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Fotografía de Guido Adler

La primera y última vez que vi a Gustavo Cerati

por Ricardo Barbar

04/09/2018
A Carlos Vargas [1992-2018]

 

Nunca cobró más sentido la frase contenida en su penúltimo disco, Ahí vamos, puesta como un presagio a lo que le sucedería luego: “Estoy cercado por la ciencia y nadie me verá mañana”. Tocando la que sería su última canción, “Lago en el cielo”, aquella noche del 15 de mayo de 2010 en Caracas, Cerati acabó con un solo poderoso de más de 3 minutos, quizá el más largo de toda la gira de Fuerza Natural, con un desenfrenado virtuosismo que cegó a todos de alguna sospecha. ¿Cómo es que después de haber hecho semejante concierto sufriría un accidente cerebrovascular que lo dejaría más de 4 años en coma y del que no volvería?

“Estoy cercado por la ciencia y nadie me verá mañana”.

Había viajado desde Guárico hasta Caracas para verlo. Meses atrás planifiqué todo: hablé con mis tíos y con mi mamá para que me ayudaran a completar el dinero del viaje y de la entrada. Quedé con un amigo de la infancia, Carlos, para encontrarnos en el concierto. Él fue quien me dio a escuchar a Cerati por primera vez en una de esas salidas en las que hablábamos, tocábamos y escuchábamos música.

Carlos me dijo que no comprara la entrada, que el día del concierto encontraríamos “otras vías” para pasar. Le hice caso: él se movía con facilidad en ese mundo. Había ido a muchos conciertos y en su lista estaba la gira Me verás volver de Soda Stereo en 2007. Aquel fue el único concierto al que no pudo acceder por “otras vías”, sino que pernoctó e hizo la fila kilométrica para entrar. Era el reencuentro de Soda luego de su separación en 1997. No era prudente improvisar.

De izquierda a derecha: Charly Alberti, Gustavo Cerati y Zeta Bosio durante la gira Me verás volver. Créditos: Juan Mabromata y Eitan Abramovich | AFP

Cuando nos encontramos en la Universidad Simón Bolívar, comenzamos a buscar a las personas que revendían entradas. Carlos consiguió la suya, por un precio menor del de la taquilla. Era un estratega para negociar. Me decía: “Espérate que se acerque la hora del concierto, a que la gente se desespere”. Conseguir la mía me costó mucho más que a él. Un tipo me ofreció una, en el mismo palco que el de Carlos, pero yo no quería gastar todo el dinero: quería comprar camisas y alguna otra cosa de recuerdo. Siguió ofreciéndola, pero nadie la necesitaba.

“Espera a que se acerque la hora del concierto”, me repetía.

Minutos antes de las 6 o 7 de la noche, el altoparlante hacía el llamado para entrar. El tipo se me acercó y me dijo: “Toma, chamo, dame lo que sea”.

En los primeros palcos había sillas. No entendía para qué: “¿Quién se va a sentar en un concierto de Cerati?”, me pregunté. El personal daba instrucciones: había que sentarse. “Tranquilo, cuando empiece el concierto nadie se va a sentar. Vamos a quedarnos cerca de la baranda”. Carlos era el guía y yo, inexperto, le hacía caso. Cuando salió Cerati, toda la gente se encimó hacia las barandas. Algunos que estaban sentados se molestaron. El personal trató de frenar a la gente, pero nadie los oyó.

Sonaban los primeros acordes de “Fuerza natural”. Cerati con su habitual antifaz salía a escena. La atmósfera atinaba con el estilo del último de sus discos: todo al natural, rodeado de verdes, en una montaña. Luego de la primera canción, tocó en fila “Magia”, “Déjà vu”, “Desastre”, “Amor sin rodeos”, “Tracción a sangre”, “Cactus”. Todos temas de Fuerza Natural.

Fotografía de Mauricio R.

Cerati compuso ese disco en un campo en Uruguay. El concepto que propuso fue más auténtico y orgánico. Quería deslastrarse de los sonidos distorsionados, más rockeros, de su disco anterior Ahí vamos. Hay un aire subrepticio en Fuerza Natural, lleno de enigmas y mística. Luego de la última pista, Cerati escondió un track cuya letra es una escala numérica del 1 al 13 que termina y luego vuelve a repetirse. “El disco es luminoso y quería que fuera así, por más que por momentos haya, como dice en una parte, ‘chispas de oscuridad’, situaciones con la naturaleza que también son especies de amenazas latentes, el disfrute con la música de la naturaleza, con lo que tenía a mi alrededor: tormentas tremendas, momentos de increíbles de paz, viajes internos, personales”, cita Maitena Aboitiz en su libro Cerati en primera persona, una investigación relatada a partir de declaraciones textuales de Cerati en cientos de entrevistas, ensayos y artículos periodísticos.

Durante el concierto hubo un pequeño quiebre del guion luego de la retahíla de canciones de Fuerza Natural. Tocó uno de los temas que en retrospectiva consideró uno de sus favoritos: “Perdonar es divino”, de Bocanada, el que decía era su primer disco como solista a pesar de que Amor Amarillo marcó un precedente individual. Bocanada es el disco transición que cierra su ciclo en Soda Stereo y da paso a una etapa individual. Por eso hacía la distinción: “La diferencia es que ‘solista’ en sí mismo me implica como una carrera que todavía no he tenido conciencia de tomar. Por eso hago esa diferencia entre ‘solista’ y ‘solo’, aunque sea semántica”. “El disco habla de final y de comienzo, sin que yo me lo haya propuesto. Lo descubrí escuchándolo con más distancia”.

En el escenario estaban algunos de los músicos que siempre acompañaron su carrera y otros que se unieron en el camino. A su derecha, Leandro Fresco en teclados, apoyo vocal y percusión menor; Richard Coleman, quizá el más fiel de todos en escena, en la segunda guitarra; Anita Álvarez de Toledo en los coros y Fernando Samalea en la batería. A la izquierda, completando el trío de guitarras, Gonzalo Córdoba, y en el bajo Fernando Nalé. Casi todos conservados en camada de Ahí vamos, disco del que rescataría esa noche cinco temas: “Uno entre mil”, “Vivo”, “La excepción”, “Crimen y “Lago en el cielo”. Durante todo el concierto alguien del público no paró de pedirle esta última canción: “Langosta en el cielo”, gritaba. “¡Toca Langosta en el cielo!”

Había tocado “Artefacto”, “Rapto”, “Dominó”, “Sal” cuando hizo un cambio de instrumento. Se colgó una Mosrite Double-Neck, una guitarra doble mástil de 12 y 6 cuerdas. “Mandé a hacer esta guitarra solo para tocar este tema”. A continuación, tocó “Trátame suavemente”, del primer disco con Soda Stereo, quizá la única canción que no compuso (le fue dada por Daniel Melero). De aquel Cerati con influencias musicales y estilísticas de The Cure y The Police no quedaba nada: la brecha entre disco y disco le había permitido acercarse a su estilo y crear su propia identidad.

Fotografía de Leonardo Ramírez

Cerati cerró el primer acto tocando “He visto a Lucy”. Todos los músicos se guardaron.

Luego salió a solas con una Taylor T5 y un cigarrillo. “Este tema nunca antes fue tocado, en vivo, en ninguna gira. Nunca logré aprendérmelo bien tampoco. Pero bueno es parte de esta parte, valga la… parte. Es de Amor Amarillo, se llama ‘A merced’. Estoy haciendo tiempo porque me estoy fumando un cigarrillo. Está divina la noche. Esto se divide en dos y ahora viene otra cosa: temas de Ricardo Montaner… ja, ja, ja, ja. No, sin ánimos de ofender a nadie. Apenas me sé mis temas”.

En esta canción, Cecilia Amenábar, la madre de sus dos únicos hijos, grabó el bajo y los coros de estudio. Amor Amarillo es el disco con más relación directa a lo que le estaba sucediendo en el momento. Es un disco “maternal”, por decirlo de alguna manera, grabado durante la espera de su primer hijo, Benito. De una ecografía, Cerati extrajo el sonido de los latidos de su hijo y los insertó en “Te llevo para que me lleves”. A propósito del nombre de la canción, fue una ocurrencia que escuchó en Venezuela. Maitena Aboitiz la rescata: “El término lo escuché, o creí escucharlo, allá a lo lejos en una playa de Venezuela. Yo escuchaba algo por el estilo en tono venezolano y me quedó sonando en la cabeza, entonces después lo traduje y quedó nomás”.

Aparte de esta excepción, creo que Cerati intentaba solapar cualquier vínculo entre sus letras y su vida emocional. Escribía como si uniera un montón de papelitos desperdigados, con frases desordenadas, aparentemente inconexas, que se anidaban en sus melodías. Escribía, y también sus coescritores, con frases que jugaban al doble sentido o al ocultamiento. “Es común que los críticos a veces intenten relacionar mi vida privada con las canciones, por supuesto un psicólogo me destriparía y encontraría muchas cosas, pero yo intento que sea un viaje de fantasía. A veces son deseos”, dijo en una entrevista.

Cerati era un genio de melodías y del fraseo. Su relación con las letras vino desde muy joven: en su adolescencia confeccionó un libraco donde asentaba las palabras que más le gustaban. “La música es lo que me inspira a escribir letras, y lo primero que hago con las músicas es cantarlas, y en ellas están las palabras”, cita Aboitiz. También aceptaba que era un poco flojo para escribir y que muchas veces terminaba las letras en el estudio de grabación. Había una armonía entre su música y sus letras que hacía que todos los sonidos se anudaran sin esfuerzo. Algunas de sus canciones fueron continuaciones de otras canciones.

En “Té para tres”, del disco Canción Animal, de Soda Stereo, Cerati narra un momento en que se sentó junto a sus padres a tomar té. Lillian Clarke lo cuenta: “Mi marido tenía una enfermedad muy grave y teníamos el último análisis. Habíamos confiado alguna mejoría. Pero no había. Se me caían algunas lagrimitas. Era mi marido, él y yo tomando el té”.

“Las tazas sobre el mantel
La lluvia derramada
Un poco de miel
Un poco de miel

No basta…

El eclipse no fue parcial
Y cegó nuestras miradas
Te vi que llorabas
Te vi que llorabas
Por él…

Té para tres…

Un sorbo de distracción
Buscando descifrarnos.

No hay nada mejor
No hay nada mejor
Que casa.

Te para tres…”

Fotografía de Damián Benetucci

Tiempo después, el desenlace de la enfermedad quedaría plasmado en “Tu medicina”, de Colores Santos, un proyecto alternativo fuera de Soda que hizo junto a Daniel Melero. La canción fue escrita parcialmente durante dos años en los que Cerati pensaría en la muerte, pero no terminó la letra hasta el momento que murió su papá. Aboitiz cita: “El día que falleció mi viejo la terminé ahí. Me acuerdo que me llevé una hoja de la clínica donde estaba internado. Una hoja con una serie de consejos y de esa hoja surgió el cierre. La circunstancia que rodeaba a papá llevaba la idea de que todo podía terminar. Y terminó con la tristeza tremenda que propone la canción, pero también con la luz que aparece al final. A mí me pasó eso. Papá murió en mis brazos, con toda la familia rodeándolo y en ese momento, hubo luz. Una situación así de dolor tan fuerte y al mismo tiempo mezclado con la esperanza y con el futuro y con la medicina, con la curación, con la fuerza de vivir y que cualquier cosa es una medicina realmente para salir adelante, es como una enseñanza gigantesca para mí”.

Siempre estás tan cerca que nunca digo adiós
Besaré la cruz
Dulce luz sin fin
Esperando el trago amargo
Tu medicina
Ah amar la medicina”.

Pienso en estas palabras y en el paralelismo que pudiera haber tenido con su situación. Bajo ese estado en el que yacía, totalmente apagado, ausente de su virtuosismo, sólo podía ser recordado a través de discos y videos. Tenía 55 años cuando murió. 

Cerati siempre hizo lo que le dio la gana. Su espontaneidad se lo permitía. Y aunque había en él ciertas capas de excentricismo, gozaba de una naturalidad que derribaba cualquier apariencia. Se apropió de sonidos e influencias, y los hizo suyos. Era zurdo y tocaba guitarra como diestro. Hizo un concierto netamente sinfónico en el que cantó temas propios y de Soda. Participó como actor en una película, +Bien, e hizo el soundtrack. Creó junto a otros diseñadores una línea de ropa. Sacó un vinilo, edición especial, de Fuerza Natural en una época en la que toda la música se reproduce en Youtube, iPods, Internet y teléfonos inteligentes. “Entiendo que todo va hacia lo práctico y a lo veloz. Si yo hablo de querer sacar un vinilo es porque intento que la gente trate de escuchar mejor. Lo que más me molesta es que la gente se acostumbre a escuchar mal. No porque sea un audiófilo, sino porque me parece un retroceso”. Colaboró con algunos de los músicos que lo influenciaron: Roger Waters, Andy Summers… Vivía para la música y era algo en lo que era obsesivo: cuando viajaba salía de las tiendas de discos con cajas y cajas de CDs. Se consideraba a sí mismo ecléctico: “Nunca fui fundamentalista porque me parece que el rock que absorbí quizás tiene que ver con las influencias, pero si pienso en Bowie, o pienso en la música de los setenta que empecé a escuchar o Jimi Hendrix, ¿qué hacía con la guitarra? No hacía lo mismo que hacían otros: transformaba el instrumento en otra cosa. Para mí el rock significa apertura”.

En 2015, se reeditaron en vinilo los discos de Cerati y algunos de Soda Stereo. Fotografía de FlacoStereo

“Langosta en el cielo”, volvió a gritar como por cuarta vez el tipo que estaba a mi lado. Cerati lo complació cuando utilizó el tema para cerrar. “Chao Venezuela”, se despidió, y todos nos quedamos esperando a que regresara a tocar uno más. Pero no. “Lago en el cielo” fue lo último. Y como si la naturaleza nos concediera una metáfora, poco después empezó a llover.

Venezuela fue el último tramo de la gira en Latinoamérica. “Si yo me retirara ahora, en este momento, no creo que sea muy factible pero supongamos que sí… me iría contento por Fuerza Natural”, dijo en una entrevista. Para algunos esto resulta un consuelo.

Yo prefiero pensar, como me dijo una amiga, que Cerati no murió: se hartó de este mundo y cambió de identidad. 

Que está en un viaje…

“Yo vivo en viaje. Pero a veces también tiene que ver con el viaje interno. En esas coordenadas estoy dando vueltas todo el tiempo: el tiempo y el espacio. Son mis temas recurrentes”.

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