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Javier Guevara: “Es muy doloroso ver esta gran regresión, esta barbarie”

Fotografías de Andrés Kerese

21/01/2018

Diríase que apenas está comenzando el año y los síntomas de una crisis imparable irrumpen como una ofensiva sin cuartel, luego de la tregua navideña. Una ola indetenible de saqueos a camiones y establecimientos y la ejecución extrajudicial de Óscar Pérez, el policía que se alzó en armas contra el gobierno de Nicolás Maduro. Hambre y sangre.

No hemos tocado fondo, sencillamente porque mañana habrá de ocurrir algo peor. Dentro de los saqueos, por ejemplo, puede inscribirse un episodio realmente espeluznante. A un vendedor de plátanos, la turba lo despoja de su quehacer diario, lo despoja de su condición humana. Venezuela es un pandemónium. Un estado de locura colectiva. Quien va hablar de estos temas es Javier Guevara, psiquiatra y psicoanalista jungiano.

¿Qué evaluación haría de la psiquis del venezolano? ¿Hay elementos patológicos preocupantes?

Individualmente, yo diría que en la psiquis del venezolano hay una combinación de depresión y de ansiedad. Depresión porque siente que no existen espacios y ansiedad porque tiene que moverse, tiene que buscar esos espacios donde sea, porque esto ya es sobrevivencia. Están esos dos polos. Pero también hay algo que me llama la atención: La psiquis del venezolano es como muy diversa, tú agarras un colectivo y adviertes que están saqueando, saquean, saquean y saquean. Estamos viviendo de horror en horror y ahí se está dando otro tipo de cosas, otro tipo de psiquis. Es como si el colectivo es capaz de meterse en el individuo y decir: ¿Dónde estoy? Es una postura de reflexión, de ensimismamiento, de tristeza ante el horror y aquella otra gente que no tiene esa capacidad de reflexión, digamos, porque la vida no se lo ha permitido, es una cosa de barbarie.

En medio de la ola de saqueos a este vendedor de plátanos la turba lo despoja, lo asalta, lo agrede, ¿adónde hemos llegado? Es algo tan precario, un puesto ambulante, un individuo. ¿Qué es esto? ¿Qué es lo que estamos haciendo?

Uno de los mitos de los orígenes dice que lo que es arriba es abajo. Yo creo que está pasando un poco eso. Obviamente, hay un estado regresivo en la psicología del venezolano; hay una regresión de todas las formas y de todas las estructuras sociales, institucionales y emocionales de la psiquis colectiva venezolana. Es una regresión brutal, hemos ido a parar a la época de lo titánico, en un momento donde no hay ley, no hay orden, no hay límites. Somos hordas de personas que vamos comportándonos de la misma manera, sin juicio crítico en nuestros actos. Cuando llegamos a eso, hemos perdido todo el carácter de ciudadanía o de ciudadanos para convertirnos en masa.

Cuando dice «arriba y abajo» uno piensa, por un lado, en la superestructura, en la institucionalidad, en la cultura, en el acervo que alguna vez identificó lo que alguna vez fue la venezolanidad, por decirlo de alguna manera, pero eso fue trastocado y barrido, entonces, arriba no hay nada… y abajo tampoco. Uno podría pensar, cínicamente, que aquí no está pasando nada, sino la síntesis de esas dos cosas.  

Cuando se rompe el hilo de algo deja un vacío y ahí entran en juego otras lógicas. Un ejemplo dramático es lo que le ocurrió a este señor, a quien la turba, que venía saqueando, lo despoja de los plátanos. El primer principio del respeto ciudadano es la simetría. Es decir, cuando uno ve a un semejante, a gente como uno, hay un respeto hacia esa persona, porque seguramente está trabajando o haciendo algo que, de alguna manera, se parece a lo que uno está haciendo en ese momento. Pero en el instante en que despojan a este señor de los plátanos, no hay ningún tipo de simetría. Estos hombres, que venían asaltando, llevándose cosas, en ese acto que podríamos llamar, como lo hizo López Pedraza, homo hooliganense, el supuesto hombre nuevo actual, que se ha vuelto casi un «hooligan», un bárbaro, perdió todo respeto por las formas, por las maneras. Digo las formas, porque este señor había comprado estos plátanos, los había llevado en un carrito hasta su puesto ambulante, para comerciar y ganarse el sustento, y eso es, precisamente, lo que desprecia la turba, que además considera a este señor un ser inferior, un ser que no debería existir, por eso arremete contra él y termina acabando con sus formas, porque a la turba, a la barbarie, lo único que le interesa es acabar con las tradiciones, con lo cultural, con las instituciones, con los derechos y deberes que tenemos los ciudadanos.

¿Acabar con la civilidad?

Absolutamente, eso es lo único que le interesa a la turba.

¿Nosotros estamos, citando uno de sus artículos, en el paleolítico superior?

Más o menos. Incluso, podría decir un poco más atrás, porque en el paleolítico superior, la gente eran especialistas. Unos eran cazadores, otros eran chamanes, cada quien tenía un lugar en «la tribu», aquí eso no existe. Hoy limpio carros, mañana soy bachaquero, pasado mañana le caigo a palos a alguien para robarlo o me dan una pistola y hago otra cosa por ahí, así me voy haciendo unos reales. Es un cambio constante, a la vez que un aprovechamiento, sin límites y en extremos.

¿No es el Estado el que está obligado a imponer límites, digamos, desde una multa de tránsito a una condena judicial? Solamente para hablar del ámbito de la justicia, porque en otras áreas también actúa el Estado. Uno pudiera pensar, si aquí no hay límites, es porque no hay valores, si no hay valores es porque no hay moral. Ya no se trata de que «estás por tu cuenta», ahora estamos en el «sálvese quien pueda».

Sí, ¿pero cuál es el ejemplo del Estado? Esa es la pregunta que uno se hace. Y, por supuesto, ¿cómo van a actuar quienes están bajo la tutela del Estado? Exactamente cómo actúa el Estado, porque lo que es arriba es abajo. Si arriba la probidad, las instituciones, la cultura, se respetasen, quizás también abajo sería así. Es decir, de los ciudadanos que tenemos deberes y derechos y que somos individuos que formamos parte de una colectividad. Pero ya sabemos cuáles son los ejemplos. Entonces, es un momento muy doloroso para los ciudadanos ver esta gran regresión y esta barbarie.

Lo escucho y pienso en el acto inaugural, en el acto fundacional, de la presidencia de Hugo Chávez en Los Próceres en el que mandó a robar, «si viese a mi hija a punto de morir de hambre».

Ahí tienes un ejemplo de lo que es arriba es abajo, entonces, todo el mundo a robar. Bueno, la psiquis del colectivo. Si yo soy el rector de la nación…

…eso que llaman el primer magistrado.

…Si el rector de la nación, el primer magistrado, es capaz de decir algo así, por supuesto que para los ciudadanos está permitido muchas cosas.

Se abre una puerta y llegamos al episodio de los plátanos.

Exactamente. Hay una cosa que me llama mucho la atención: la psicología del absurdo, psíquicamente sé que está en todos nosotros. A veces me ha dado por pensar que toda regresión comienza por un absurdo y el absurdo no es sino la ruptura de la lógica de lo racional para entrar en la lógica de lo irracional como diría el pintor William Kentridge. Ahí, precisamente, es donde estamos nosotros: en una lógica irracional. ¿Qué cosa más absurda que tú tengas que ir al banco, sacar unos billetes para pagar un estacionamiento o que no puedas pagarlo, dejes el carro botado por ahí y te tengas que ir a pie? Vivimos un completo absurdo. Es como si el absurdo nos hubiera envuelto y no sabemos por dónde meternos, porque cada vez que se nos presenta algo aparece el absurdo.

El absurdo también es una gran elaboración, tanto en la literatura como en el teatro. El teatro del absurdo. El absurdo es, también, una respuesta humana frente a ciertas circunstancias. A veces, una respuesta necesaria y vital. Pero eso no lo hemos visto todavía en Venezuela.

En la literatura, el absurdo es la sublimación de estas cosas. Es una respuesta muy vital, pero lo que está detrás del absurdo es esto que estamos viendo. Los grandes escritores del siglo XX y del siglo XIX vieron el absurdo y advirtieron que era una condición psicológica, crearon obras acerca del absurdo, para que viéramos nosotros que eso existía, que eso era una condición psíquica del ser humano frente a la realidad, pero lo que ellos vieron era esto, estas locuras, estas cosas, llega un tipo y se lleva toda la harina PAN, no hay medicinas, todo es como un sistema creado para que uno entre en una casi catatonia emocional.  

Lo absurdo, por ejemplo, de que un servicio público para un medicamento sirva para conectar a un «bachaquero» con una persona que está urgida. Hasta eso tiene una expresión colectiva y comunicacional.

Sí, es en todo. Me cuenta una amiga que al buscar el carro en la mañana, se dio cuenta de que le habían quitado el aceite; se había metido por debajo y le quitaron el aceite del motor. Se encontró con esa sorpresa en la mañana, ya no es la batería, ya no es el caucho, es el aceite… entonces empiezan a haber expresiones cada vez más absurdas de este momento, de estas circunstancias en que nos encontramos, que a uno como estudioso de la conducta le llama mucho la atención.

Al episodio de los plátanos le sigue la ejecución extrajudicial que tuvo lugar en El Junquito. Una operación violatoria del derecho a la vida, violatoria de la Constitución Nacional, violatoria de los tratados internacionales que, supuestamente, están vigentes en Venezuela, violatoria de los derechos humanos. Eso forma parte de «lo de arriba», ¿no? De lo que tenemos ante nosotros. ¿Cómo vivimos con eso?

Yo creo que la respuesta que ha tenido el venezolano ha sido la más coherente, porque hay una depresión muy fuerte. El lunes y el martes las calles estaban solas y donde se hablaba de esta cuestión había llanto… hasta dónde hemos llegado, hasta qué grado de deshumanización tan impresionante hemos tocado, hasta qué fondo, hasta qué hueco nos fuimos a meter. ¿Cómo vivimos con eso? Sabiendo que nosotros tenemos una gran sombra, todos los venezolanos. Antes se creía que no teníamos sombra, que todo era chévere (López Pedraza habló del «cheverismo»), que nuestra psicología era muy superficial, no quiero utilizar peyorativamente el término superficial porque no es la idea…

…Todo era prístino.

Sí, todo era prístino, todo era precioso. Había dinero para todo y todo se solucionaba con el dinero. Todo era muy de merienda, muy de piñata, de fiestas, sin saber que teníamos una sombra inmensa.

De esa sombra, por ejemplo, habló el gran ensayista venezolano, Mariano Picón Salas.

Claro.

Entonces, esa sombra siempre existió. Y de ella también habló Herrera Luque.

Y Gallegos.

¿Entonces? ¿A cuenta de qué nos vamos a sorprender? Y más aún, a cuenta de qué vamos a decir: ¡Ay, apareció la sombra!

¿A cuenta de qué? Porque la sombra siempre hay que tenerla afuera, siempre hay que tenerla afuera para poderla ver y nosotros la escondimos. Esa es mi reflexión con respecto a eso. Nosotros la escondimos, de repente a punta de billete, a punta de jolgorio, a punta de whisky, no tengo nada en contra del jolgorio y del whisky, pero escondimos nuestra sombra y resulta que cuando apareció lo hizo con toda su expresión.

Con toda la crueldad con la que apareció en El Junquito.

Sí, y además con lo que hablamos al principio, con un titanismo extraordinario. La falta de límites, falta de humanidad, bueno, como son los titanes, sin regla alguna.

Hay gente que dice que nosotros no nos merecíamos esto; yo no estoy tan convencido. Por más doloroso, por más jodido —y me disculpan la expresión—, ya no podemos pensar que éramos unos inocentes, unos cogidos a lazo y por eso nos metieron este paquete. No ayuda el papel de víctima. Esto hay que enfrentarlo de alguna manera.

Como la historia es tan inmensa y la vida nuestra es tan corta… Pero históricamente, si es que se puede aplicar eso así, nosotros teníamos que pasar por esto. Era un aprendizaje. Yo siento que todos los días aprendo más de la situación que estamos viviendo. Tenemos que aprender de esto para que la sociedad —quizás no lo veamos nosotros, pero sí nuestros hijos— se forme en los valores ciudadanos y en el respeto al hombre y a la humanidad como tal y a las emociones del hombre. Una sociedad de ciudadanos. Todo este largo trayecto que hemos transitado y que seguiremos transitando —parece que esto todavía tiene su rueda— pudiera servir, no lo sabemos, porque hay indicadores muy terribles, uno de ellos es la desnutrición, como aprendizaje. Uno, como ser humano, intuye que tiene el aguijón de que sí, si vamos a aprender de esto y ojalá sea así, que podamos aprender de dónde venimos, pero teníamos que pasar por aquí para ser una sociedad totalmente diferente, no como la que se quiere implantar hoy, sino una sociedad realmente justa, donde exista el respeto por el otro, por el ciudadano, no importa de donde venga.


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