Literatura

Vicente Gerbasi: habitante de una noche

27/12/2017

Al cumplirse este 28 de diciembre 25 años de la muerte del poeta, Diajanida Hernández lo recuerda en este memorioso trabajo

“Pertenezco a la noche detenida,
por negros abedules,
la noche que en la altura mueve nevados huertos,
y abre los portales de la melancolía”.
Vicente Gerbasi. “Nostalgia nocturna”

“En el arduo trabajo de la poesía –en que hay de actitud mística, de oscuro esfuerzo de hechicería, de exploración profunda del alma y conocimiento mágico de la Naturaleza–, el poeta plasma la secreta y lúcida imagen de las vivencias esenciales del hombre”.

Vicente Gerbasi. “Poesía”. La rama del relámpago (1953)

La vida desde su aldea o desde una nube

Vicente Gerbasi nació el 2 de junio de 1913 en un pequeño poblado del estado Carabobo. Esa infancia llena de naturaleza, alejada de la ciudad, marcó la obra y la vida del poeta. En una entrevista, concedida en 1966 a Carlos Díaz Sosa, Gerbasi habló de esos primeros días.

“Nací en Canoabo. Una aldea de dos mil habitantes. Sus verdes deslumbran a veces. Nací en ese pueblo y de allí salí por primera vez a los 10 años. Durante ese tiempo yo pensaba que el mundo comenzaba y terminaba allí mismo, y más allá de esos límites, todo era como una leyenda”.

En 1923 su padre, oriundo de Italia, decidió enviarlo a Italia a estudiar. Esta fue otra experiencia definitiva para Gerbasi: las fronteras del mundo, de la imaginación y de la experiencia se expandieron, y llegó la vivencia de la extranjería en una vía de doble sentido. “Mi padre resolvió llevarnos a Italia para estudiar. Eso ocurrió en 1923… entonces yo vi por primera vez una carretera, el automóvil, el trencito que pasaba por El Palito, el mar, un velero, barcas y Puerto Cabello, que me pareció una gran urbe. Esa noche vi también un gran navío, cuyo nombre era Venezuela, en el que viajamos todos hasta Génova. La misma noche vi el cine, en una pared de la calle de Puerto Cabello. Esa misma noche me comí el primer helado y vi la luz eléctrica”.

Gerbasi cursó la primaria en el Sur de Italia, “a orillas del mar Tirreno”, y luego, en Florencia, estudió el bachillerato internado en el Instituto Cabour. Allí se llenó de otro paisaje y vivencias, vio de cerca el fascismo y la resistencia, de ahí germinó su profunda convicción y creencia en la democracia. En el año 1928 llegó a Italia una dura noticia: su papá, Juan Bautista Gerbasi, había fallecido. En 1929 Gerbasi regresó a su Canoabo natal, a la casa de su infancia, al hogar levantado por sus padres. “Estando yo en Florencia, murió mi padre en Canoabo. Murió en la vieja casa que él mismo había construido. Mi padre murió de diabetes, sentado en un mecedor. Cuando regresé a mi aldea, encontré el mecedor entre dos montañas de cera, de las velas que usaba para leer. A su lado estaban los viejos libros sagrados, libros de Mancini, Mis prisiones, de Silvio Pellico, el gran patriota italiano del siglo XIX”.

Tiempo después se liquidaron las haciendas de Canoabo –su padre era agricultor, trabajaba con el café– y Gerbasi se mudó a Valencia. Luego, en 1934 se trasladó a Caracas y en adelante llevaría a cabo una efervescente y vital labor intelectual. Gerbasi fue poeta, ensayista, editor, diplomático, hombre preocupado por el país. Fue fundador del grupo Viernes, secretario de redacción y director de la Revista Nacional de Cultura. Premio Nacional de Literatura (1969), e individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua, en la que ocupó el Sillón E. Cuando ingresó en la Academia pronunció un precioso y conmovedor discurso, en el que habló del lugar y la labor del poeta: “En ese estado de contemplación comenzamos a comprender que nosotros tenemos un puesto en el cosmos. Este estado de conciencia nos coloca en la desesperación, en la angustia metafísica, en el terror de la nada. Es por esto que a muchos nos gustaría estar en posesión de las matemáticas del cosmos para no vivir en la desesperación. Nos gustaría explicarnos el universo con los números y no con las emociones para sufrir menos y estar más cerca de la libertad (…) La poesía es una ecuación estética en la que van implícitas una gran carga vivencial y poderosas ráfagas de intuición creadora”.

La actividad creativa de Gerbasi fue febril y productiva, entre sus poemarios se encuentran Vigilia del náufrago (1937), Bosque doliente (1940), Liras (1943), Poemas de la noche y la tierra (1943), Mi padre el inmigrante (1945), Los espacios cálidos (1952), Retumba como un sótano del cielo (1977), Edades perdidas (1981), Los colores ocultos (1985), Un día muy distante (1988), El solitario viento de las hojas (1990), Iniciación en la intemperie (1990).

El poeta, que creció entre la naturaleza de Canoabo, el mar Tirreno y el paisaje de Florencia, que ejercía la contemplación, tenía fama de distraído: Ludovico Silva lo llamó el poeta cabeza de nube. Gerbasi se lo tomaba con humor: “eso lo inventó Andrés Eloy Blanco, y después lo ratificó Miguel Otero Silva en El Morrocoy Azul (…) Andrés Eloy Blanco decía que yo era el jefe civil de una nube. No de las nubes, de una sola nube”.

Vicente Gerbasi falleció el 28 de diciembre de 1992, en Caracas.

La aventura de Viernes

Vicente Gerbasi fue miembro fundador del grupo literario Viernes, que se formó en 1937. Esta agrupación comenzó como una peña literaria que se reunía en un bar “entre las esquinas de La Bolsa y La Pedrera, calle oeste 4, Nº 21, en un modesto bar lleno de soledad, con su patio verde y rincones oscuros”. Viernes lo conformaron, entre otros, Otto de Sola, Luis Fernando Álvarez, Fernando Cabrices, José Ramón Heredia, Ángel Miguel Queremel, Pascual Venegas Filardo, Oscar Rojas Jiménez, Rafael Olivares Figueroa y Pablo Rojas Guardia. En Viernes convivieron escritores de distintas generaciones, con diferentes intereses y formas de pensar, su apuesta fue al diálogo, a poner el foco en los puntos de encuentro. Viernes removió y refrescó la escena literaria nacional, tomó la tradición de nuestro país y sintonizó con las tendencias estéticas de la época que marcaban la actividad creativa fuera de Venezuela. Este grupo fue el primero que estableció contacto y diálogo creativo con poetas extranjeros: los casos de Leo Ulrich y Humberto Díaz-Casanueva ilustran ese propósito.

Viernes también llevó adelante una corta pero fructífera actividad editorial. En 1939 circuló el primer número de la revista Viernes. Gerbasi fue director-fundador y llevó las riendas de los tres primeros números. Luego, Vengas Filardo tomó la responsabilidad de la revista. En total circularon 22 números: 14 volúmenes y ocho plaquettes.

En aquella entrevista de 1966, Gerbasi también habló de la aventura del grupo Viernes: “Nos reuníamos en un bar que estaba entre las esquinas de La Bolsa y La Pedrera. El dueño, aparte de ser un magnífico barman, era aficionado a la literatura, y cuando se dio cuenta de que nos reuníamos para hablar de poesía (especialmente los días viernes) él le cambió el nombre al bar, y lo llamó entonces La Peña.

Nuestras reuniones consistían en un seminario de poesía. Se hablaba de ese tema, hasta con un sentimiento crematístico. Nosotros teníamos ideas nuevas, una concepción estética distinta. Considerábamos que la generación del 18, y luego la del 28, habían logrado una importante renovación de la poesía. Pero en ese momento nosotros pensábamos que Venezuela todavía no había asimilado las más nuevas corrientes de la poesía universal, y muy especialmente el surrealismo, que en Europa, para el año 26 había llegado a su apogeo.

El grupo se formó con un espíritu creador, que tal vez no lo había habido en grupo literario alguno del país. A nosotros se nos trató un poco como autobombistas (¿esa palabra existe? Bueno, sí, autobombista) por el hecho de que comentábamos nuestras propias obras. Criticar lo que estábamos haciendo, especialmente en la página de arte, que dirigía Venegas Filardo, en El Universal. Después creamos nuestra propia revista, Viernes, que yo dirigí en sus primeros números. Después esa revista pasó a manos de Venegas Filardo.

En la generación de Viernes consideramos como maestros a Fernando Paz Castillo, a Ramos Sucre, a Rodolfo Moleiro”.

El habitante de una noche

Gerbasi es un poeta que, como él mismo dice en su poema “Nostalgia nocturna”, pertenece a la noche detenida. “No somos habitantes de la luz”, dijo en un verso de Mi padre el inmigrante. El poeta habita en una noche que no es esa opuesta al día, es la noche en la que se suspenden los sentidos, en la que se entra para iluminar espacios desconocidos, oníricos, inconscientes. Por ello la sinestesia es tan importante en la poesía de Gerbasi: los sentidos suspendidos comienzan a cruzarse, a juntarse para tratar de encontrar la respuesta, para tratar de explicar el cosmos, para hallar una identidad y un lugar. Esa búsqueda y esa formulación de preguntas, que muchas veces quedan sin respuestas, genera angustia, soledad, melancolía. Pero el poeta no cesa ni detiene la labor.

“El acto simple de la araña que teje una estrella de la penumbra,
el paso elástico del gato hacia la mariposa,
la mano que resbala por la espalda tibia del caballo,
el olor sideral de la flor del café,
el sabor azul de la vainilla,
me detienen en el fondo del día”

(“En el fondo forestal del día”)

El universo de la poesía gerbasiana está lleno de noche, claro, pero también de tierra, relámpagos, bichos, flores, animales de todo tipo, ríos, luna, crepúsculos, y vuelve siempre a ciertos temas, como la muerte, la melancolía, la soledad, la infancia. Es una poesía cercana a la naturaleza y el paisaje tropical, que nació del convencimiento del poeta de que el paisaje de América no había sido “expresado plenamente en la poesía”.

Gerbasi, por tanto es un poeta contemplativo, “yo nací para contemplar” declara en uno de sus poemas. El poeta contempla y agudiza los sentidos: observa, mira, siente, huele, saborea y busca la palabra precisa que nombre ese universo, que exprese lo que los sentidos captan.

“En la sombra, mi gesto de solitario mueve las estrellas,
y el alma es una música infinita
que nace de las flores abiertas por la noche.
Solitario es el hombre en la eternidad.
Oscuro es nuestro origen,
en el tiempo primero de los astros,
en el fuego, en el barro ardiente,
en el nacimiento del agua”

(“Al pie de un árbol en la noche”)

Conocer la naturaleza también implica noche, supone conectarse con ella y ver más allá de lo evidente, de lo obvio. Gerbasi habla de “exploración profunda del alma y conocimiento mágico”, es decir, el poeta llega hasta lo sobrenatural. Es habitar la noche para iluminar zonas profundas y desconocidas, para poder persistir en la búsqueda y en la pregunta. Así no haya respuesta. La palabra ilumina esa noche. La lírica es un asunto ontológico, del yo. Inexorable. Habitar esa noche que está en el exterior permite ir al interior: salir para entrar.

Esa persistencia en la búsqueda, la conexión con la naturaleza, sus sentidos sinestésicos, su forma de plantarse al mundo, viene de sus vivencias en la infancia y en la adolescencia. “Basta haber vivido algún tiempo en una de nuestras perdidas comarcas, haber recorrido sus días en que los sonidos se petrifican y brillan en el sol de las cigarras; haberse recogido con los animales bajo las oscuras lluvias vegetales; haber sentido la noche como un viento arenoso, como relucientes garras negras, como insectos, como luciérnagas, como una leyenda de familiares fantasmas, haber sentido la noche como el olor del café y del cacao, como la fosforescencia de los espacios en que deambula el Tirano Aguirre, en que nacen voces de los árboles, de las rocas, de las tristes viviendas y de la más profunda soledad de la sombra, para darnos cuenta de que estamos en posesión de una insospechada experiencia”. (“Lo nacional en la poesía”. La rama del relámpago).

Gerbasi, uno de nuestros poetas mayores, un poeta de la modernidad, marca un momento en nuestra tradición poética. Introdujo el surrealismo en la poesía venezolana. Pero no fue una copia o una reproducción de una moda estética: Gerbasi engulló el surrealismo y lo incorporó a su poesía, lo transformó en lenguaje propio, lo volvió tono de su voz.

“Debajo de mis párpados se encierra el furor de la noche.
Hay un escarabajo de ardiente metal volando en mis sentidos”

(“Los espacios cálidos”)

Mi padre el inmigrante fue el libro que lo consagró como el gran poeta que es. El extenso poema, compuesto por 30 cantos, hace una evocación del padre muerto y, junto con la construcción de esa remembranza, se articula un canto a nuestra naturaleza, a nuestro paisaje, en la línea que marcaron Andrés Bello y Lazo Martí, en diálogo con Residencia en la tierra, de Pablo Neruda.

Dos años tardó Gerbasi en escribir Mi padre el inmigrante. Por aquella época el poeta era empleado de la División de Cultura del Ministerio de Educación. Al finalizar su jornada, cuando cerraba la oficina, se quedaba solo hasta las 9 de la noche trabajando en el poemario, que fue apareciendo por etapas, bañado también por la experiencia de Gerbasi de una extranjería doble: del niño que fue a la tierra de sus padres, y después de seis años regresa a su lugar de nacimiento y vive (o revive) la experiencia del inmigrante.

La fuerza de ese verso inmortal de Mi padre el inmigrante, “venimos de la noche y hacia la noche vamos”, aún irradia en nuestra poesía. Junto con Los espacios cálidos, son los libros que más atesoro de Gerbasi, allí hay un logro expresivo, estilístico y de lenguaje que como lectora admiro y aprecio.


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