Artes

Dread Beat an’ Blood, álbum fundacional

Fotografía de Karl Walter | Getty Images | AFP

18/11/2018

Han transcurrido 40 años desde la aparición de Dread Beat an’ Blood, álbum pionero de una de las vertientes más vigorosas e innovadoras del reggae: la poesía dub.

A semejanza de lo que exige un buen ron caribeño, la gestación del disco fue larga, consciente, pausada, fruto de la búsqueda y experimentación de un joven poeta que anhelaba trasplantar la aguerrida simiente de la música de Jamaica al suelo inglés. La mayoría de los poemas habían sido escritos años atrás: formaban parte del poemario Dread, Beat and Blood (Boogle L’Ouverture, 1975), pero la tinta y el papel no eran el medio adecuado para esos versos que buscaban galvanizar el descontento de toda una generación de inmigrantes (o descendientes de inmigrantes) que habían sido tratados como ciudadanos de segunda en la «madre patria» debido al color de su piel.

Linton Kwesi Johnson había llegado a Londres en 1963, cuando tenía 11 años de edad. Buena parte de su infancia la había vivido bajo el cuidado de su abuela  materna, quien era analfabeta pero poseía una rica cultura oral, propia de las comunidades donde cada actividad es acompañada con proverbios, adivinanzas, cuentos y canciones. En Inglaterra, el joven jamaicano experimentó eso que Frantz Fanon llamó «la mirada hostil del blanco». Los niños de color eran enviados a escuelas para subnormales, tribunales y cuerpos policiales criminalizaban cualquier acción de los jóvenes negros, el salario dependía del color de la piel: la discriminación racial se imponía como moneda de uso común.

En ese contexto, la confluencia de la música popular de Jamaica y el pensamiento de intelectuales antillanos como Frantz Fanon, C.L.R. James y Eric Williams habría de resultar decisivo para que la segunda generación de británicos negros consolidaran un ethos capaz de enfrentar a una nación racista y xenófoba. El álbum Dread Beat an’ Blood fue el recipiente en el que esa poderosa mezcla fue decantada. Mas no bastaba con aferrarse a esa agreste vitalidad del bajo que había propiciado la emergencia del ska, el rocksteady y el reggae, ni con blindarse ideológicamente con lo más prístino y volcánico del pensamiento poscolonial caribeño, también resultaba estratégico expresarse en un lenguaje directo y desenfadado, uno que reflejara la profunda tensión social, racial y cultural engendrada en el territorio inglés tras la llegada de decenas de miles de inmigrantes provenientes de África, Asia y el Caribe.

Como estudiante de sociología del Goldsmith College, Linton Kwesi Johnson había advertido que, a principios de los ‘70, en Jamaica había surgido un nuevo género: el toasting, un estilo de composición verbal que se desprendía de las salutaciones rimadas que hacían los disc jockeys para arengar a la audiencia en las pistas de baile. Simultáneamente, en los estudios de grabación, los ingenieros de sonido habían obtenido el dub al compactar el reggae a su núcleo rítmico (bajo+batería), y habían realzado su naturaleza bailable mediante la incorporación de ciertos efectos acústicos. La confluencia de esos elementos sirvió de plataforma para que disc jockeys como I-Roy, U-Roy, Big Youth y otros tomaran el micrófono y dieran forma a un nuevo tipo de poesía oral y musical al improvisar frases rítmicas altamente creativas sobre el trasfondo de canciones populares.

Hay mucho de crónica en Dread Beat an’ Blood. Escucharlo es advertir cómo y por qué la rabia y el desencanto fueron emponzoñando el espíritu de unos jóvenes cuyos padres habían migrado a Inglaterra creyendo que encontrarían calles pavimentadas en oro. Semejante a un Virgilio negro, el poeta nos conduce a un lugar donde su gente implora por comida, trabajo y vivienda. La atmósfera acústica es tensa, como la de un lugar sitiado por una multitud al acecho, presta para la guerra, harta de padecer abusos y atropellos por parte de la policía y de presenciar cómo sus derechos eran desconocidos en los juzgados. No es casual que en “All Wi Doin is Defendin”, la pieza del cierre del elepé, escuchemos al poeta decir:

envía al escuadrón antimotines,

¡rápido!

Porque estamos volviéndonos enloquecidamente

más amargos que la bilis;

la sangre les mostrará el camino;

y yo les digo,

todo lo que estamos haciendo

es defendernos;

así que prepárense

para la guerra… guerra…

La libertad es algo muy firme.

Dread Beat an’ Blood convertiría al poeta nacido en Jamaica en 1952 en la figura pionera de la poesía dub. Pero la etiqueta para esa explosiva y espectacular confluencia de música y poesía vendría después. En un primer momento, Linton Kwesi Johnson sería catalogado como “Reggae Poet” y su debut discográfico sería merecidamente reseñado por algunas publicaciones especializadas de la época. Black Echoes lo catalogaría como “Amenazante y agresivo. Visceral y atmosférico. Honesto y eléctrico”. New Musical Express diría: “Esperemos que esta sea la primera entrega de una música informativa y consciente que progresará hasta abarcar más revelaciones”. Melody Maker lo describiría como “un interesante y merecidamente exitoso experimento de poemas enmarcados en ritmo de reggae, al estilo de las salutaciones de los disc jockeys,  pero con mayor seriedad”. Por su parte, Race Today destacaría que ese álbum suponía la transición del recital sin acompañamiento a la fusión de música y poesía y que la consistencia del resultado demostraba que los poemas habían sido compuestos a partir de ritmos musicales.

Con la perspectiva que concede el paso del tiempo, nos hallamos facultados para destacar otros aspectos de ese álbum pionero.  Me limitaré a ponderar dos. Uno sería la transformación política que los jóvenes británicos negros experimentaron gracias a él. Ellos se habían sentido como aves de paso en territorio inglés, hasta que el mensaje del poeta les hizo asumir su condición de ciudadanos con plenos derechos. El otro hecho tiene que ver con la disposición al diálogo de esa nación a la que el poeta denunciaba y desafiaba. Se trataba de un país que había elegido a Margareth Thatcher como Primer Ministro en cuanto ella prometió hacer algo para detener esa ola migratoria que había “empantanado” a Inglaterra: un país con una población que había procedido de manera racista y xenófoba en el último proceso electoral. Sin embargo, sus instituciones no criminalizaban la libertad de expresión ni coartaban la libertad creativa de las minorías. Y eso resultó decisivo no sólo para que la voz del poeta fuese escuchada por los suyos, sino para que Inglaterra llegara a transformarse en la patria de escritores como Hanif Kureishi, Benjamin Zephaniah y Zadie Smith, es decir, para que la vieja Albión alcanzara la innegable condición de país multicultural.

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Arnaldo E. Valero es catedrático de la Universidad de Los Andes. Ha publicado Entre zombis y caníbales (2014) y Canciones de fuego negro (2015).   


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