Perspectivas

Baile y canto en el San Pedro de Guatire

07/06/2023

Aportes del libro Trapiche y esclavitud en Santa Cruz de Pacairigua y Valles de Guatire de Miguel Ángel Ortega Machín.

Traemos aquí algunos elementos que llamaron nuestra atención al revisar el libro Trapiche y esclavitud en Santa Cruz de Pacairigua y Valles de Guatire (Estado Miranda-Venezuela, ULA 2022), escrito por el investigador Miguel Ángel Ortega Machín (un caraqueño estudioso de la cultura y los anales de la afroguatireñidad, dramaturgo, narrador, documentalista de T.V. y poeta, nacido en 1959). Presentación del antropólogo, Luis Enrique Molina (quien es Profesor del Departamento de Arqueología y Antropología Histórica de la Escuela de Antropología de la UCV).

El libro es fruto de una investigación muy acuciosa que tardó cuarenta años en ser realizada, y que como lo advierte su prologuista, fue resultado de “…las conversaciones con quienes habían sido partícipes –es decir, aquellos jornaleros de las haciendas dedicadas a la siembra y procesamiento de la caña de azúcar– […].” A todo esto, habría que advertir, que según el libro: “A partir de los inicios de Guatire como ‘pueblo de doctrina de esclavos negros’ hasta el momento cuando comienza su industrialización/urbanización, fue la actividad de las ‘haciendas de trapiche’ la base económica del valle, determinando su vida e historia social, política y cultural”.

Pacairigua iba a resultar el paraje final, en los tiempos de la penetración hispánica comandada por el Capitán Cristóbal Cobos, quien formaba parte de la expedición de Diego de Losada que se fue expandiendo desde la ciudad de Caracas hasta el Valle de las Yeguas (lugar este que pasó también a llamarse como Guatire).

También los hombres de Alonso Galeas vinieron a combatir las naciones aborígenes -desde 1592- y éstas fueron dando paso a una serie de «encomiendas de indios». Al cabo de un tiempo, según Miguel Ángel Ortega Machín, la presencia de la mano de obra indígena fue dando paso a otra, a la mano de obra de los negros esclavos: “Presumimos que la introducción de esclavos a los valles de Guatire y Pacairigua se inicia, tímidamente, en un borroso momento del siglo XVII cuando los primeros propietarios del olvidado Valle de las Yeguas, construyeron sus trapiches en el transcurso de la primera mitad de esa centuria”.

En la región, llegó a fundarse –gracias a una mayor presencia indígena– únicamente el pueblo llamado Guarenas -para el año de 1621-, pero todo lo demás –en dicha comarca- era denominado simplemente como el «cantón de Guarenas». Y, así quedaron zanjadas las dos zonas: por un lado, el pueblo de doctrina de indios de Nuestra Señora de Copacabana de Guarenas y –por el otro–, el pueblo de doctrina de esclavos negros de Santa Cruz de Pacairigua y Valles de Guatire.

Dicha localidad quedó a cargo de Juan de Gámez, quien estableció un primer linaje en dicho lugar y donde le sucedieron varios miembros de esta familia, hasta que en 1679, el Capitán Alonso Gámez hace la repartición definitiva de dichas tierras; la región de Guatire había quedado desde el último tercio del siglo XVI, a cargo del Alférez Mayor Gabriel de Ávila. Una descendiente suya –Micaela Pérez de Ávila–, se casó con Lucas Martínez de Porras.

Así –como era de esperarse–, a partir del último tercio del siglo XVII aumenta la población en la comarca –con una mayor presencia de esclavos provenientes de África–, cuando Antonio Gámez de La Cerda comienza a construir una Ermita o Capilla en Pacairigua para los aldeanos de su hacienda «Santa Cruz», de acuerdo al artículo de David W. Fernández.

La propiedad fue vendida al Capitán José de Sojo y Palacios, entre 1682 y 1690. Afirma Miguel Ángel Ortega Machín que:

Al final de dicha centuria [el Siglo XVII], ya estaría bastante bien claro o perfilado cuál sería el desarrollo posterior de los valles de Guatire y Pacairigua [“…como una ‘capellanía de haziendas’ y con una Iglesia local dependiente de la Diócesis de Caracas, encargada de levantar censos o matrices de esclavos que pagan el diezmo, dinero empleado para el mantenimiento del templo” (Ortega, p.263)], los cuales terminarán conformando en Curato Rural o Capellanía de Hacienda de Campo […].

Además, de ser visitada por el Obispo José de Oviedo y Baños Sotomayor, hacia 1686. Alrededor de la Ermita, se fueron nucleando un conjunto de propiedades dedicadas a la siembra y procesamiento de la caña de azúcar. Miguel Ángel Ortega Machín describe el modo en que fueron poseyendo las tierras los colonizadores de la región, como lo comenta igualmente: “Así, veríamos cómo se configuran los amos de los valles de Guatire y Pacairigua por medio de los apellidos que se mantienen y suceden en la posesión de las tierras, y no son muchos, allí está la familia del Marqués del Valle de Santiago (los Berroterán), Sojo-Palacios-Gedler-Arratia, los Arenas, Yélamos, Muñoz, los Caraballos, los Pérez-Gil, Marrón…”.

Miguel Ángel Ortega Machín nos dice –de un modo concluyente– que en la localidad de Santa Cruz de Pacairigua y Valles de Guatire:

…es la iglesia parroquial la que con su ascendente y prestigio social, se ocupará de conservar el estatus quo en combinación con los dueños de tierras y esclavistas, no en balde uno de sus objetivos fundamentales era el de organizar la recaudación de las contribuciones en forma de estipendio que éstos debían hacerle, incidiendo a su vez con el afianzamiento del poder político-económico que tuvo dentro del sistema colonial, fondos que permitirán a la Iglesia erguirse […].

A partir de entonces ha habido un continuum histórico-cultural iniciado en el siglo XVII y que prosigue aún en la actualidad.

Así, cabe recordar que hacia 1750, gracias a la mano de obra esclava proveniente de África se consolidará el conjunto de labores realizadas en las haciendas del trapiche. Siendo para las últimas décadas del siglo XVII, que en su conjunto agruparan dichas haciendas alrededor de 1.335 esclavos africanos. A la par de que cuando la Compañía Guipuzcoana establece su actividad mercantil, se notará también un control inglés en esta región que incidirá a la larga en un mayor control y modernización de las haciendas cañicultoras.

Como nota curiosa, por entonces hubo una función teatral en la población de Guatire, que es digna de mencionarse, en el cual aparece involucrado el hermano de Juan Manuel Olivares. En 1793, tal como lo indica Alberto Calzavara, Juan Bautista Olivares, quien por entonces había sido un fiel servidor de la Iglesia, fue contratado por Joaquín Gedler con el fin de participar en un evento músico-teatral que se daría en su hacienda como maestro de música y compuso para dicha ocasión la música de las tonadillas que se iban a interpretar como parte de unas comedias y seleccionó –en unión de cinco músicos más– la música de un concierto de baile.

El culto popular a San Pedro que se tiene hoy en día, es producto de la devoción por parte de los esclavos que lo comenzarían en algunas haciendas: la de los Arratia –a partir de 1725–, como también en la de Manuel Gedler –desde 1766– o las de otras familias, tales como los García o los Arenas.

En dichos lugares, esta imagen sampedreña compartiría lugar junto a otras devociones, tales como la Santísima Trinidad, etc. También, valdría mencionarse aquí que del linaje de los “Arratia” era la hacienda de trapiche que fue denominada como Santa Cruz de Pacairigua (o Hacienda Sojo), cuya casa reflejaba cierto tipo de opulencia. Y aunque éste e haya sido el sito en que nació Pedro Ramón Palacios y Sojo y Gil de Arratia (o simplemente, el Padre Sojo), el 17 de enero de 1739 quien fue el propulsor fundamental del movimiento musical que se ha dado en llamar como la Escuela de Chacao.

Pero en Santa Cruz de Pacairigua y Valles de Guatire, la advocación a San Pedro no se hará por entonces dentro de la Iglesia parroquial. El Obispo Mariano Martí hace constar que la Ermita tiene 8 altares y en ningún lugar este santo estará ahí ubicado.

Roberto Iriarte “…contó que la Parranda de San Pedro se había originado en la hacienda El Ingenio” –citado por Miguel Ángel Ortega Machín. Quién sabe si ante la devoción a San Pedro Apóstol en dicha locación, se haya dado cabida a la leyenda de una esclava llamada María Ignacia, la cual ofrecía pagar con un baile una promesa como parte de su agradecimiento por la recuperación de la salud de su hija. Asimismo, al morir ésta se da una transferencia de este rol asumido por parte del padre –cuyo nombre era Domitilio– y se presenta ante todos haciendo una imitación de los rasgos de su difunta esposa, calcando quizás los ademanes y la indumentaria de la madre de la niña Rosa Ignacia. Todos apuestan –tanto cultores como investigadores– que la esclava tuvo que haber existido y que tuvo que ser moldeada en la mente colectiva. Si la niña Rosa Ignacia, hija de la esclava, se había recuperado, ante la súplica de su madre esclava y la promesa a este Santo Patrono de bailarle o festejarle en la hacienda, dicha suposición es compartida por vía de la oralidad, ya que así lo reconocen plenamente los cultores de esta festividad.

Suponemos –a luz de esta ilusión festiva– que se produce en la ceremonia sampedreña un conjunto de rasgos que resultan “paralitúrgicos”, que dan fuerza y cobran vida al aspecto popular que tiene la feligresía católica. Aunamos aquí nuestras suposiciones ya que es poco lo que deja o queda entredicho también por Miguel Ángel Ortega Machín, cuando dice: “Por nuestra parte, en ningún documento de los que logramos revisar se nos habla de la actividad cultural autogenerada por los esclavos de Guatire; la única referencia que tenemos de esclavos participando en festividades es de 1809 […]”. Se había dado en Santa Cruz de Pacairigua y valles de Guatire que –según lo indica Ortega Machín–: “…los aportes del esclavo africano encontraron su refugio, su ‘cumbe’, en la religión católica popular […]”.

La leyenda tejida en torno a María Ignacia propició la revelación de ciertas entidades que no pueden ponerse al corriente de un conocimiento litúrgicamente oficializado, sino que parecen figurar como parte de lo callejero, contribuyendo con el tiempo a la singularización cultural de la tradición en dicha región. Todo esto, ante el hecho de que como lo refiere Miguel Ángel Ortega Machín:

Bajo las restricciones que imponía el régimen esclavista para evitar que las dotaciones de negros de las distintas haciendas se unieran en “los días de fiesta de precepto”, las celebraciones de culto a los santos no “oficiales” de la iglesia parroquial, se harían de manera independiente (atomizadas), a lo cual también contribuye la distancia que separa a cada hacienda, con sus extensas áreas de tablones de caña de por medio.

En el año de 1860, fallece la última esclava de Guatire, llamada Rosario Luanga. Ya para entonces, la dinámica de la Iglesia en la vida republicana había variado en mucho de sus paradigmas con respecto a como se hacía en los tiempos de la Colonia. Miguel Ángel Ortega Machín dice: “Más seríamos ciegos sino anotamos que el abandono progresivo de la acción ideológica del adoctrinamiento religioso, permitirá a los esclavos, a los manumisos y los peones enfeudados ir ganando paulatinamente espacio para la expresión de su propia religiosidad, sin el severo control que antes se sentía sobre esta instancia de la cultura producida por los sectores dominados”. Y quizás por esto, es que el San Pedro haya quedado fijado de manera que sea itinerante y trashumante, “…ya que en cada punto del recorrido se irán sumando más cultores, que se van uniendo a la parranda”.

Para el abordaje del periodo colonial, Miguel Ángel Ortega se lanza documentalmente en la búsqueda de María Ignacia, Rosa Ignacia y Domitilio, pero solamente logra ubicar en estos registros el caso de una familia de esclavos que pudo haber sido (o al menos coincide en sus condiciones con esta historia).


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo