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—La dejé en la puerta del hospital y no la vi más -dice la actriz Martha Pabón refiriéndose a su madre, la periodista Mariahé Pabón-. Ella no estaba exactamente enferma. Me refiero a que tenía una gripe con un poco de tos; pero, cuando le dio fiebre, llamé a su médico y este me dijo que lo mejor era llevarla al hospital, donde solo podían ingresar los afectados de COVID-19 y las embarazadas a punto de parir. No pude, pues, pasar de la puerta. No nos despedimos porque no pensamos que estábamos ante una despedida . Simplemente, la dejé ahí en la certeza de que un par de días después pasaría recogiéndola. No fue así.
El 15 de abril de 2020, luego de tres semanas ingresada en un hospital en Miami, falleció María Helena Pabón Pernía, conocida como Mariahé. El deceso conmovió al gremio periodístico venezolano, muchos de cuyos miembros expresaron en las redes sociales su respeto por la colega.
Esta fotografía, de autor desconocido, la muestra en lo suyo, en la brega reporteril. Está tomando declaraciones a un Carlos Andrés Pérez que suponemos candidato a la Presidencia para el periodo 1973-1978. Nos basamos en su traza: patillas, pelo largo, cortado para que se agitara al viento, traje a cuadros… Con el objeto de disipar su antigua imagen de hombre implacable, adquirida en su gestión como ministro del Interior del gobierno de Rómulo Betancourt, el abanderado adeco se compuso una hechura que aspiraba aproximarse al venezolano de la época, uno que vivía en la fantasía de modernidad y vigor juvenil. Los asesores le pautaron una cita con el diseñador Álvaro Clement, de cuyo taller saldrían unas camisas deportivas, que el candidato abotonaba hasta la mitad, y unos ternos claros de impresión cuadriculada, concebidos para hacerlo parecer muy fresco a él y muy acartonado a su contrario, el ciertamente conservador Lorenzo Fernández, aspirante por Copei.
La fotografía nos entrega aquel Carlos Andrés refrescado por los expertos en mercadeo político y a una joven reportera, grabador en mano, con un vestido de seda que le sienta de maravilla. Cuando era una jovencita, en el pueblo de Málaga, tenía una amiga con dotes de modista, a quien ella le encargaba los modelos que sacaba de figurines o dibujaba de propia mano; desde entonces adquirió el gusto por la moda que siempre tuvo. Las manos sometidas a primorosa manicura son también su sello. «Impecable», es lo que siempre se decía de su presentación y tenidas.
Pérez había nacido en Vega de la Pipa, Rubio, estado Táchira, el 27 de octubre de 1922; de manera que para ese momento tiene 51 años o está cerca de cumplirlos. Ella había nacido en Cúcuta, el 20 de enero de 1930, así que tiene 43. «Ella lo entrevistó muchas veces», dice Martha.
Por algún motivo, la madre de Mariahé, Francisca Pernía, quien era venezolana, se había regresado a su país y había dejado a la niña, entonces de dos años, con el padre, en Colombia. Es por eso que Mariahé, quien todavía no era llamada así, va a crecer en Málaga, municipio de la provincia de García Rovira, al sur del departamento de Santander, a 120 km de distancia de Bucaramanga. La figura materna la constituiría su abuela Amalia, a quien aludía con frecuencia y sobre quien alguna vez escribió. En un texto con el que participó, en 2011, en el Concurso Cartas de Amor que patrocinaba Montblanc, Mariahé hizo una semblanza de su abuela materna, de quien afirma haber recibido lecciones de «leer versos de amor, recitar en la iglesia, escribir en unos cuadernos blancos de pastas azules, a caminar erguida y entender que la vida cuanto más simple es menos amarga». Es evidente, pues, que esta abuela, en realidad, madre de crianza tuvo un rol fundamental en la construcción de Mariahé como lectora, afición que observó con gran asiduidad hasta el final de sus días, y como escritora. Ese reconocimiento es el propósito de la carta escrita para la competencia. «Tu placer fue siempre enseñarme la ortografía a través de unos versos infantiles que aún repito para indagar si amor, de verdad, no se escribe con Hache».
—Mi abuela Amalia –le dijo a Faitha Nahmens, quien la entrevistó para el libro “Venezuela y Colombia: 20 testimonios”, editado por la Fundación para la Cultura Urbana)– me enseñó a leer y a amar lo que leía, que es una manera de enamorarse de las palabras, algo por demás no muy extraño en Colombia, donde se estampan versos en las paredes de los autobuses y a los recitales de poesía acuden 400 mil personas, cual si de un concierto de rock se tratara. Hay un dicho que reza: “Había una vez un colombiano que no era poeta”. Mi abuela me contaba leyendas maravillosas. Seguro que eso me lleva a las letras y al periodismo. Aunque también debo tener alguna influencia de mi papá, que además de un gran seductor, entre otras tantas cosas, era librero.
Su padre, Luis Jesús Pabón, era comerciante. Fue él quien decidió que una muchachita que acariciaba la loca idea de ser trapecista e irse con un circo, estaría mejor cuidada en un internado de monjas. Así que la envió a Pamplona, donde haría un bachillerato en Filosofía y Letras, compuso sus primeras prosas, ganó sus primeros certámenes de literatura, se formó como bibliotecaria y, al graduarse, comunicó su proyecto de hacerse religiosa. No hay duda de que era una jovencita soñadora, que nunca, por cierto, dejó de ser. Ni una cosa ni la otra. Las monjas desecharon el propósito y Mariahé regresó a Santander, donde hizo sus pininos en periodismo, tanto impreso como radial, en Vanguardia Liberal y Radio Santander.
Hubo un amor contrariado. Y tuvo una hija sin haberse casado. No debió ser fácil, en una sociedad tan vigilante de las mujeres. A las presiones personales se sumó la violencia, que cada tanto galopaba cerca, levantando polvaredas de lágrimas y sangre. Fue demasiado. En 1958, decidió irse a Venezuela. No olvidar que tenía la nacionalidad, por ser venezolana su madre. «Aún guardo en mi memoria», consignó en la carta a Amalia, «tu rostro lleno de lágrimas cuando resolví venirme a Venezuela con mi hija de pocos meses».
—Cuando llegué –le dijo a Faitha Nahmens–, esto era el paraíso. Me enamoré de este país por la dulzura de la gente, el venezolano siempre me ha parecido bondadoso y muy afectuoso, es ahora que vivimos una especie de trance hostil. Aquí además de misses y silicona, y ni hablar de un clima maravilloso, hay apertura, este es un país muy generoso; y ahí cifro mis esperanzas. Además, tenemos música por todos lados y buenísimos escritores.
Al principio se instaló con su madre, pero estaba claro que necesitaría un empleo. Se presentó en La Esfera y la entrevista de trabajo se la hizo Oscar Yanes, quien le dio el puesto y, tras advertirle que ya había una María Elena en la redacción, le anunció que a partir de ese momento se llamaría Mariahé. Fue como un chasquido hipnótico. Con el nuevo nombre vino una personalidad renovada (como le ocurriría a Pérez, cuando mandó a botar los fluxes negros y los cambió por los de cuadros claros).
A partir de ese momento, la fallida novicia emprendió una exitosa carrera periodística, que incluyó la fundación del diario Meridiano, del Bloque Dearmas, que empezaría a circular el 3 de noviembre de 1969, en la Cadena Capriles, El Nacional, El Universal… aquí hay que detenerse, puesto que Mariahé sería la directora de la revista Estampas, encartada en este diario, y la convertiría en uno de los medios más populares del país en su género.
Al resumir sus méritos, el periodista Aquilin José Mata explicó el rol pionero de Mariehé Pabón en la creación de la fuente de Espectáculos. «Siendo Meridiano un periódico –el primero en Venezuela– dedicado al deporte y a la farándula, al frente de esta última sección estaba Mariahé, quien había sido reclutada por Carlitos González en El Nacional, donde ambos trabajaban, para planificar y echar a andar su proyecto. Resultó tan eficaz e innovadora la idea de hacer de las noticias del espectáculo una ventana de información diaria, que el resto de los medios no tardarían en imitarlo, incorporando la farándula diariamente en sus páginas, incluyendo a los muy “serios” El Nacional y El Universal», escribió.
En la red social Linkedin, la propia Mariahé condensó su trayectoria de esta guisa:
«Tres premios nacionales de periodismo, dos de periodismo científico, uno de periodismo médico, uno por renovación de la revista Estampas del diario El Universal. He trabajado en los diarios El Nacional y El Universal como reportera y en Notitarde de Valencia, como columnista. Fui fundadora del diario Así es la Noticia, reportera de la revista política Resumen y de la revista Estampas, todas en Venezuela.
«He trabajado en equipo en todo el manejo de revistas y periódicos. Mi fuerte son la entrevista y los reportajes especiales en los temas que se me propongan. Soy una periodista total y me gusta trabajar en equipo, porque tengo vocación para asumir cualquier responsabilidad en periódicos y revistas, dándole un toque especial. El periodismo investigativo es mi fuerte.
«Me agradan las revistas y los suplementos especiales de aniversarios. Tengo gran respeto por mi oficio y detesto el sensacionalismo. Entiendo el inglés y lo estoy perfeccionando, pero prefiero el español, que es mi fuerte en el trabajo que he realizado por largos años. Tengo suficiente material y suficientes recomendaciones de quienes han sido mis jefes y colaboradores».
La columna de Notitarde dejó de salir en 2015, cuando este medio fue adquirido por un aliado del régimen. Esto afectó su ánimo al punto que se enfermó. Fue entonces cuando su hija consideró llegado el momento de inducirla a que se mudara a Miami, donde estaría, además, con sus nietos y bisnietos. En Miami siguió escribiendo, al convertir a Facebook en el periódico que no tenía. «Soy», estableció en su blog, «algo rencorosa, amiga hasta morir, buena gente, diría que un poco ingenua. Me deprimo cuando veo a una persona buscando comida en un pote de basura o a un niño obligado a pedir limosna. También lloro en el cine y cuando me despido de mi familia. Soy una llorona profesional y derramo lágrimas cada vez que este gobierno invade lo que no le pertenece e insulta a quienes lo critican. Me fascina bailar y lo hago bien, digo yo. Soy lectora compulsiva, amo los bares, Nueva York, el vino tinto y los hombres gentiles. Soy un poco antipática pero es una máscara de timidez. No sé hablar en público. Como periodista, soy obsesiva. Me encantan los trapos y no me deprimo cuando me enfrento a apuros económicos, por falta de trabajo,porque pienso que es algo transitorio. Tengo todo lo que quiero y no me enfermo… Esa soy yo, en pocas palabras, una loca de atar, pero con los pies en la tierra».
Cuando la cuarentena dé tregua, la familia hará una ceremonia privada, cual era su voluntad, y esparcirá sus cenizas en el mar. De seguro, la marea las traerá a las costas de Venezuela, su querencia, donde entonces se oirá el rumor de unas risitas.
Milagros Socorro
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