24875186906_7ed41043ba_k
Fotografía de Ian D. Keating | Flickr

El hombre más alto que he amado

por Andrew Rannells

07/03/2019

Mi terapeuta creía que, si querías que algo apareciera en tu vida, debías enfocar tu energía en eso. Decidí aplicar esa filosofía a mi búsqueda del amor, así que hice una lista que solo alguien de 22 años podía hacer. Quería que el hombre de mis sueños:

1. Que sea más alto que yo (mido 1,87, así que es mucho pedir).

2. Que tenga el cabello oscuro.

3. Que tenga buen cuerpo y sea amable y gracioso (pero no demasiado, porque ese es mi papel).

4. Que sea sociable pero no demasiado (no quería competir para obtener atención).

5. Que sea creativo.

Más tarde ese mismo día iba camino a la lavandería cuando vi a Todd. Habíamos actuado juntos en una producción de Vaselina en el Westchester Broadway Dinner Theater. Él tenía el papel de Danny Zuko; yo, el de Doody.

Se veía aún más hermoso de lo que recordaba. Era exactamente lo que deseaba, salvo que tenía doce años más que yo y era heterosexual. Incluso era 5 centímetros más alto que yo.

“Acabo de mudarme al edificio de al lado”, comentó.

Traté de no ahogarme.

Todd dijo que había escuchado que mi padre había muerto y se sentía terrible por no haberme llamado. Yo sabía que se había divorciado, pero yo tampoco lo había llamado.

Para hacerlo sentir mejor por no haberme llamado, le dije: “Ah, ¡no importa!” sobre mi propio padre muerto. De verdad me estaba yendo muy bien en esa conversación.

“¿Quieres ir a cenar y ponernos al día?”, me preguntó.

“¡Sí!”. Prácticamente floté hasta la lavandería. Sabía que no era una cita, pero aun así estaba emocionado.

Elegimos un lugar de comida griega y pedimos gyros y cerveza. No bebo cerveza, pero parecía la bebida apropiada para la reunión que no era una cita con este chico heterosexual. Hablamos sobre el funeral de mi padre, y de verdad me abrí con él. Quizá porque no era una cita.

“Han sido un par de meses de locos”, dijo. “Después de mi divorcio de verdad tuve que pensar en la razón por la que fracasó mi matrimonio”.

Ignoré la mayor parte del discurso de Todd porque estaba viendo cómo movía sus labios y cómo saltaban sus pectorales, pero después algo que dijo me trajo de vuelta a la realidad: “Me di cuenta de que soy gay. Así que quería decírtelo, Andrew: soy gay”.

¿Has vivido uno de esos momentos en que se detiene el tiempo? ¿Como cuando sales volando en auto de un acantilado o ves a tu bebé por primera vez? (Nada de eso me ha pasado, pero ya saben a qué me refiero). Así me sentí.

Terminé por decir algo solidario acerca de sentirme honrado de que me lo hubiera dicho a mí. Después seguimos con otros temas.

Luego de que salí del clóset, aprendí que hacerlo no significaba querer hablar solo de eso, así que seguí la conversación de Todd, y el resto de la cena charlamos sobre el trabajo. Caminamos a nuestros apartamentos, nos dimos un abrazo incómodo y después entré a mi hogar lleno de ansiedad y lujuria.

Luego me pregunté: ¿acabo de arruinarlo? ¿Estábamos en una cita? Lo único que podía hacer era regresar y preguntarle.

Momentos después, frente a un Todd sin camisa en su entrada, le pregunté: “¿Acabamos de tener una cita?”.

Sonrió. “Ven aquí”.

Hice lo que me pidió y después tuvimos el mejor sexo de toda mi vida. Me dormí en sus brazos y desperté así. Fue la primera vez que había dormido toda la noche desde que murió mi padre. Todd me hacía sentir seguro. Y yo lo hacía sentir seguro a él. Acababa de salir del clóset y aquí estaba, con un hombre joven que se sentía loco por él. Debió sentirse como salir con un cachorrito.

Esa noche comenzó lo que consideré mi primera relación adulta. La intensidad de mi atracción también creó una inseguridad y una manía en mí que casi nos destruyó varias veces. Yo era tanto Sid como Nancy en la manera en que lo necesitaba y lo odiaba por ello. No era sano pero era emocionante. ¿Qué sabía yo de relaciones? Todo lo que había escuchado era que requerían mucho trabajo. Y definitivamente así era.

Poco después de que Todd y yo comenzamos a salir, a ambos nos dieron audiciones para una nueva producción de Hairspray en Broadway. Los papeles de la obra ya habían sido asignados, pero de último momento necesitaban un nuevo miembro para el coro de hombres.

Aunque amaba a Todd, lo di todo en esa audición. Y me salió excelente. También a Todd, porque ambos estábamos en el grupo de los últimos cuatro seleccionados. Nos fuimos callados, imaginando el comienzo de nuestras nuevas carreras en Broadway (a costa del otro).

Dos horas más tarde nos llamaron para decirnos que no nos habían elegido. Todd estaba decepcionado, pero yo estaba devastado. Era cursi, blanco y podía darlo todo. Si no podía obtener un papel como ese, ¿cómo podría ser parte de esta industria?

Al parecer, no podía serlo.

Así que renuncié. Había estado pagando mis cuentas con un empleo de día: un trabajo soso y seudoartístico dirigiendo caricaturas. Todd y yo creamos una rutina cómoda; íbamos a mercados de pulgas o a aquellos donde se compra directamente de los productores, básicamente de cualquier tipo, solo para pasar el rato. Había viajes de fin de semana hacia el norte del estado y proyectos de reparación en casa.

La primera vez que rompimos, estábamos en un crucero con otra pareja gay. Nos pusimos a discutir porque él “me hizo sentir como tonto” por ordenar Riesling en la cena. Eso nos llevó a una conversación más grande acerca de cómo me sentía controlado y de cómo Todd sentía que yo lo ignoraba cuando salíamos con amigos.

Las puertas del balcón estaban abiertas y podíamos escuchar a los mariachis tocando versiones de canciones pop. Nuestra relación terminó durante “La Bamba” cuando Todd gritó: “¡Ya no quiero seguir con esto!” justo cuando tocaron la última nota.

Eso fue a mitad del crucero, con tres puertos más en la lista. Apenas nos hablábamos.

Sin embargo, cuando regresamos a casa pronto nos pusimos a trabajar, ir al mercado y tener sexo diario. Así pasaron los años.

Hasta que un día, mientras terminaba otra tarea de oficina estresante pero sin importancia, pensé: “Ya no puedo seguir con esto”. Tenía que darle a la actuación una última oportunidad.

Logré conseguir algunos papeles sin relevancia. Después, una mañana recibí una llamada en la que me ofrecían una audición en Broadway. Para Hairspray, da la casualidad. Era el mismo papel para el que había hecho audición años antes.

No podía hacerlo. El dolor y la decepción eran demasiado grandes. Esa obra era mi ballena blanca en forma de John Waters, la misma que me acechaba. Pero tampoco podía rechazar la oportunidad.

No se lo dije a Todd. A él no lo habían llamado y no quería que se molestara. Además, no quería sentirme avergonzado cuando me dijeran que no había obtenido el papel otra vez.

Cuando llegó el momento, estaba totalmente relajado y presenté la audición exactamente como quería. Para cuando regresé a mi edificio, ya habían llamado para decir que el papel era mío. Fue el momento más feliz de mi vida.

Todd estaba adentro, esperándome para cenar. Cuando se lo dije, su rostro se puso rígido. “Me ganaste”, dijo.

“¿Qué?”.

“Me ganaste”, dijo, sin amabilidad. “Llegaste ahí primero”.

Después volteó a verme, me abrazó y me felicitó, pero el daño estaba hecho. No sabía que aún estábamos compitiendo.

Pasamos las fiestas de fin de año a duras penas. En una celebración estridente de Año Nuevo, nos besamos tímidamente a medianoche. “¿Podemos irnos?”, dijo. Yo quería quedarme, pero nos fuimos a casa y nos acostamos uno al lado del otro en silencio.

Quería que estuviera más feliz por mí. Me quedé dormido formulando la conversación que tendríamos acerca de lo dolido que estaba. Sabía que podríamos solucionarlo.

Cuando desperté, Todd se había ido. En mi teléfono había un mensaje de voz: “Andrew, no puedo vivir así. Es obvio que te preparas para ir a otro lugar, sin mí. Estoy feliz por ti, pero ese también era mi sueño. No creo poder ver cómo alguien más lo logra antes que yo. Lo siento. Te amo”.

Afuera estaba oscuro. Me senté en el sofá, confundido y solo. Era el hombre más alto que había amado (¡lo primero en mi lista!), y lo había perdido. Pero también había una voz dentro de mí que sonaba con fuerza, la voz de mis ancestros rurales, prácticos y estoicos. Quizá no habían sabido mucho de Broadway, pero conocían el valor del trabajo arduo y de reponerte después de recibir un gran golpe.

La voz decía: “Te fuiste de Omaha y abandonaste la seguridad de tu familia, y eso te llevó exactamente adonde querías ir. Lo lograste, Andrew. Te lo mereces. Ahora encuentra un pedazo de tierra y una buena mujer, ¡y comienza a repartir la semilla de la familia!”.

Bueno, quizá esa última oración no aplica del todo conmigo.

***

Andrew Rannells es actor y escritor. Este ensayo es un fragmento adaptado de su libro Too Much Is Not Enough: A Memoir of Fumbling Toward Adulthood, que se publicará este mes.

***

Este texto fue publicado originalmente en The New York Times en español.


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo