Fútbol

Vinotinto sub-20: drama con final feliz

Fotografía de CLAUDIO REYES | AFP

17/01/2019

Vivimos tiempos raros. Desde las redes sociales, los extremos se tocan y contradicen. Tomemos a la Vinotinto por ejemplo. Ahora que Adidas abandonó el barco (o la FVF, da igual) Givova es la salvadora o la confirmación de la mediocridad, depende del bando de Twitter.

Después, en pleno debate también sobre el juego de posición o ubicación, el abandono de los entrenamientos sin balón y las revoluciones tácticas, Venezuela regresó a la vieja fórmula de: 10 atrás de la pelota y uno adelante. Efectiva le llaman si se vence, anticuada si el resultado no ayuda.

Hoy la Vinotinto jugó su primer juego en el Campeonato Suramericano Sub-20 contra Colombia. Mientras algunos leen estas líneas, soltarán el conocido “pero al menos ganamos” y rematarán con el “nada se hace con el juego bonito”. Dos conclusiones superficiales que no ameritan mayor discusión en este mundo donde nadie escucha a nadie y todos queremos tener la razón.

Pero la verdad no es buena ni mala sino irremediable. Empecemos por lo obvio: con el nuevo uniforme, la Vinotinto rebajó su imagen a equipo de segunda. Es el pariente pobre al que le prestan una pinta para ir a la playa. Luego el juego: no hay novedad. Se mantiene la línea de entregarle la responsabilidad del juego al rival. Afortunadamente los jugadores se revelan ante la mediocridad. El tiro libre de Samuel Sosa pertenece a otro partido. Una joya que podrá recordar siempre.

Venezuela tuvo un primer tiempo muy malo. A pesar de las infinitas capacidades de Jan Hurtado. Trata de convertir cada cañonazo en masa para el pan. No logró el objetivo, pero consiguió algo más: generó una ocasión él solo, en base a fuerza y fe. Desde entonces, los laterales colombianos salieron menos, y la defensa se contradecía en cada balón. De este temor sale el error que termina en falta y la posterior ejecución de Sosa.

Dudamel tiene que agradecerle a Gimnasia de La Plata la evolución de Hurtado, un delantero que puede mover una pared si detrás está el arco. Pero de nuevo, como es regular con cualquier “9” que se ponga en las selecciones de Dudamel, sea de mayores o juveniles, su rendimiento se ve truncado por la poca tenencia del equipo. Siempre terminará extenuado por ir detrás de cohetes imposibles “a ver qué pasa”.

Colombia finalizó 17 jugadas frente al arco. Venezuela 7. Una victoria así es el sueño de cualquier técnico que se agazapa y contragolpea. Pero hay un detalle que no es menor: la Vinotinto acumuló 27 módulos de trabajo. Tras esa cantidad de tiempo, se espera mucho más que el viejo “pásasela a Jordan”.

La expulsión de Miguel Navarro, por segunda amarilla, sirve de excusa perfecta para el planteamiento de Dudamel. Y la verdad, es que entre la torpeza de los delanteros colombianos, y la madurez de los 10 que se quedaron en la cancha, Venezuela creció. Con un poco de calma, pudo haber sacado diferencia.

Tal vez aquí este el secreto del asunto. Dudamel no es Marcelo Bielsa o Josep Guardiola. Ni siquiera se acerca a los principios del novel Jorge Sampaoli. Su sistema se basa en la emoción pura, en esos gritos que duran más de 90 minutos y en la actuación contenida de sus máximas estrellas.

El estratega puede sacar chapa de su subcampeonato mundial. De eso no hay duda. Uno se acerca a sus equipos, a distancia, desde un rincón del café, con el gusto por otro fútbol, por otras formas y por otras resoluciones. Puede que el único punto de encuentro sea el de sentirse feliz por lo que significa una victoria en un país donde las noticias positivas no abundan.


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