Rubén Doblas Gundersen en el documental “De Rubén a Rubius”. Credit vía YouTube
Rubén Doblas Gundersen en el documental “De Rubén a Rubius”. Credit vía YouTube

¿El Rubius, YouTube y los videojuegos son alta cultura?

por Jorge Carrión

22/10/2018

Santiago de Chile, 2015. A 10.695 kilómetros de la ciudad donde vive, Rubén Doblas Gundersen entiende en quién se ha convertido. Mientras que en Madrid puede llevar una vida más o menos normal, allí le esperan miles de admiradores en el aeropuerto, en la puerta del hotel, en cada uno de los eventos que protagoniza su máscara, su alter ego, su tú youtuber: el Rubius.

Hacía ya nueve años que ensayaba y emitía autoficción desde el dormitorio más famoso del planeta. Pero en 2014 el creador digital se convirtió en escritor: publicó El libro troll. Y, al año siguiente, su primer cómic: El Rubius. Virtual Hero.

Como los youtubers o yutuberos se quedan en casa trabajando, pero los escritores —incluso los que firman los libros sin haberlos escrito— se pasan la vida viajando, durante los dos años siguientes pudo comprobar, sobre todo en México y en Argentina, que los adolescentes, después de tanta adoración catódica y a distancia, enloquecían con su presencia de carne y hueso.

“Una vez un tío de Argentina vino hasta mi casa, cogió un avión para visitarme, venía con un iPad y con un montón de papeles y me explicó cómo me había triangulado la posición”, cuenta en De Rubén a Rubius, el documental con que Movistar+ ha promocionado el lanzamiento de la serie de anime Virtual Hero (que fue lanzada en la plataforma el pasado jueves, pero el domingo anterior ya sumaba ocho millones de reproducciones en el canal de su protagonista).

El chaval argentino, emocionado porque podía tocar a su héroe virtual, era ajeno al miedo que contagiaban sus explicaciones. Pero imagino que el youtuber sí sintió una inyección de pánico. En 2013 ya había superado el millón de suscriptores. Dos años más tarde YouTube le otorgó el “Botón de diamante” por llegar a los diez. Antes de este verano pasó de los treinta. Hay pocos ejemplos tan claros de la expresión “crecimiento exponencial”. En estos momentos es uno de los quince canales con más suscripción del mundo. Según el YouTube Money Calculator ha ganado unos 16 millones de dólares solamente con sus vídeos.

De Rubén a Rubius es un documental revelador. Detrás del matrix celebratorio, detrás de la crónica del éxito internacional, detrás del viaje a Corea del Sur donde se produce Virtual Hero, asoma el retrato de un hombre escindido. La división se puede rastrear en toda su obra. En los vídeos siempre queda patente que vive entre dos dimensiones, la de la pantalla con su audiencia masiva y la de su habitación (de hotel cuando viaja), su gato y sus amigos. Esa doble realidad conduce en El libro troll, los cómics y la serie de anime a una figura de oposición, la del enemigo del Rubius, Trollmask.

En su nombre se unen los dos grandes miedos del youtuber: los troles (que quizá tengan razones para su odio) y la máscara (la impostura). Ambos convergieron en la que tal vez sea su pieza más sofisticada, “La verdad sobre Rubius”, en la que supuestamente reveló que tenía un hermano gemelo, pero que en realidad es una confesión sobre sus ataques de pánico y la presión insoportable de vivir sobreexpuesto, a través de la vieja figura del otro. Significativamente no se titula “La verdad sobre Rubén”.

Lo publicó en marzo de este año y un cuadro de ansiedad lo llevó a anunciar dos meses después que dejaba temporalmente la red social. Desde entonces ha regresado a su canal sobre todo para publicitar la serie de Movistar+, en cuyos seis capítulos se observa que la división entre la realidad y la pantalla es, en realidad, una metáfora de lo que separa la adolescencia de la edad adulta. Es una serie infantil que tal vez pretendía ser una serie juvenil. Desde su propia concepción y creación, en estudios españoles y coreanos, un relato escindido. Como su autor. Y como la cultura contemporánea, que sigue sin asumir las consecuencias de la superación de la vieja dicotomía entre alta y baja cultura.

El Rubius acostumbra a aparecer en la sección de tendencias de los diarios. Aunque Virtual Hero se haya presentado en los festivales de Cannes y de Sitges, ha sido cubierta sobre todo en las secciones de televisión. Mientras tanto en las secciones de cultura se entrevistaba a Madeleine Albright porque había publicado en español Fascismo. Una advertencia. Un libro.

O cubrían cómo Banksy había destruido su propia obra, Girl with Balloon, un grafiti que cuando apareció en un muro por primera vez en 2002 ni siquiera mereció una mención en la sección de tendencias y que ahora —convertida en cuadro, en instalación, en pieza de subasta, en historia provisional del arte— sí es cultura.

Aunque en la figura de Albright convergen el ensayo, la política de alto nivel y la industria editorial, y en la de Banksy el arte popular, las tácticas de guerrilla, el mercado especulativo y el mercadeo viral, en mi opinión, en la del Rubius encontramos más claves para interpretar la complejidad de la cultura de masas en estos años de capitalismo de plataformas.

El youtuber es un trabajador precario y deslocalizado: un sujeto ejemplar de la economía que analiza Nick Srnicek en su último libro. El modelo de acumulación que propone y alienta YouTube tiene una particularidad: es válido sobre todo en el interior de la red social. Por eso se pueden ver en el canal del Rubius tanto el documental sobre su vida como el cuarto capítulo de su serie. Por eso, pese a que se haya popularizado la expresión “creador digital” como sinómino de youtuber, es difícil encontrar ejemplos de vídeos producidos por un yutubero que puedan influir o interesar fuera de su marco de recepción por excelencia, YouTube.

El Grupo Planeta reclutó a los creativos que dieron forma a los cómics del Rubius: el guionista el Torres y la dibujante Lolita Aldea. Para la serie Movistar+, se añadieron a ese equipo nuclear al director Alexis Barroso y a otras cien personas. Se trataba de expandir un mundo personal. De salir del contador de visualizaciones y vender libros o conquistar telespectadores. Sin olvidar el centro de irradiación: el canal del youtuber.

La empresa ha entendido que debe premiar a sus productores más eficientes, al permitir que ganen un sueldo con sus contenido y categorizarlos según sus suscriptores con un sistema copiado de la certificación de ventas discográficas. Lo que no es casual, porque YouTube se puede leer como una macroestructura parasitaria de la música, los deportes o los videojuegos. Como un marco que trata de absorber el mayor tiempo posible de consumo de ocio, una nueva mitología en sí misma.

No es casual que el Rubius comenzara colgando vídeos sobre su adicción a los videojuegos; ni que en marzo de este año, a la vez que comenzaba a acusar un insoportable desgaste psicólogico, batiera el récord de seguimiento de una partida multijugador con más de un millón de espectadores en su canal; ni que el 22 de junio reuniera a cien youtubers para seguir jugando en el mismo universo virtual, el de Fornite: Battle Royale, en la feria Gamergy de Madrid: como todos ellos retransmitieron en directo, la audiencia subió hasta los 42 millones de espectadores. Cuarenta y dos. Millones.

El videojuego se ha convertido en el producto cultural más importante de nuestra época, en términos creativos, económicos y de impacto. Y YouTube es su principal fuente de energía y de comentarios. Los cien youtubers de Madrid son los cien prisioneros de Trollmask que el Rubius tiene que liberar en Virtual Hero.

La cultura más alta es la que está en la nube. La cultura más baja es la que está a ras de suelo: en las librerías, en los museos, en las tiendas de discos, en los teatros. Si todas las evidencias apuntan hacia esa constatación: ¿por qué nos cuesta tanto aceptarlo? ¿Quién es el auténtico impostor: el Rubius o nosotros?

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Este texto fue publicado originalmente en The New York Times en español.


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