquila. El COI tiene una Junta Directiva y me dije, yo voy para allá y empecé a trabajar por eso. Trabajando es como se logran las cosas. Nunca pensando que es un sacrificio. Así no sirve, porque un sacrificio es una cosa odiosísima. Siempre me ha tocado trabajar con hombres y nunca me he sentido discriminada o menospreciada. Se trata de demostrar tu competencia en el trabajo y el guáramo que tienes para defender tus posiciones».
En su casa, Shangrilá, en el Country Club de Caracas, las 40 condecoraciones que recibió llenaban paredes, del piso al techo. Tal era el respeto que concitaba y tan lejos había llegado el eco de su personalidad e iniciativas que en 2016 fue elegida por el COI y la ONU de Mujeres para ser imagen del programa ‘Una victoria lleva a otra’, diseñado para incrementar el liderazgo de las adolescentes a través del deporte.
Flor Isava estaba emparentada con el Mariscal Antonio José de Sucre y con el poeta José Antonio Ramos Sucre, puesto que todos descendían de don Carlos Francisco de Sucre y Pardo, natural de Flandes, figura notable de la Colonia, quien fue designado por Real Cédula del 22 de diciembre de 1729, Gobernador de la Nueva Andalucía, Cumaná y Cumanagotos, cargo que desempeñó entre agosto de 1733 y junio de 1740.
La gran dama del deporte en Venezuela tuvo tres matrimonios. Su primer esposo fue Luis Teófilo Núñez, padre de sus tres hijos, Astrid, Anabella y Fernando; luego se casó con el médico Domingo Lucca Romero, tras cuyo fallecimiento contrajo matrimonio con un publicista de origen sureño de quien se divorciaría.
Flor Isava murió hace dos meses, el 25 de julio de 2020. Tenía 99 años. Nunca perdió la sonrisa ni ese aire de muchacha sanota que en cualquier momento podría echarse un caballo al hombro. Qué suerte fue tenerla.
Milagros Socorro
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