Perspectivas

Asdrúbal Baptista, la mirada de un visionario

25/06/2020

Asdrúbal Baptista retratado por Roberto Mata | RMTF

Ha muerto Asdrúbal Baptista. La información ha circulado en Twitter sin llegar a ocupar los 280 caracteres que permite un trino. La noticia viaja desprovista de un contexto necesario, de una reflexión obligada, compitiendo con ese cumulo de datos, de opiniones, de duelos encarnizados, que caracterizan a las redes sociales.

En gran medida, Baptista era un autodidacta, aunque poseía los más altos quilates de la academia. Su curiosidad era insaciable. Y su biblioteca una seguidilla de libros que acumulaba en su casa, en su oficina del IESA y sobre todo en su prodigiosa memoria. Hegel y la dialéctica eran su marco de referencia. Eligió el tránsito más difícil. De ahí la ambivalencia, los ejes filosóficos de su pensamiento, pero también los ejes de la economía política, que para Baptista eran una y la misma cosa. Estaba en ese círculo de economistas que —como Adam Smith y Carlos Marx— habían llegado a la economía no como una disciplina de estudio, sino como una herramienta teórica para sustentar con veracidad y apego a la historia, sus tesis y paradigmas que, para bien o para mal, movieron al mundo en tiempo y espacio a lo largo del siglo XX. Alguna vez le sugerí que había un paralelismo entre su trayectoria y la del economista brasileño Roberto Mangabeira Unger. Me miró con ojos inexpresivos, aunque penetrantes. “Esas son palabras mayores, Hugo”. En el dominical de Economía HOY, Sergio Dahbar y quien esto escribe, lo invitamos para que formara parte del cuerpo de colaboradores. Me veo obligado a confesarlo. Era fanático de su estilo. Esa proyección distante, pero acuciosa, de los temas más variados del devenir de la economía venezolana.

Su tesis más difundida —aunque no necesariamente asimilada— sigue siendo una materia pendiente para la sociedad venezolana. El papel que jugó el petróleo en la transformación del país. La obra de Baptista es vasta y sin duda visionaria. Uno de sus libros más sugerentes se titula “El relevo del capitalismo rentístico/Hacia un nuevo balance de poder”. ¿Qué hacer con el petróleo? Esa era su gran obsesión, su gran inquietud. Tengamos en cuenta lo que significó en apenas un parpadeo. “La Venezuela misérrima era también una Venezuela rural —el lector avisado podrá siempre invertir el sentido de la frase y poner la condición rural de la población en la base misma de la miseria—. Una sociedad rural es una sociedad insalubre, analfabeta, inepta para la democracia y para los grandes fines del crecimiento económico y el progreso material”. Desde Adriani y Uslar hasta Betancourt, la mano invisible del Estado gira sobre la válvula del petróleo y tenemos de frente no sólo  los cuantiosos ingresos petroleros sino los conflictos políticos más encarnizados que ha vivido Venezuela desde el estallido del Barroso 2 en la cuenca del Lago de Maracaibo.

Al cumplirse los 150 años del Manifiesto Comunista, hubo en su interés la necesidad de escribir un artículo que se público en la revista “Debates” del IESA. Había allí pistas sobre lo que sería la globalización económica que, bajo la égida del capitalismo triunfante, marcó la economía mundial hasta nuestros días. Era Baptista, ese destello brillante de una mente lúcida.

Otra clave de sus inquietudes y estudios corresponde a la inevitable sobrevaluación del signo monetario, el bolívar, a raíz de una renta que el país no produce pero que capta del mundo exterior, en forma de ingresos petroleros. Las dificultades para desarrollar un sector industrial, en fin, de una economía inmune a la llamada enfermedad holandesa, de la que nunca pudimos escapar y que explica, en gran medida, la catástrofe en la cual nos encontramos inmersos. Serán otros tiempos, porque el valor del petróleo, como motor de la economía mundial, va en declive. ¿Podremos aprovechar lo que resta? Esa es una gran interrogante sin respuesta.

No tuvo acierto en la política. Aceptó el Ministerio de Planificación bajo el gobierno de Caldera, pero pronto se dio cuenta que el reloj del presidente marcaba una hora distinta a la hora oficial de Venezuela. En ciertos conciliábulos se tomaban las decisiones, muchas de ellas en contra del interés nacional y, por supuesto, del sentido común. Pero la urgencia, la necesidad de sobrevivir, la tentación de evitar el conflicto, tan conocida en Venezuela como “correr la arruga”, eran cosas que no podía explicarse o lo dejaban perplejo. No por eso su compromiso con Venezuela puede ponerse en duda. Puedo dar fe de ello porque en más de una ocasión tuve el privilegio de presenciar los debates sobre el país en la sala de la casa de Mercedes Pulido de Briceño, a los que nunca faltaron Asdrúbal Baptista y Ramón Piñango.

¿Qué el negocio petrolero tiene en gran medida rasgos específicos, y un componente de autonomía frente al resto de la economía? Es algo que nos ha marcado hasta el día de hoy y de lo cual no podemos escapar. Y para muestra un botón.  Baptista desarmó mi argumento de que había cierta desidia, algo parecido al fastidio, frente al impacto que los precios del petróleo, en su característico vaivén, tienen en la cotidianidad de todos nosotros. “¿Y por qué entonces, Últimas Noticias titula con el precio del barril cada vez que sube o baja? ¿No es esa la mejor demostración de que los venezolanos saben que ese hecho va a tener consecuencias directas en sus vidas?”.

Asdrúbal Baptista solía caminar bien temprano por los alrededores de su barrio —La Castellana— y en el caso central de Chacao, tomándole el pulso a la opinión pública, al venezolano de a pie. Tenía esa manía del cronista que se apoya en la calle, en la cotidianidad, para enmarcarla en un análisis, que superaba el cálculo integral con que los economistas suelen apoyarse para darle contenido a sus aseveraciones.

Su aporte, en forma de desafío, es algo que la sociedad venezolana habrá de dilucidar, si realmente quiere escapar de esta hora de oscuridad y tragedia. Ahí están los hitos, marcados en un cronograma que abarca un siglo. Ahí están las aseveraciones rigurosamente demostrables. ¿Pero quién le pone el cascabel al gato?


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