Perspectivas

“Mulato” en Chile

21/02/2021

Pablo Romero González, “Mulato”, abogado y uno de los principales exponentes del reggae nacional, migró a Chile en 2018. El autor de Echa pa´allá ha sido ayudante de plomero, conserje y pintor de brocha gorda. Pero no deja la música. En esta nota, Laura Guzmán da cuenta del presente del artista.

Fotografía de Manuel Alegría.

Corría el año de 1996. Pablo y José Ángel, su compadre, disfrutaban de un día de playa, cuando en la radio de un carro vecino escuchan Jah Jah Go, canción que Pablo había grabado el mismo año para su primer álbum: Mulato.

—¿Qué es eso? ¿Por qué ese señor escucha Jah Jah Go si eso no ha salido? —pregunta extrañado Mulato a su compadre, a lo que éste sorprendido se aproxima al dueño del carro.

—¿Qué es eso que suena en tu carro?

—La radio —responde el sujeto—. Es la nueva canción de Baywatch.

Impactado aún por la sorpresa, llega a su casa y sintoniza Radio Caracas Televisión (RCTV), para corroborar que era cierto lo que les había contado el personaje de la playa.

—En la promoción de la serie sonaba la canción. Yo simplemente no lo podía creer. Así fue cómo me enteré de que mi música estaba sonando en la calle.

Pablo tenía 12 años cuando conoció a Bob Marley. Durante la década de los 80 en Caracas, la popularidad de las minitecas había aumentado de manera exponencial. Uno de sus vecinos tenía una pequeña miniteca en su casa y, entre tantos discos repetidos para mezclar las canciones, le regaló a Pablo Uprising (1980), el último álbum de Marley aparecido antes de su muerte en 1981, el cual tiene temas emblemáticos como Could you be loved. 

A pesar de ser aficionado al béisbol, desde pequeño descubrió sus dotes con el cuatro. Uprising fue el punto de partida para despertar su interés por el reggae. Se sentaba a escuchar las notas de Redemption song y afinaba el cuatro para imitar los acordes mientras la cantaba.

Más tarde aprendió a tocar la guitarra y los acordes de las canciones de Marley en ella.

—Con mis amigos la tocábamos en todos lados. Siempre iba con nosotros. Le decíamos Trucutú, porque era muy dura, una guitarra clásica, española.

La etapa universitaria fue un proceso donde tanto su profesión como carrera artística comenzaron a tomar camino. Estuvo en la Escuela de Derecho, lo que permitió ampliar sus percepciones y despertar la pericia del cantante, al escribir canciones sobre temas sociales y sentimientos por las cosas que estaba viviendo, sin perder el ritmo tropical ni la alegría que lo caracterizaba.

Pablo se desarrolló como artista profesional siendo corista y guitarrista en Urbanda, un proyecto creado por Enrique Hidalgo, compositor y músico venezolano, con una propuesta innovadora influenciada por varios géneros como rock, reggae, jazz, bolero, entre otros. Es ahí donde graba La voz de la ciudad (1989), primer disco en el que participó.

Al separarse de Urbanda, Pablo decide formar su propia banda de reggae. Es así como, entre toques en clubes nocturnos y personas enfocadas en el mismo proyecto, nace Irie. Al principio se encargaban de versionar canciones al ritmo jamaiquino. Luego, en su repertorio incluyen canciones inéditas como Jah Jah Go, El ritmo en tres colores, Caracas y, la más emblemática de todas, Echa pa’llá. Terminarían incluidas tiempo después en su primer álbum, el cual se convertiría en referencia del reggae en Venezuela.

Debido a la falta de tiempo entre los demás integrantes y otros proyectos en mente, Pablo quedó como solista bajo el nombre de Mulato, apodo que tenía entre sus amigos cercanos, el cual adoptó para darse a conocer. Firmó con Sonográfica, compañía disquera que perteneció al grupo 1BC, también propietario de Radio Caracas Televisión y Radio Caracas Radio, y graba Mulato (1996), Evolución? (1998) y De aquí pa’ la playa (2000), hasta que decide continuar como artista independiente, se dedica a trabajar en sencillos musicales y graba Esto sí es vivir (2005) y Levántame esa cara (2010). 

Fotografía de Manuel Alegría.

Resiliencia y reinvención 

La crisis y el éxodo venezolano existen desde mucho antes de la situación que ahora se conoce. El siglo XXI comenzó superando la tragedia de Vargas (1999), suceso que marcó la vida de muchas personas en el país. Con el pasar de los años, a los venezolanos les tocaría enfrentar una realidad difícil que empeoraría cada vez más y causaría la separación de numerosas familias.

Pablo decide mudarse a la Isla de Margarita en 2001. Junto a su papá y hermana concluyó que necesitaba un ambiente más tranquilo para ellos y sus hijos pequeños. No fue difícil adaptarse. Tenía el oriente en la sangre y el entorno playero les encantaba. Durante su estadía en la isla graba Esto sí es vivir inspirado en su nueva cotidianidad. Con su hermana, abre una oficina independiente y se dedica al área civil y mercantil del derecho, sobre todo al negocio inmobiliario.

A pesar de sentirse mucho más tranquilo que en la capital, los problemas que estaban afectando al país (transporte, escasez, inseguridad, servicios básicos) con el tiempo se acentuaron más y más.

—Mis hijos estaban estudiando en la Universidad de Margarita. Tenía que llevarlos y recogerlos porque me daban pánico los asaltos en las camionetas. Era terrible la delincuencia en la Isla.

Conseguir comida también era un reto. Hacer cola todos los domingos en la tienda Sigo se volvió, de manera forzada, parte de su rutina.

—Tenía clientes extranjeros que habían vivido el comunismo en Europa. Hace 12 años, una señora de apellido Schiffer me dijo: “Pablo, saca a tus hijos de Venezuela. Yo viví el comunismo de niña. En esos sistemas, el que no tiene dólares se muere de hambre”. Con el tiempo le di la razón.

Vivir en Venezuela se hizo muy cuesta arriba. Le parecía injusto ver a los jóvenes viviendo en un país donde se normalizaba la violación de los Derechos Humanos. Democracy es una canción escrita en inglés inspirada en las protestas ocurridas en el 2017, para tener un testimonio en un idioma universal sobre lo que enfrentaban los venezolanos en ese momento.

Según la ONU, existen 5,4 millones de migrantes venezolanos alrededor del mundo, cifra que aumentó 3,1 millones desde el 2018. Pablo no es la excepción: pasa a formar parte de la diáspora venezolana. La única opción que tenían él y los suyos era Chile, pues contaban con la ayuda de uno de sus primos que tiempo atrás se había establecido en el país.

Sus dos primeros hijos salieron en 2016. Al año siguiente, su hija menor se encuentra con sus hermanos, hasta que, finalmente, logran reunirse con Pablo a comienzos del 2018.

—Para mí fue un respiro sacarlos. A pesar de que los extrañaba un mundo, sabía que estaban bien y eso me tranquilizaba. Yo no me sentía en mi país, me sentía humillado, un prisionero, con miedo. Por salir a protestar o por opinar te pueden amargar la vida, incluso acabar con ella.

El nuevo ambiente del sur le hizo recordar a Pablo cómo era su vida en Caracas siendo joven. Adquirió una nueva normalidad. La que había perdido en Venezuela: salir a tomar un café sin miedo, usar el teléfono en la calle y poder pasear con sus hijos. Sentía que al menos volvía la paz.

Con la ayuda y orientación de un amigo, Pablo saca una visa profesional como abogado en Chile, lo que permite obtener la identificación chilena.

Durante sus primeros meses trabajó asistiendo a un maestro gasfiter (plomero) en la reparación de cañerías.

—Yo estaba preparado, no venía con esas ínfulas de «soy abogado y famoso. No haré nada que no sea eso». Todo lo contrario, yo venía dispuesto a trabajar y es lo que sigo haciendo hasta ahora.

Después de cinco meses en el país, Pablo consigue una plaza de conserje (lo que en Venezuela se conoce como portero), en un edificio del centro de Santiago, gracias a una pareja de antiguos clientes, residentes en la ciudad, que le comentan sobre la vacante disponible.

Pero la música seguía presente. La experiencia que estaba adquiriendo le servía de inspiración para componer canciones que reflejaran sus nuevas vivencias. Una tarde que pintaba ser cotidiana para los venezolanos asiduos al Metro de Santiago, se volvió nostálgica al escuchar Echa pa’ allá, un tema que la mayoría asocia con los paseos a las playas caribeñas. Muchos se encontraban sorprendidos, no creían lo que estaban viendo: Mulato les estaba cantando.

Fotografía de Manuel Alegría.

Pablo fue invitado a tocar en la estación de metro Universidad de Chile con Henry Mora, un saxofonista zuliano ganador del concurso Música a un metro, iniciativa que creó el Metro de Santiago para otorgar licencias a los artistas, y así permitirles tocar de manera itinerante en distintas estaciones del recinto.

El evento se presentó como una idea para sorprender a los coterráneos, y regalarles una tarde de recuerdos dentro de su rutina de viajes en el metro.

—Fue algo bonito. Las personas subían por las escaleras mecánicas, me escuchaban y se devolvían a verme. Yo me quedé un rato después de cantar, porque muchos me escribieron para tomarse una foto o pedirme un autógrafo.

El toque en el metro fue la ventana para que Pablo se diese a conocer como artista en Chile. Julio Sánchez, periodista de Chilevisión, un canal televisivo local, se interesó en la historia del artista y realizó un reportaje titulado El “Bob Marley” venezolano es ahora conserje, donde resume el pasado del cantante y se centra en su trabajo.

Luego, en el mismo canal, Millaray Viera, conductora de televisión, realiza una entrevista más personal llamada La historia de Pablo González «El Mulato» en su programa vespertino Sabingo. Situados en casa de Pablo, éste cuenta aspectos de su carrera musical, su vida profesional, los altibajos de vivir en Venezuela y la nueva vida en Chile.

En el desarrollo de las entrevistas se dieron paseos por la calle. Nunca faltó quien lo reconociera y lo saludara con afecto, le pidiera tomarse una foto, o cantar Echa pa’ allá.

— Julio y Millaray se sorprendieron porque alguien gritaba: «¡Mulato!», cuando estábamos caminando o cruzando la calle. Le preguntaron a los que se acercaban si me conocían y ellos respondieron: «Claro, él es famoso».

Además de ser conserje, Pablo realizaba trabajos pintando propiedades en su tiempo libre, lo que le permitió ayudarse a sí mismo y tener otra entrada de dinero para enviar a su familia en Venezuela, lo que ocupaba más del 30% de sus ingresos generados, sin contar gastos en servicios básicos, arriendo y comida.

Con el tiempo, Pablo logra estabilizarse y comienza a tener otras oportunidades laborales. Luego de dos años renuncia a la conserjería, y sigue por su cuenta con los trabajos de pintura. Además, comienza a trabajar en dos empresas inmobiliarias: una se encarga de la venta de nuevos departamentos y la otra se dedica al negocio de alquileres.

—Tiene mucho que ver con mi especialidad como abogado en la parte inmobiliaria en Venezuela. A pesar de que no hago contratos, estoy en el proceso de negociación y eso me gusta mucho.

La música no se queda de lado. Actualmente se proyecta en la formación de una banda de reggae, con un grupo de amigos venezolanos. Por otro lado, desde un pequeño estudio armado en su casa, se trabaja en nuevas composiciones para compartir con sus seguidores y así monetizar de manera digital su contenido, a fin de continuar con su carrera como artista.

—Seré sincero. Nunca había visto la posibilidad de hacer dinero con la música en estos tiempos. Pero pienso que con estas canciones voy a tratar de tener algún beneficio económico; que de alguna manera las personas aporten lo que puedan para descargar la canción.

También estudia la posibilidad de retomar algunos planes que, debido a la pandemia, tuvieron que posponerse: uno de ellos es viajar a distintos países de América y Europa, para seguir regalando a los venezolanos en cualquier parte del mundo, un momento de conexión con la música de artistas nacionales, y recordarles las cosas buenas que, en algún momento, vivieron en su país.

A tres años de haber emigrado, Pablo agradece la experiencia vivida. Él y sus hijos se encuentran tranquilos, a pesar de extrañar a los que dejaron en Venezuela. Chile se convirtió en su nuevo hogar. No saben si querrán establecerse definitivamente en el sur, pero por ahora, seguirán planificando su vida ahí, tal como lo hacen los millones que, huyendo de la crisis, buscan una mejor vida.


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