Historia

Independencia y locomotoras

04/12/2017

Antonio Guzmán Blanco

La gesta de la Independencia ha sido sometida a manipulaciones infinitas. Como fue un suceso capaz de cambiar la historia de América y de provocar transformaciones de importancia en el mundo occidental, los políticos del futuro no perdieron la ocasión de relacionarse con sus hazañas. Les caía del cielo presentarse como herederos de una proeza de la historia universal, o de exhibirse como sus continuadores. Se trata de una maniobra de publicidad que llega hasta nuestros días, y de la cual veremos ahora uno de los capítulos sobresalientes en el proceso de su iniciación. Fue obra de Antonio Guzmán Blanco y de sus áulicos, quienes  se estrenaron  con un desfile de ditirambos y de vínculos insólitos durante la celebración del Centenario del Libertador.

El propio Guzmán patrocinó la manipulación, a través de un discurso pronunciado en el Panteón Nacional el 24 de julio de 1883. Dijo entonces, entre otras enormidades:

Bolívar sobre el Chimborazo, allá en el fondo de los tiempos, mirando hacia el porvenir, lo que contemplaba al cabo de los siglos era una Patria constituida, organizada y próspera, celebrando su Centenario con la inauguración de ferrocarriles, muestra evidente de que entramos ya en los horizontes que ilumina el sol de la verdadera y grande civilización (…) Es que el natalicio de Bolívar cumple cien años, y la Providencia ha querido que, plenos de felicidad y esperanza, celebremos su gloria como la de un predestinado suyo, y benefactor instrumento de sus arcanos.

Dios quiere cumplir los anhelos de Bolívar y encuentra artífice en Guzmán. Es lo que se desprende del discurso. En caso de que prevaleciera alguna duda, la disipa el presidente del Congreso, Juan Pablo Rojas Paúl, en un banquete dispuesto para celebrar la inauguración del ferrocarril de la Guaira a Caracas.

Afirmó, sin  pestañear siquiera:

Un gran acontecimiento, de incalculable trascendencia para la Patria, nos tiene congregados aquí, celebrando como una de las varias y espléndidas manifestaciones de su transformación milagrosa que Guzmán Blanco, el Genio de Venezuela, ofrenda a Bolívar, el Genio de Colombia, al cabo de cien años en que Dios puso en la mente de éste un pensamiento suyo para que fuere a su semejanza, Redentor de la humanidad.

Y al articular estos dos nombres, señores, me vienen naturalmente a los labios las dos épocas tan gloriosas como ellos, épocas que son muy grandes (…) y que se me dilata el pecho al decirlo (…) La época de la Independencia, época de Bolívar (…) la época de la Regeneración, obra de Guzmán Blanco.

 Rojas Paúl presenta una noción de complementariedad entre dos épocas y dos héroes, que gozó de gran prestigio en los círculos liberales. Una celebridad de entonces, el político y escritor Ezequiel María González, estiró la retórica.

Están cumplidos los altos propósitos que animaron a los fundadores de la independencia nacional, cuando en nombre de la razón y la justicia reclamaron para la Patria libertad y soberanía, y justificados los esfuerzos heroicos que desplegaron para conquistar tan preciosos bienes. Renuévase hoy el brillo de las victorias que enaltecieron a todo el Continente, desde el Orinoco hasta el Desaguadero, el valor americano; y la grandiosa bandera de Colombia decorada con los laureles de Carabobo, de Boyacá, de Junín y de Ayacucho, envuelve en sus reflejos de Iris la imagen de Bolívar en los cielos de la inmortalidad. La patria libre ocupa con majestad de reina el puesto que le corresponde en el carro del progreso.

El futuro justifica el pasado, o el futuro hace que cobre plena justificación la obra de los héroes de ayer. Las dos épocas y las dos figuras también se reúnen en las exageraciones del celebrado Enrique Mortón de Kératry, capitán y plumario de los federales.

Dijo  en el mismo acto:

A Venezuela le estaba reservado el alto honor de servir de cuna a dos hombres que, con medios y recursos insignificantes, han realizado hazañas comparables a las de César y Alejandro. Estos dos hombres son el Semi-Dios de América, fundador de cinco repúblicas, Bolívar; y el heredero y continuador de sus obras, Guzmán Blanco.

Es evidente cómo Mortón de Kératry refuerza el planteamiento de complementariedad ya aludido, o la idea de la Independencia como profecía cumplida a posteriori,  o como meta perfeccionada más tarde por un proceso semejante y fatal.

Pero, en caso de que hubiera cavilaciones sobre el punto, fue machacado en un baile de 14 de agosto celebrado en los salones del Capitolio. El gobierno ordenó la colocación de una serie de coronas de flores para referir acontecimientos que debían recordar los invitados y que no requerían de mayor explicación. Se trató de que los circunstantes establecieran un nexo que no debió ser rebuscado, si recordamos la retórica dominante en los eventos comentados. En el pie de las coronas, los decoradores oficiales  pusieron unos rótulos en los que se podía leer: “Carabobo-Boyacá-Junín- Pichincha-Santa Inés- Sabana de Coplé- Purureche- Mapararí-Quebrada Seca”. Dos epopeyas convertidas en una.

Los hechos que hacen de las expectativas de la Independencia y la construcción de ferrocarriles una misma cosa,  pero que también fabrican  una analogía escandalosa entre el Libertador y un dictador de 1883, hasta el punto de convertirlos en padre e hijo en sentido político, importan porque nos ponen frente a una operación de propaganda que merece análisis atento. Tienen trascendencia en sí mismos,  por consiguiente, pero también porque no son un ensayo extravagante de las postrimerías del siglo XIX. Estamos ante un recurso demasiado familiar, ante una impudicia excesivamente cercana que, mientras descubre los manoseos  de la época, anuncia los del porvenir.


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