Rafael Uzcátegui: “La nueva amenaza es la hegemonía de la resignación”

Rafael Uzcátegui retratado por Giovanna Mascetti | RMTF

05/12/2021

Las ideologías son una caja de herramientas para pensar, dice Rafael Uzcátegui*, quien acaba de publicar un nuevo libro: La rebelión más allá de la izquierda. La portada es, sin duda, muy sugerente. Sentado aparece Jean Paul Sartre y en cuclillas Albert Camus delante de la estatua ecuestre del Libertador Simón Bolívar en la Plaza Bolívar de Caracas. La amistad entre Sartre y Camus se rompió a raíz de un largo y extenuante debate que ambos pensadores, entre los más importantes de la Francia de postguerra, sostuvieron en 1952.

Sartre personifica el oportunismo y la mentira deliberada, mientras Camus encarna los valores éticos, los principios más allá de los cálculos políticos. El debate tuvo un eco enorme en América Latina y las izquierdas tomaron posición en trincheras opuestas e irreconocibles. Es el tema de esta entrevista. 

En la primera parte de su libro, el nudo de la represión aprieta el rock. ¿Por qué eligió esa opción?

El mayo francés, música, heterodoxia, todo eso me influenció. Así que el esplendor del chavismo (2002 a 2010) y su estrategia para cooptar todo, incluyendo los imaginarios que habían sido disidentes, entre ellos el rock, me causaron un gran malestar. Yo vengo de la UCV y, para dialogar con los jóvenes -que afortunadamente tenían otra cosa en la cabeza-, no lo podía hacer desde mis referentes. Porque esos referentes, precisamente, eran los que ellos iban a rechazar. Pero la cultura y la música (que Provea difundió en una emisora de radio web) era un espacio de encuentro. 

No creo que el rock venezolano haya sido tan contestatario como lo fue en Argentina, por ejemplo.

La canción que más influyó entre mis 20 y 30 años fue “Educación anterior” de Sentimiento Muerto, que expresa, precisamente, un malestar generacional. Si bien no podemos compararnos con los monstruos argentinos, Zapato 3, Desorden Público y otros grupos (de lo que conocimos como la edad de oro del rock venezolano) estaban muy influenciados por la crisis de los 80 (el viernes negro). 2017 marca un cambio y también para Provea. En 2018, sacamos un disco, «Rock contra la dictadura», y lo llevamos para la Cumbre de las Américas que se celebró en Lima. Repartimos mil copias gratuitas allí. Si la gente en Perú escuchaba a Capriles o a Leopoldo López, enmarcaba el conflicto en la esfera que el Gobierno quería (la imagen exitosa que se creó de quiénes eran los buenos y quiénes eran los malos), pero ¿escuchar a unos músicos? Yo sentí que la gente se problematizó mucho con lo que en Venezuela estaba pasando. Ahí apareció “El caminante” que, por supuesto, completó la radiografía.

Señala además el caso de la revolución cubana, que reprimió el rock en los años 60. 

Para mí es una gran contradicción: la izquierda latinoamericana, que dijo oponerse al autoritarismo, le hizo la guerra al rock hasta el día de ayer. Quizás eso no lo sabe, o no lo quiere saber, Paul Gillman. Pero el primer gran enemigo del rock en América Latina fue Fidel Castro, quien los llamó, en un discurso increíble, elvispreslianos y feminoides. Es un ejemplo claro de intolerancia que hay en el pensamiento de izquierda hacia lo diferente, hacia lo que no es igual a mí. Pero aquí se intentó vender que el rock (como manifestación cultural de protesta) está muy ligado al chavismo, gracias a Manu Chao y a otros tipos que, en su tiempo, cobraron bastante. Entonces, para mí era muy importante recordar esa historia. Sobre todo a nivel regional, porque hay todas unas heridas que generó el chavismo con su propaganda internacional. 

El rock era una música clandestina en Cuba. 

Estoy trabajando en un libro junto a otros autores. El principal interés es contar la historia del punk en Cuba, un movimiento reprimido hasta el infinito. Hay un capítulo que lo escribió Gorki Águila (vocalista de la banda Porno para Ricardo), a quien han encarcelado dos veces por sus críticas al gobierno de Fidel Castro. (La respuesta de Uzcátegui me trae a la memoria el episodio que en Dulces Guerreros cubanos narra Norberto Fuentes, quien escucha una canción del Rey, junto a Antonio de la Guardia, horas antes de que lo fusilaran en Cuba). En la película Habana Blues -continúa Uzcáteguí- hay un personaje inspirado en Gorki. Sí, fue un movimiento proscrito, clandestino, lo cual habla muy bien del rock. Allá existía el delito de “peligrosidad social” y bastaba que tuvieras el pelo largo o fueras rockero o gay para que te metieran preso. 

¿Por qué desplegar la música como forma de oponerse al régimen del señor Maduro?

Yo estoy haciendo una base de datos y tengo registradas (desde 2014 para acá) más de 500 canciones de protesta. Yo creo que en este momento tenemos la pelea económica y política perdida. En esas dos dimensiones estamos llevando palo. Pero donde tenemos la delantera es en la pelea simbólica y cultural. El chavismo ya no tiene narrativa, la narrativa la tenemos nosotros. Lo que pasa es que no la queremos hacer explícita. Esas dimensiones culturales le pueden dar sentido a lo que podría ser la lucha para recuperar la democracia. 

Usted también fue hábil en construir el relato de los buenos y los malos en su libro. Sartre es el malo y Camus es el bueno. Sartre representa a una izquierda autoritaria, oportunista, y Camus es el hombre de acción que se arriesga durante la ocupación alemana, encarna, además, los valores éticos, cada vez más ignorados en las opciones políticas. ¿Por qué eligió a esos dos personajes?

Desde hace tiempo quería escribir sobre el debate entre Camus y Sartre porque me pareció muy interesante para hablar sobre Venezuela. Yo tenía unas referencias vagas y, en la medida en que me voy metiendo en la investigación, veo que Sartre personifica todo lo que me arrecha, todo lo que me indigna de la izquierda. 

¿Podría enumerar esas cosas?

La mentira deliberada, hacer uso de la inteligencia de manera perversa, apelar al doble rasero para favorecer la opción política que te interesa y exponer al desprestigio a todo aquel que te contradiga, no con argumentos políticos sino con argumentos personales. Resumo todo eso en lo que he llamado El Efecto Sartre. Su ego había quedado bastante maltrecho debido al debate que sostuvo con Camus. 

Rafael Uzcátegui retratado por Giovanna Mascetti | RMTF

Esa izquierda en armas se ha ensañado en contra de las poblaciones indígenas en varios países de América Latina. En Colombia (las FARC), en Nicaragua (El Frente Sandinista) y en Perú (Sendero Luminoso). No admitían anacronismos ni estructuras arcaicas en el viaje hipersónico al socialismo. 

La izquierda trató de imponer una religión política de toda su ideología, de todo su imaginario. En el caso del movimiento indígena, la represión es particularmente grave. Al igual que el rock, es una historia por contar. A la pregunta pendiente -¿qué vamos a hacer con las personas que piensan distinto?- la respuesta de la izquierda y también del anarquismo fue desastrosa. Hasta donde pudo, fue el exterminio simbólico y real. No eran personas dignas de considerarse seres humanos. Yo creo que las ideologías han perdido importancia. Demostraron que no tenían la respuesta a todo. Afortunadamente, la complejidad humana va más allá de lo que es una construcción teórica. 

En esa construcción del bueno y el malo también podemos mencionar a Teodoro Petkoff, quien habló de la izquierda borbónica (que no perdona ni aprende) y de la izquierda democrática para establecer la polaridad. 

Es un desarrollo posterior a lo que otros han dicho, en arreglo a un contexto distinto. Mi propósito es anticiparme a lo que podría ser el auge del pensamiento conservador en Venezuela. Y no porque me preocupe que la izquierda se desprestigie. A mí no me interesa la etiqueta de la izquierda. Pero sí hay unos valores que no deberían naufragar en la Venezuela del mañana. ¿Cómo podemos superar la pobreza? No es una pregunta exclusiva que se hace la izquierda, aunque siempre quiso apropiarse de esa franquicia. A mí lo que me interesa es poder discutir, más allá de las ideologías, ¿cuál es la Venezuela que queremos?

Afirma en su libro que si la izquierda hubiera criticado al gobierno de Hugo Chávez, esto no hubiera terminado en el militarismo, en la opresión, en los visos de totalitarismo que estamos viendo. No me lo creo. Esto es la izquierda, en Cuba, en Nicaragua. ¿Por qué iba a ser distinto? ¿Por qué iban a criticar a Chávez?

Yo estoy convencido de que si la izquierda hubiera criticado a Chávez, no para que dejara de ser Chávez, sino para que su proyecto tuviera más largo aliento, no se hubieran cometido crímenes contra la humanidad.  

¿De verdad lo cree?

Sí, seguramente se hubiera torturado, se hubiera detenido y matado gente, pero no en las dimensiones ni en la profundidad en que se hizo. 

¿Conoces el caso cubano? Los fusilamientos, los campos de concentración, las torturas de los años 60, hubieran terminado en la Corte Penal Internacional. 

Yo creo que si la izquierda hubiera sido coherente con sus principios, hoy Raúl Isaías Baduel estuviera vivo. Seguramente en el exilio, pero estuviera vivo. El héroe de los hechos de abril, el que rescató a Chávez del golpe de Estado. Seguiría el conflicto, pero de una forma diferente. Quizás el chavismo se hubiera dejado asesorar para que su manejo económico, por ejemplo, fuera menos corrupto. Eso, al final, generó un problema para todas las izquierdas de América Latina. 

Otro argumento que desmonta en su libro es la pretendida fraternidad que le asignan a los comunistas. Abrazos fraternos, siempre y cuando militemos en el partido. 

Los camaradas no tienen amigos, tienen camaradas como ellos. Esa dimensión de la amistad y reconocer la singularidad de cada ser humano, eso se niega. Es terrible. Hay una frase que intentó ser poética: compañero de viaje, compañero de ruta. Me acompañas mientras coincidas conmigo. En el momento en que dejes de coincidir eres prescindible. Eso ha justificado el asesinato y la tortura frente al disidente. Está el ejemplo de Baduel, a quien le destruyeron la vida, así como a su familia. Se es más tenaz, más cruel, con quien fue tu compañero de ruta y ya no lo es.  

A mí no me extraña que Venezuela sea el modelo castrista degradado desde todo punto de vista. 

El chavismo tenía todas las condiciones para ser un proyecto casi eterno. Tenía un personaje con un discurso y todos los recursos antes de 2010. Pero el chavismo hoy tiene minada su base electoral, se están comiendo la gallina de los huevos de oro, la están destruyendo. Una izquierda con visión estratégica y de largo plazo hubiera impedido las peores cosas del chavismo. Eso va a generar un precedente, el día que se conozca qué fue lo que pasó.

Hablando de las cosas que pasaron: pareciera que la sociedad venezolana asumió la derrota de 2017. ¿Por qué dijo que no se ha hablado de esa derrota con todas sus letras?

En principio, porque la estrategia de la transición por colapso (en 2017) no funcionó. Supuestamente, el chavismo se iba a dividir y los sectores menos corrompidos de la cúpula del Gobierno iban a permitir la transición. Y la invasión a Venezuela siempre fue una verdad negada. Y eso lo sabían quienes hablaron en esos términos. Los gringos sacaron cuentas. Esto será un conflicto de larga duración, muy costoso. No nos vamos a meter. ¿Por qué sostuvieron esa hipótesis durante tanto tiempo? No lo sé.   

¿No lo sabe? 

Bueno, ese discurso te da un espacio, aunque sepas que es mentira. Una mentira deliberada.

Entonces, ¿El Efecto Sartre también está en la oposición? 

Es que es una manera de hacer política. Tenemos que tener una estrategia diferente si queremos tener unos resultados distintos. Y eso hay que decirlo. No podemos seguir jugando al cambio en el corto plazo, porque sabemos que no es posible. 

Advierto en su libro cierto rechazo al Imperio. Tal vez, si los Estados Unidos, bajo el gobierno de Obama, se hubieran implicado más (en el terreno diplomático y económico) en el caso venezolano las cosas serían distintas. 

Mi crítica está dirigida a la gestión del expresidente Donald Trump. La fábula de la invasión que agitó un sector político. Ese discurso de que «todas las opciones están sobre la mesa». Yo creo que Obama dio pasos en la dirección correcta y espero que Biden siga en esa dirección. Estados Unidos, te guste o no te guste, tiene un papel que cumplir en el conflicto venezolano. Hace tiempo que dejé de creer que los Estados Unidos es el malo de la película. Yo me vi en el espejo del chavismo y me horroricé. No me gustó lo que vi. 

¿Por qué utiliza la primera persona en varios pasajes de su libro?

También es un saldo de mi cuenta personal con mi propia historia. Yo vengo del anarquismo, en el que había un consenso contra todos los gobiernos y todos los Estados, y resulta que a los antimilitaristas les encantaba Hugo Chávez. Es por eso que ejemplifico en primera persona lo que yo viví en esas discusiones. Además, vi mucha hipocresía y mucho del Efecto Sartre ahí. Creo que la ideología de izquierda es una camisa de fuerza y si no la reconoces, te vas a dejar atrapar por esa religión. 

No estoy tan seguro de que en el espacio simbólico y cultural los oponentes al chavismo llevemos ventaja. A raíz del desastre de la gestión bolivariana, silenciosamente se asume el liberalismo e incluso algo similar a lo que sería la derecha más conservadora. 

Después de un período de hiperpolitización, la sociedad venezolana no quiere saber nada de política y algo de eso vimos el 21 de noviembre. Es un cúmulo de frustraciones y la necesidad de sobrevivir. Ahora, la amenaza es la hegemonía de la resignación. Yo entiendo que estamos en modo de supervivencia, pero eso no significa que nos resignemos: esto es lo que hay, no importa si esto es lo que sigue habiendo. Entonces, hay que promover un discurso de esperanza, que la clase política lo tiene que asumir en algún momento. No un discurso programático, pero sí un proyecto de país con el cual la gente se sienta identificada. 

¿Cuál sería la razón por la que se mantiene una dinámica política (chavismo vs oposición) cada vez más desvinculada de la sociedad?

Por la sobre expectativa. Aquí se vendió la idea de que el cambio era a corto plazo y, por supuesto, la derrota es huérfana. En términos comunicacionales, el mantra -cese de la usurpación, Gobierno de transición y elecciones libres- fue un éxito, todo el mundo lo asumió y lo creyó, pero si no cumplías esas expectativas, ibas a ser víctima del hipercriticismo opositor. Yo creo que la oposición ha sido ineficiente y se ha enfrentado a un enemigo poderoso, que tiene otras lógicas de funcionamiento. También ha sido ingenua en muchas situaciones. Pero no creo que su objetivo sea la cohabitación interesada. Los actores políticos son los que conocemos. Lo que hay que renovar entonces es la política.

En el tercer capítulo hay propuestas que a mi juicio no son precisamente novedosas. ¿Qué pasó ahí? ¿No quiso explorar otras cosas o cree que son suficientes?

No, no son suficientes. Habrá eco de cierta lógica de izquierda, porque vengo de ahí, todos venimos de algún lugar, y no soy de los que cree que todas las ideologías deban desaparecer, entre otras cosas, porque son una caja de herramientas para pensar. Son algunos principios que yo creo que deberían estar en la reconstrucción del país. Uno de ellos son los Derechos Humanos, que es el campo donde trabajo. Otro es la civilidad. 

Otro tema que reivindica es la reconstrucción de la memoria. No creo que los crímenes de Estado tengan la misma entidad que los crímenes de las fuerzas políticas. Si esto no queda claro, habrá secuelas duraderas e irresolubles. Ahí tenemos el caso de España y el de Chile.

Seguramente cuando se investiguen los asesinatos de 2017, habrá algunos que cometieron los manifestantes… alguno habrá. O los hechos de vandalismo que hubo. Pero yo creo que la memoria del conflicto y en materia de Derechos Humanos es importante. La memoria del país me preocupa más como sociólogo. El venezolano no sabe si Simón Bolívar era zambo o blanco criollo. Eso es parte del trabajo de destrucción que hizo el chavismo con una intención: crear confusión en las personas para que fueran más fáciles de dominar. Con la crisis migratoria, no sabemos qué contarle a quién. Los activos físicos se están deteriorando por la crisis. Este es un país que va a tener que hacer muchos esfuerzos para recuperar la memoria de lo bueno y de lo malo. A mí no me gusta esa frase que dice: antes éramos felices y no lo sabíamos. Me gusta más la que dice uno de mis amigos: contra los adecos vivíamos mejor. 

***

*Sociólogo. Coordinador General de Provea. Autor de varios títulos: Corazón de tinta; Venezuela la revolución como espectáculo. Una crítica anarquista al gobierno bolivariano; La rebeldía más allá de la izquierda, entre otros. Sus líneas de investigación son los movimientos sociales y los estudios culturales. 


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