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“Bono de Reyes” y apartheid

09/01/2018

Fotografía de Giovanna Mascetti

En el populismo latinoamericano se reparten dádivas a cambio de apoyo electoral y sumisión política. El mejor ejemplo latinoamericano es el peronismo, de inspiración fascista, con la figura de Mussolini como telón de fondo. En cambio, hay populismos híbridos, salpicados de fascismo y estalinismo, como el chavismo; pero ambos dirigidos a implantar y preservar el totalitarismo. De esta manera, el populismo se amolda, como la horma al zapato, a cualquier ideología de derecha o de izquierda.

Las modalidades populistas de América latina se relacionan con la figura de un líder carismático, autoritario y con la habilidad para manipular la noción de “pueblo”, al tiempo que convierte su “verdad” en verdad oficial y única. El discurso del odio está siempre presente, por medio de expresiones como “agentes del imperio”, “traidores de la patria”, “oligarcas” y otras expresiones equivalentes.

De acuerdo con el Diccionario de política de Norberto Bobbio, “El populismo no cuenta efectivamente con una elaboración teórica y sistemática”. Se trata de un concepto ambiguo definido por los elementos que lo caracterizan. Así, por ejemplo, en el caso venezolano, la dádiva en busca de obediencia y apoyo electoral es tal vez la nota más resaltante. La inversión de los fondos públicos para consolidar el poder es ilimitada, debido a la falta de control institucional.

Nepotismo, amiguismo y clientelismo se convierten en factores de perturbación, mientras que la presencia de familiares en instituciones es una marca indeleble del abuso y del ventajismo; todo ello hace que el balance de poderes y los controles institucionales sean solo aparentes y no funcionen en la práctica.

La utilización del carnet de la patria para adquirir bolsas CLAP y otras prebendas constituye la expresión más elevada del populismo. El uso de este instrumento merece atención porque puede ser utilizado como medio para “orientar” el voto. Según fue señalado por la prensa, en las elecciones del 15 de octubre en el estado Aragua, el Consejo Nacional Electoral permitió el voto con el carnet de la patria, en lugar de la cédula de identidad que es el único instrumento para identificar al votante. Por otra parte, el sufragio es un derecho y se ejerce “mediante votaciones libres” (artículo 63 de la Constitución); para ello no puede haber medios de presión que obstaculicen la libertad y privacidad del voto.

Llama la atención que se esté expandiendo el uso del mencionado carnet para obtener las ventajas más variadas. Desde la adquisición de una bolsa de comida hasta el denominado “bono de Reyes”, que no es sino el reparto sin contraprestación de los residuos de la riqueza petrolera. Igualmente “el documento”, según se anuncia, será utilizado como medio de pago. Se trata de un instrumento electrónico mediante el cual se accederá a ciertas dádivas, pero, al mismo tiempo, permitirá controlar, con la información que almacena en su chip, a quienes lo posean.

Poco a poco se ha ido consolidando el uso de este carnet para obligar a los venezolanos a obtenerlo. Esto desde luego limita la libertad, pues crea un requisito no previsto en la Constitución para hacer trámites ordinarios en la vida ciudadana. La utilización del carnet de la patria es una sofisticada modalidad del totalitarismo neocomunista; su lógica es sencilla: “Te doy comida y prebendas si sacas el carnet de la patria y me das tu voto”.

De acuerdo con lo anunciado por el gobierno, los 8 millones de venezolanos que poseen el carnet de la revolución se “beneficiarán” con 500.000 bolívares, y a esto lo han bautizado como “bono de Reyes”. No es posible saber cuál es el fundamento legal de tal beneficio, ni la partida presupuestaria que lo respalda, ni mucho menos si esta partida fue aprobada por la Asamblea Nacional; pero es posible advertir que el mismo compromete aún más el menguado presupuesto nacional y deja de atender la necesaria inversión en salud y educación.

Este peculiar bono, lejos de estimular la ética del trabajo, patrocina la dádiva y la holgazanería. Se trata de populismo imbricado con autoritarismo y con socialismo fracasado, lo cual repotencia la fuerza expansiva de los efectos nefastos del populismo. A esto se añade que la limosna populista ha funcionado en épocas de bonanza petrolera; ahora, con hiperinflación sus efectos destructivos son aún mayores: el populismo es incompatible con la hiperinflación. Pese a ello, en el caso venezolano la dádiva desbordada va aumentando en igual medida a la pérdida de apoyo popular del régimen.

El carnet de la patria representa igualmente una manera de crear un apartheid, al segregar a los venezolanos en dos grupos: quienes poseen el carnet y quienes no lo poseen. Es una situación parecida a la ocurrida en Sudáfrica. En el caso sudafricano la segregación se debía a motivos raciales; en la revolución bolivariana lo es por razones ideológicas. Se ha impuesto un trato discriminatorio contra quienes se han negado a obtener el carnet de la patria. La transición hacia la democracia requiere la eliminación de todo mecanismo diseñado para manipular a la población y fulminar la libertad.


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