Perspectivas

Paraguay: la hegemonía perpetua

Mario Abdo Benítez. Fotografía de Eitan Abramovich / AFP

25/04/2018

Con frecuencia se piensa en el PRI mexicano o en el Partido Comunista cubano como modelos de las hegemonías más prolongadas en América Latina. Pero ahora, con la continuidad en el poder del Partido Colorado, de la mano de Mario Abdo Benítez, hijo del Secretario Privado del dictador Alfredo Stroessner, tal vez haya que voltear los ojos a Paraguay, donde se pone a prueba la sobrevida de una de las más viejas asociaciones políticas del continente.

El Partido Colorado surgió como una “asociación republicana y nacionalista” a fines del siglo XIX, todavía bajo los efectos del excepcionalismo que legó a Paraguay la larga dictadura de José Gaspar Rodríguez de Francia y la pérdida de territorio frente a la Alianza de Brasil, Argentina y Uruguay. Luego de varias décadas de inestabilidad y guerras civiles, a principios del siglo XX, el Partido Colorado se hizo del poder en 1946 y nunca más, hasta la llegada a la presidencia de Fernando Lugo, en 2008, lo perdió.

El mayor tramo continuo del Partido Colorado fue el de la alianza con la dictadura de Alfredo Stroessner, entre 1954 y 1989, el único régimen militar de la región que prevaleció durante toda la Guerra Fría. La de Stroessner fue una dictadura de la primera generación del anticomunismo latinoamericano (Somoza, Batista, Trujillo, Rojas Pinilla, Pérez Jiménez…), que logró sobrevivir hasta la segunda generación de dictaduras de derecha: Pinochet, Bordaberry, Videla, Castelo Branco…

Ahora un hijo de un colaborador cercano de Stroessner llega a la presidencia de Paraguay y a la mayoría de los actores políticos del país les parece normal. La situación confirma, una vez más, que a pesar de la globalización y de la validez universal de la democracia y los derechos humanos, en el siglo XXI los campos políticos nacionales conservan la suficiente autonomía como para reproducir poderes, sin importar el pasado autoritario de partidos y liderazgos.

Durante la campaña presidencial y en el discurso del triunfo, Abdo Benítez rindió tributo a su padre. No sólo eso, en varios momentos el joven político declaró que Stroessner “hizo mucho por el país”, aunque también dijo que reprueba la “violación de derechos humanos, las desapariciones y las torturas”. Menos mal, podría pensarse, sin descartar que en ese discurso el autoritarismo y la represión suelen estar justificados, como “medios errados”, en una estrategia de seguridad nacional que “salvó al país del comunismo”, como dicen muchos simpatizantes de Pinochet con desenfado.

Casos como el de Paraguay ilustran los límites del proceso de transición democrática de fines del siglo XX, en el plano simbólico. Es cierto que en la mayoría de la región, incluso en ese país suramericano, cambiaron las reglas del juego y se desmontaron institucionalmente los autoritarismos. Pero el cambio de régimen no condujo necesariamente a una desautorización moral e ideológica de las dictaduras, de las que algunos actores todavía se sienten herederos.


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