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Saturnina Clemente: En Venezuela hemos desasistido a los adolescentes

Saturnina Clemente retratada por Alfredo Lasry | RMTF

13/07/2022

La doctora Saturnina Clemente recuerda que, a finales de los 90, uno de sus profesores más respetados decía que el embarazo en la adolescencia no era un problema de salud pública. Pronto entendió que se trataba de una percepción social. Su mentor creció acostumbrado a ver madres de 15 y 16 años, y él mismo relataba que a los 14 ya se consideraba un adulto. La transformación de esta visión del desarrollo humano, dice Clemente, comenzó entre las décadas de los 60 y los 70, cuando se replanteó la forma en la que se atendieron los intereses y problemas de la población entre los 10 y los 19 años.

La adolescencia es una etapa de cambios y las alteraciones no son exclusivamente biológicas. Clemente es pediatra experta en atención al adolescente, jefa del Servicio de Medicina del Adolescente del Hospital de Niños J.M de los Ríos, en Caracas. Ha sido consultora para el Fondo de Población de Naciones Unidas, la Organización Panamericana de la Salud, y la Organización Mundial de la Salud. Desde hace más de dos décadas trabaja en el área, y ha visto cómo el enfoque biologicista ha integrado el aspecto social y psicológico.

“Si aprendí algo de mis maestras es que nos corresponde atender al adolescente de manera integral. No es un enfoque al que estemos acostumbrados. Aunque permanece en el discurso, la verdad es que se aplica muy poco”, dice la pediatra. La pionera Enriqueta Sileo, una de las maestras más admiradas por la doctora Clemente, advirtió en la década de los 60 que la medicina no consideraba las singularidades de los pacientes que transitan entre la niñez y la adultez. Hablaba de estas circunstancias como una “tierra de nadie”: “Nada más cruel que antes de preguntar la razón o dolencia por lo cual lo llevan a un centro asistencial, lo primero que preguntaban en la recepción era ¿qué edad tiene?”. 

Durante sus inicios, en 1975, el Servicio de Medicina Adolescente del Hospital de Niños J.M de Los Ríos fue un apéndice del Servicio de Ginecología Infanto Juvenil. Con la doctora Sileo coordinando proyectos novedosos llegó a convertirse en una consulta independiente. Luego, pasó a ser también un servicio de formación tras la creación del postgrado y finalmente se reconoció la medicina adolescente como una especialidad. 

¿Qué la condujo hace 20 años a dedicarse a la medicina del adolescente?

Cuando hice el postgrado en pediatría hice pasantías en Medicina del Adolescente. En aquel entonces, comencé a ver en los pacientes mi propia adolescencia. Empecé a entender de dónde provenían los conflictos con mis padres y con mis compañeros, mi necesidad de buscar un proyecto de vida y los elementos que influyeron en la decisión final. Me pasó algo similar a lo que los psicólogos llaman transferencia y contratransferencia. Este proceso, en un primer momento, te enseña a marcar la distancia necesaria entre el adolescente y tu vida personal, pero a la vez es fascinante porque aprendes muchísimo sobre esta etapa. Cuando logras trabajar y sanar parte de tu adolescencia, también te preparas para ayudar a otros. 

Nunca me gustó la medicina de emergencias. Es necesaria, sin duda. Hay enfermedades que no podré tratar y hay circunstancias que se van a dar en las que no podré actuar, como un accidente de tránsito, un terremoto o una enfermedad catastrófica. Preferí dedicarme a la promoción y a la prevención. Creo que, en gran medida, depende de nuestro estilo de vida y de nuestros hábitos que seamos o no adultos sanos y, con el tiempo, tener o no una vejez sana. Solo es posible ayudar si tengo una consulta que me permita sentarme con el adolescente para que yo pueda hacerle preguntas y él a mí, y yo pueda transmitirle lo que considero que puede ser beneficioso para él o ella. Debemos conocer en la medida de lo posible cuál es el entorno y el contexto en el que vive, porque de lo contrario nos ponemos moralistas. Es decir, corro el riesgo de juzgar tomando en cuenta solo mi entorno.

 El primer servicio de atención al adolescente se creó en el Hospital de Niños J.M de Los Ríos, en la década de los 70. ¿Cuántos existen actualmente?  

De acuerdo a las cifras del Ministerio de Salud, hay 134 servicios para el adolescente a nivel nacional. Son esencialmente servicios de salud sexual y reproductiva. Están activos y funcionan, porque a pesar de sus debilidades todavía tienen personal que está sensibilizado. Sin embargo, si hablamos de servicios integrales te diría que hay menos, y no sabría decirte cuántos. 

Dice que hay personal sensibilizado, pero ¿hay suficientes médicos preparados en el área para garantizar la demanda y la calidad de la atención al adolescente?

Estamos enfrentando una grave falta de personal. En el Hospital J.M de Los Ríos tenemos 8 años sin residentes en nuestro postgrado de atención al adolescente. Creo que la crisis lo ha hecho cada vez menos atractivo. Los médicos en formación no la perciben como una especialidad destacada o consideran que es más rentable estudiar pediatría, sin necesidad de enfocarse en los adolescentes. Debido a la situación económica, suelen inclinarse hacia las áreas que prometen ser más remunerativas, como las especialidades quirúrgicas y aquellas en las que haces guardias. La medicina del adolescente no es una especialidad de emergencia. Es un trabajo de seguimiento. 

Tengo 20 años vinculada al servicio. Estoy por jubilarme en cualquier momento. Las dos compañeras con las que trabajo también están por jubilarse. Cuando esto suceda, el servicio de adolescentes del Hospital J.M de Los Ríos desaparecerá porque no hay generación de relevo. Al menos quiero dejar gente sensibilizada, formada y capacitada, y esta no es exclusivamente una meta mía. Somos un grupo de colegas que queremos ver en el futuro personal preparado para atender a la población adolescente, tomando en consideración sus singularidades. Por esta razón, decidimos dictar un diplomado, que está en curso, y en el que impartimos desde qué significa la adolescencia hasta las enfermedades prevalentes en esta etapa. 

En el área de trabajo social también hay una gran debilidad de personal que compromete la calidad de la atención. Son los trabajadores sociales quienes conocen a fondo la situación de los y las adolescentes que van a la consulta, y crean vínculos de confianza muy fuertes. En el servicio solo tenemos una persona. El Hospital de Niños tiene un departamento de trabajo social, pero está orientado principalmente a identificar estratos socioeconómicos para poder ayudar a los pacientes a hacerse exámenes de laboratorio y otros estudios. Eventualmente tratan temas de maltrato familiar. 

Hemos intentado que las escuelas de trabajo social hagan pasantías en el servicio. Pero no sé en qué parte los trabajadores sociales se perdieron. No hay. Los pocos que hay se dedican a hacer estudios económicos para apoyos puntuales, pero no hacen intervenciones. 

¿Considera que hoy los adolescentes son una población invisibilizada y relegada en la política sanitaria?

Los adolescentes son una población desasistida. No solo por los entes gubernamentales: está desasistida por la sociedad plena.

La adolescencia es, desde una perspectiva general, la etapa más sana del ser humano. Eso es cierto, pero actuar bajo esta idea puede ser contraproducente. ¿Qué ocurre a la larga? La primera infancia, hasta los 4 o 5 años, es una etapa en la que pueden darse múltiples problemas de salud: desde amigdalitis, faringitis, neumonía, hasta problemas oncológicos. A los 5 años, el niño o niña parece entrar en una fase estable, especialmente si cumple con su programa de vacunas. De esa forma, tenemos niños con anticuerpos. A partir de allí, los padres dejan de llevarlo al médico y cuando el niño pisa la adolescencia se nos olvida por completo. Solamente lo llevamos a la consulta si hay un problema. 

De modo que esa visión del adolescente como una persona totalmente sana hay que tratarla con cuidado, porque a la larga evita las consultas preventivas. Pienso que incluso la consulta no tendría que ser individual. Puedo crear grupos de atención que vayan a los colegios a dictar charlas y garantizar así la promoción de la salud entre los adolescentes y sus familias. Tradicionalmente, se les ha llamado “escuela para padres” a los programas para mamás y papás, pero creo que realmente nadie sale entrenado para ser padre. Lo pienso más como conversatorios entre adultos para hacer una crianza amorosa y con disciplina. Estas son soluciones a mediano y largo plazo que podemos tomar en nuestras manos. Es verdad que hay situaciones que son responsabilidad del Estado, pero también hay cosas que son responsabilidad de nosotros y que podemos asumir. Sin embargo, no lo hacemos. Ignoramos su importancia. Y, por otro lado, pareciera que a los adultos se nos olvida que fuimos adolescentes.

¿Qué olvidamos de la adolescencia?

La adolescencia es una etapa de cambios. Biológicos, psicológicos y sociales. Eso la convierte en una fase difícil de nuestro desarrollo. Cuando pregunto a los participantes del diplomado cómo eran durante su adolescencia, pocos admiten las malas decisiones que tomaron, los conflictos o los momentos de rebeldía. 

Académicamente hablando, dividimos la adolescencia en tres momentos: la adolescencia temprana, que va de los 10 a los 13 años; la media, de los 14 a los 16 años; y la tardía, de los 17 a los 19 años. Estos criterios no son una camisa de fuerza. Es decir, cuando atendemos al adolescente es importante individualizar cada caso. Sin embargo, hay una generalidad marcada por ciertas características y comportamientos que nos ayudan a entender esta etapa, con las que, además, nos podemos sentir identificados. 

Los adolescentes sienten que necesitan probar que son autónomos. Empiezan a generar lazos con sus pares, mientras marcan una distancia con la familia. Desean la aprobación de otros adolescentes, aunque lo que se propongan conlleve riesgos. Desde esta perspectiva, hay riesgos que son calculados, que son aquellos que ocurren de una forma u otra y se convierten en un aprendizaje. 

 Otra experiencia común en la adolescencia es la inconformidad de nuestra imagen corporal. Los cambios que se generan muchas veces no nos gustan. Si soy alta quisiera ser baja, si soy baja quisiera ser alta. Tengo caderas o cintura, y no quiero tenerlas. Tengo los ojos azules, y los quiero verdes. Esto no suele quedarse en la adolescencia y conduce a las personas, ya en la adultez, a ejecutar cambios: optan por cirugías plásticas, tatuajes, piezas ornamentales. Sin embargo, estos impactos ya son otro tema en la adultez.

Saturnina Clemente retratada por Alfredo Lasry | RMTF.

¿Se han evaluado posibles cambios en la forma en la que se divide y se estudia la adolescencia?

Hay países que están abogando por llevar la adolescencia tardía a la edad de 24 años, porque se está observando en el mundo que todavía a esta edad los jóvenes dependen económicamente de sus padres, reciben su apoyo para terminar sus estudios y salen más tarde del sistema de formación. En el pasado, un adolescente de 15 o 16 años ya tenía su primer empleo. Tuve un profesor de pediatría, a quien admiro muchísimo, que suele contar que cuando tenía 14 años ya él se consideraba adulto. ¿En qué momento esta percepción cambió? Entre los años 60 y 70, cuando la educación formal cobró un mayor valor. Comenzó a ser más valioso para una familia invertir en el adolescente para que se formara en el sistema de educación superior que impulsarlo a la fuerza laboral, con la esperanza de que tuviera un futuro mejor que el de sus padres. 

Describe la adolescencia como una etapa de búsqueda de autonomía y, a la vez, de inseguridades y vulnerabilidad. ¿Cuál es el mayor reto psicosocial en esta fase de nuestro desarrollo? ¿En qué deben fijarse los padres? 

En la adolescencia pasas por duelos. El primer duelo es la pérdida de tu cuerpo infantil. Eres una niña o un niño, pero un buen día te levantas, te ves al espejo y te preguntas quién es ese que está ahí. Te empiezan a crecer vellos en la cara o, si eres una adolescente, te percatas de que las mamas comienzan a salir. 

En este punto es necesario que las cosas se llamen por su nombre. Aprendí con una amiga, hace ya mucho tiempo, que el lenguaje no es inocente. No es lo mismo decir limoncitos o meloncitos que mamas. No es lo mismo decir bulto que pene. Vulva, pene, genital o mama no son malas palabras. Son palabras que definen, describen y sitúan un órgano en el cuerpo, y si educamos a los adolescentes usando eufemismos los tabúes se perpetúan. 

Retomando lo anterior, los adolescentes, de alguna manera, ven que ese ya no es su cuerpo. No es el de siempre. Así llegan también los cambios mentales. No me voy a comportar como me comportaba cuando era niño, porque asumo que ya soy grande y quiero comportarme como los adultos. 

Ese duelo lo pasan también los padres. Están acostumbrados a un niño o una niña que los obedece, que va con ellos de la mano y que llevan a donde quieran. Un día, el niño comienza a manifestar preferencias distintas. Le dices: “Vamos a casa de la abuela”, y el adolescente responde que no quiere, que a él le gustaría ir al cine con sus amigos o incluso quedarse solo en casa. El adulto se pregunta por qué si es una costumbre para todos los fines de semana.

También estamos acostumbrados a verlos físicamente como niños. De pronto pegan el estirón y tampoco los reconoces. Hay adolescentes que, en ese sentido, maduran muy rápido. Esto suele generar un efecto al que hay que tener cuidado: tiendes a creer que como tienen tu misma estatura ellos piensan igual y tienen madurez para tomar decisiones como lo haría un adulto. No es así. Puedes tener un hijo o hija, sobrino, amigo, o ahijado que es un adolescente de 12 años y tiene tu estatura, o incluso es más alto, pero tiene todavía una mentalidad de niño porque es un adolescente temprano. ¿Qué significa esto? Todavía va a querer jugar con sus amigos y está apegado a su familia. 

La sociedad considera que el adolescente de alguna manera tiene que empezar a hacerse responsable de ciertas decisiones o tareas. Sin embargo, les empezamos a dejar responsabilidades para las cuales no los hemos capacitado, no los hemos formado ni entrenado. Uso las tres palabras porque son parecidas, pero no son exactamente sinónimos. Un entrenamiento es algo mecánico. Busca un comportamiento conductual. Por ejemplo, te entreno para cruzar la calle. Pero la capacitación y la formación es educativa: te ayudo para que aprendas a pensar por ti mismo, para que tomes decisiones con convicción, para que seas un hombre o una mujer de bien para otros. Es decir, como adulto, te transfiero conocimientos, te guío, tienes mi apoyo. 

¿Hacia dónde los adultos deberían guiar a los adolescentes en este proceso de “asumir responsabilidades”? 

Hacia un proyecto de vida. No todos serán iguales, y también se verán afectados por su entorno. En Venezuela he visto muchos y muchas adolescentes que tienen como proyecto de vida ser papás y mamás. ¿Por qué? Porque nosotros los adultos hemos generado una matriz, no sé si conscientemente o tácitamente, en la que reconocemos el valor de la maternidad y la paternidad independientemente de la edad. 

En una oportunidad, un grupo de damas salesianas llevó a un colegio público en La Vega un lote de ropa para niños y canastillas con fórmulas maternas y vitaminas. Habían preparado estos regalos porque en el liceo estudiaba un grupo de adolescentes embarazadas. Recuerdo que hicieron un acto para entregarlos y se levantaron entre la audiencia un grupo de 5 o 6 muchachas reclamando que no se les hacía un reconocimiento también a ellas. Se preguntaban ¿debo tener una barriga para ser vista? Sacaban buenas notas, o eran buenas deportistas, y usaban métodos anticonceptivos para evitar un embarazo, pero las que recibían los regalos no eran ellas. 

En los medios, especialmente la televisión, se refuerza un mensaje de valoración de la maternidad por encima de otros. Un adolescente puede ver en ello un proyecto de vida que le va a generar satisfacción, y esto no se trata de algo planificado y fríamente calculado. Es producto de valores, situaciones y condiciones que hemos naturalizado. Por eso creo que es necesario pensar en la atención del adolescente como un servicio integral e integrado. Podemos ayudarlos a consolidar su proyecto de vida y atender otros problemas asociados a su salud. En el caso de las adolescentes embarazadas, que reciban atención médica no quiere decir que debamos desatender su proyecto de vida. 

Cuando un adolescente llega a la consulta médica no puedo dedicarme solo a la parte orgánica, porque el ser humano es un todo. Tengo que indagar qué situaciones pueden estarle afectando, si es que hay alguna, y si los cambios impactan directamente en su salud mental y en su comportamiento. A su vez, debo revisar si esto afecta su socialización. Por ejemplo, podemos estar frente a una víctima de bullying o acoso, y no se siente aceptado por su entorno. Esto último es esencial durante la adolescencia. A veces las adolescentes llegan a la consulta en el servicio del Hospital J.M. de Los Ríos preguntando sobre cómo pueden colocarse el implante anticonceptivo. Lo piden, lo necesitan, y eso está bien. Pero no puede ser el único enfoque con el cual vas a atender a una adolescente. 

Si preparas una charla para la promoción de la salud adolescente no puede ser exclusivamente sobre salud sexual y reproductiva. Sería mejor dar charlas integrales. ¡Busquemos temas! Hablemos sobre las drogas, por ejemplo. Tengo montones de adolescentes que vienen a mi consulta porque tienen adicciones. Nadie habla sobre prevención en estos temas y hay oscuridad alrededor de ello, porque parece que el problema de las adicciones quedó en los años 60. Y resulta que, cuando te zambulles en las consultas, es evidente que las drogas siguen estando allí y que ha aumentado el consumo de drogas sintéticas, más peligrosas que las de antes. Hablemos sobre el alcohol, que también es una droga y causa adicción. ¿Quién es la primera persona que le ofrece licor a un niño o a un adolescente? Suele ser un familiar. El padre, la madre, la abuela. Lo que nos dicen los padres en la consulta es: “Quiero que aprenda a beber conmigo”. Y así normalizamos estas conductas y los adolescentes aseguran que consumen poco. “¿Y cuánto es poco?”, les pregunto. Y me responden que beben cinco o seis cervezas en una reunión familiar. 

Si es necesario profundizar en la atención integral, ¿cuál es el foco actual de la atención al adolescente en los servicios especializados?

Hemos sexualizado la atención del adolescente. Reconozco que la sexualidad es parte de la adolescencia y de todos nosotros. Tenemos derecho, antes que nada, a recibir información sobre el tema. La educación integral sobre la sexualidad debe impartirse desde la infancia, y esto pasa por darle el nombre correcto a nuestra anatomía, por ejemplo, y decirle al niño y a la niña cómo funcionan estas partes de su cuerpo, de acuerdo a su edad. En segundo lugar, a las y los adolescentes se les debe garantizar el acceso a los anticonceptivos y a los mecanismos para evitar las infecciones de transmisión sexual y el VIH. Sin embargo, ¿es lo único que debe preocuparnos de los adolescentes? 

Creo que Venezuela es un país con buenas políticas públicas sobre atención para adolescentes, pero hemos perdido capacidad de aplicarlas. Incluso, hemos sido un referente para otros países. Existe una norma de atención integral al adolescente, que data de 1998 y que se oficializó en 2003. Un grupo de médicos, en el que me incluyo, está luchando para que se actualice. También hay una norma oficial de salud sexual y reproductiva, pero esta es la que está más difundida. Ambas normas nacieron el mismo año. No obstante, la norma oficial de salud sexual y reproductiva ya fue actualizada en el 2013.

Hace poco vi un reel en Instagram y me pareció tan ilustrativo que me quedé con el chiste. Incluso, lo guardé en mi teléfono porque pienso usarlo. En el video, una señora aparece cocinando y se escucha la voz de un niño diciendo: Mami, ¿qué es un trío? La mamá empieza una explicación larguísima sobre cómo se juntan más de dos personas para tener relaciones, y al final el niño pregunta: ¿Y para qué llevan las guitarras? ¿A qué me lleva este ejemplo? Cuando un niño o un adolescente tiene una inquietud que puedes interpretar desde tu morbo, lo primero que debes hacer es preguntarle al adolescente exactamente qué quiere saber. De acuerdo a lo que quiere saber, y de acuerdo a su edad, estructuras una respuesta. Si no la sé, lo ideal es decírselo y además ofrecerle ayuda, es decir, hacerle saber que juntos lograrán responder la interrogante. El adolescente necesita también sentirse acompañado. 

Existen servicios de planificación familiar que atienden especialmente a la población adolescente. Sin embargo, no me gusta usar el término “planificación familiar” porque fortalece la idea de que el adolescente debe comportarse como un adulto y que tiene como fin último formar una familia, de modo que descartamos con este enfoque las necesidades propias de la etapa. Creo que el mensaje debe dirigirse hacia cómo ser responsables con la salud sexual y reproductiva, lo que implica temas más allá del embarazo.

Hasta la década de los 50, incluso hasta los 60, el embarazo en la adolescencia no era considerado un problema de salud pública. Nuestra expectativa de vida era de 50 y 60 años, y la sociedad esperaba tener hijos entre los 14 y los 17 años. Para esa época, ya eras considerado un adulto. Luego, la calidad de vida mejoró y con eso creció nuestra expectativa de vida. Ahora, en promedio, vivimos 80 años. Si veo adolescentes que a los 15 ya son mamás y papás, porque no podemos sacar de la ecuación a los padres, el tema se convierte en un problema de salud pública. Sin embargo, cuando sexualizo su salud convierto a los anticonceptivos en la panacea. Para mí, el método anticonceptivo es una herramienta que me ayuda a evitar el embarazo. El preservativo es una herramienta contra las ITS (infecciones de transmisión sexual) y el VIH. Ahora bien, ¿qué me ayuda a evitar que el adolescente comience tempranamente las relaciones sexuales? Un proyecto de vida. 

Por otro lado, el adolescente tiene otros problemas orgánicos a los que debemos prestar atención. Pueden sufrir escoliosis, problemas en la columna y problemas en las rodillas. Un especialista entrenado en medicina adolescente puede identificar que un padecimiento prevalente es la enfermedad de Osgood-Schlatter, una osteocondrosis de la rótula por el estirón puberal. El músculo que se inserta en la rodilla crece y la levanta. Levanta el cartílago y esto es muy doloroso. 

Los procesos malignos, como las leucemias, linfomas y osteosarcomas, son frecuentes en la adolescencia, así como en la primera infancia, porque en estas etapas las células del cuerpo se multiplican más rápido. Pensar en dolores óseos, musculares o de crecimiento debería ser lo último que pienso como médico especializado en adolescentes. Es decir, debo descartar otros diagnósticos más complejos, como tumores o alteraciones circulatorias, por nombrar algunos ejemplos, antes de determinar que el paciente experimenta simplemente un dolor muscular producto del crecimiento. 

Entonces, la atención integral involucra diferentes especialidades y recursos para garantizar al adolescente que puede hacer cualquier tipo de consulta. ¿Cómo lograr que la atención integral sea un hecho? 

Durante mi postgrado, aprendí con las doctoras María Esperanza Fuenmayor y Enriqueta Sileo, mis dos grandes mentoras, que la medicina adolescente además de ser integral debe ser integrada. Como médico no puedo resolver todas las situaciones, porque no tengo control sobre todas las áreas y no cuento con gobernabilidad. Tengo la capacidad de pensamiento, una buena idea que sirve de solución, pero tal vez no tengo todas las herramientas para aplicarla o me falta conocimiento porque no estoy especializada en el área que necesito atender en uno o varios casos. Que la medicina adolescente opere de manera integrada quiere decir que se pueda mover en un tejido o red que me permita llenar los vacíos que estoy describiendo.

Deberíamos tener muchos servicios de atención integral para el adolescente, conformados por un grupo multidisciplinario de especialistas. Además de personal médico y enfermería, deberían contar con un trabajador social y un psicólogo. A la par, debería construirse una red de apoyo externa. 

Por ejemplo, si tengo un adolescente que está escolarizado y desertó porque se vio obligado a trabajar, como médico no puedo ayudarle. Un caso común es el del hijo varón que debe dejar la escuela para buscar una manera de ganar dinero, porque la madre se dedica al cuidado de otros hijos y no tiene tiempo. En ese caso, debo integrar otras disciplinas. Para empezar, el trabajo social. Luego, sociología y psicología y debo conectar con representantes de instituciones como el Ministerio de Educación y el Ministerio del Trabajo. De esta forma puedo atender al adolescente desde varios focos y hacerle seguimiento, y al mismo tiempo ayudarle a conseguir un trabajo que le permita seguir estudiando. 

Si yo tengo un adolescente con un problema de salud mental, ¿qué me toca a mí como médico? Aunque tenga formación en salud mental, es muy básica. No puedo hacer intervenciones psicológicas. Puedo hacer una muy puntual, que contenga la situación, y dependiendo la severidad puedo referirlo al psicólogo o al psiquiatra de mi red.  

Sin embargo, la red es algo que no hemos logrado hacer. No nos reconocemos como instituciones que podemos trabajar de la mano, entonces lo hacemos de manera fragmentada y aislada, aun cuando en el discurso decimos que tenemos que trabajar juntos.

Hay que destacar que estamos colapsados. No tenemos cupos para atender a los adolescentes que llegan al J.M de Los Ríos. Tenemos la agenda llena hasta octubre y noviembre. A veces debemos sacar tiempo de donde no hay, porque nos cuesta decir que no. Me cuesta ver un caso y decirle “no te puedo ver”.

¿Y cómo llegan los pacientes a su consulta? 

Diría que aproximadamente el 80 por ciento es traído al servicio por los padres. Esto pasa después de que el médico pediatra dijera su hijo o hija está grande y no lo puedo tratar, o porque conocen a una persona que les recomendó la consulta. Algunos dicen que llevan a sus hijos para que “los arreglen”. Le advierto a las mamás y a los papás, cuando me quedo a solas con ellos, que mi trabajo no consiste en ser un mecánico y que se enfrentarán, posiblemente, a un proceso largo en beneficio de la salud física y mental de sus hijos. Al final, terminas siendo un médico familiar. Debes tratar ambas partes. Y, como dije antes, hay que escuchar qué quiere saber el adolescente, qué siente, qué piensa.

Una vez tuve un caso de una adolescente que se había escapado de su casa. Su madre la pilló y la trajo al servicio. Cuando le pregunté a la muchacha por qué se había ido, me confesó que quería visitar a su papá en la cárcel de Tocuyito. Su mamá, por supuesto, no permitía aquello. Le habían dicho que su padre estaba preso por asesinato, pero la adoelscente decía: “Fue un accidente, él me lo contó”. Quise saber las razones por las que necesitaba ver a su padre, y la muchacha me respondió: “Él me entiende. Él quiere que estudie, mientras que mi mamá quiere que deje de ir a clases para trabajar”. En ese punto, la historia dio un giro.   

Los que llegan solos buscan ayuda para resolver conflictos familiares, adicciones, trastornos de su desarrollo puberal y problemas con su imagen corporal. Por supuesto, también vienen por inicio de actividad sexual, embarazo e infecciones de transmisión sexual. Esto me lleva a un punto importante: los adolescentes traídos por sus padres generalmente tienen agendas ocultas, relacionadas a estos temas que mencioné antes. La agenda oculta emerge, generalmente, durante la despedida. 

El adolescente pregunta si puede añadir algo más, y allí debes acomodarte en la silla porque es cuando empieza realmente la consulta. Cuentan, por ejemplo, que han sido abusados sexualmente. Me refiero a todo tipo de abusos, generalmente actos lascivos. Lo escucho más de lo que me gustaría. También te confiesan que están perdidos, que no saben qué hacer con sus vidas. No tienen proyectos para su futuro y no han hablado al respecto con sus amigos o con su familia. También me he encontrado con algunos que son víctimas de bullying o que, para mi sorpresa, son acosadores. 

Los adolescentes deben tener más información sobre dónde pueden encontrar ayuda. Aquí en Caracas, en el servicio, en el piso 8 del Hospital de Niños, las puertas están abiertas. El equipo está preparado para ofrecer una atención integral.


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