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Las “influencias negativas” según Daniel Ortega y Rosario Murillo

Fotografía de INTI OCON / AFP

22/04/2018

El presidente de Nicaragua Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo, quien, además de primera dama es la vicepresidenta y sucesora designada, han declarado la guerra al periodismo, los medios de comunicación y las redes sociales en ese país centroamericano. Ambos han ordenado el cese de las trasmisiones de espacios televisivos, críticos del gobierno, como 100% Noticias y Canal 12. A través de Telcor, la empresa nacional de comunicaciones, los gobernantes de Nicaragua ejercen un control rígido de la esfera pública de ese país.

El origen de la censura es la ola de violencia y protestas populares contra una reforma del Seguro Social, que impulsa el gobierno y que contempla cambios en el Código Penal, dirigidos a limitar el acceso a las redes sociales. Ortega y Murillo, en esa mezcla creciente de conservadurismo cristiano y autoritarismo populista, que vemos propagarse en los llamados “socialismos del siglo XXI”, sostienen que los niños y jóvenes están expuestos a la “influencia negativa” de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías.

A todos esos gobernantes “bolivarianos”, empezando por los cubanos, les preocupa una juventud cada vez más globalizada y cosmopolita, que rechaza un nacionalismo ideológico artificial, basado en manipulaciones evidentes de la historia y en el culto a la personalidad de ciertos líderes. Les inquieta el rechazo de los jóvenes a jerarquías sociales, construidas a partir de las lealtades políticas y las prebendas económicas que sustentan el régimen sandinista. Les irrita, además, que esa juventud se asocie y exprese, cada vez, con mayor autonomía, desarticulando, desde la base, los nuevos autoritarismos de la región.

La última ofensiva de Ortega y Murillo contra los pocos medios independientes de Nicaragua busca silenciar la cobertura de las manifestaciones contra el gobierno. Aducen las autoridades que las imágenes de las protestas en Managua y la represión del gobierno contribuyen a un clima de violencia subversiva. De manera que no sólo estaría prohibido protestar contra las restricciones a los medios sino documentar dichas protestas. El cordón autoritario del sandinismo se cierra por medio de una estigmatización de la libertad para manifestarse y expresarse en Nicaragua.

Con estas muestras de represión y censura, el gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo confirma un patrón que hemos visto repetirse en Venezuela y Ecuador, y que tiene su primer referente en Cuba. En esos países, las redes sociales y las nuevas tecnologías del siglo XXI han estado sometidas a una constante interferencia y regulación por parte del gobierno, para evitar la politización opositora de los jóvenes. Los ideólogos de esos regímenes se quejan de la “despolitización” de la juventud porque resienten su incapacidad para adoctrinar a la nueva generación.

La crisis terminal del “bloque bolivariano”, que se puso en videncia en la Cumbre de las Américas de Lima, está produciendo una reacción colérica y despótica en esos gobiernos, que merece mayor atención de los medios latinoamericanos. Hablamos de gobiernos que se sienten amenazados por la pérdida de su hegemonía regional y que se defienden atacando, limitando la autonomía de la sociedad civil y reprimiendo el disenso. Los líderes opositores, activistas sociales y escritores nicaragüenses (Ernesto Cardenal, Sergio Ramírez, Gioconda Belli, Nadine Lacayo…), que han levantado su voz contra esos atropellos, merecen la solidaridad de las democracias latinoamericanas.

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Este texto fue publicado originalmente en La Razón de México. 


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